St. Cloud, Minnesota

Minnesota. Vivir ahora, como por primera vez

Dan descubre que tiene leucemia. La ansiedad le invade, la idea de enfrentarse a la muerte y dejar sola a su familia lo paraliza. En esta carta cuenta el camino que ha hecho estos meses

En diciembre del año pasado me diagnosticaron inesperadamente una leucemia, lo que ha supuesto que este año mi vida cambiara enormemente. Antes del diagnóstico, mi vida procedía normalmente y el trabajo iba bien. Tengo una familia y vivíamos cómodamente en St. Cloud, Minnesota. De repente es como si hubiera perdido el control de mi vida. De golpe, todo lo que era seguro se volvió incierto. Desde el principio se me hizo evidente que estaba acompañado y que no merecía tal misericordia. Fue también un momento impactante y difícil. De un día para otro, me di cuenta de que no somos inmortales. Me bloqueaba la ansiedad, la idea de que probablemente no me quedaba mucho tiempo de vida y que mis hijos, mi familia, se quedarían solos.

Antes del diagnóstico, ya llevaba un tiempo luchando con esta ansiedad, pero después ya casi no lograba hacer nada sin la incertidumbre de no saber por dónde empezar. Hablé de ello con un amigo que me preguntó cuál era el problema, de dónde nacía esa ansiedad, y al principio pensé que me estaba tomando el pelo, pues me acaban de diagnosticar la leucemia. Me parecía una pregunta extraña, pero él insistió, quería que le respondiera de verdad. Así que me vi obligado a mirar el problema cara a cara y le dije: «Mira, tengo ansiedad porque puedo morir y dejar aquí a mi familia». Él me respondió: «Entonces es un problema de fe». Respondí: «Ok, es como si hubiera una distancia enorme entre lo que soy y el tipo de fe que necesitaría para poder afrontar todo esto. No sé por dónde empezar».

Entonces él pronunció dos palabras: oración y confianza. Me las explicó como un estar abiertos a la posibilidad de que las cosas que suceden en la vida –no los grandes acontecimientos sino, por ejemplo, una conversación con mi mujer o una discusión con el médico– me sean dadas como signos del Padre y que tal vez esas circunstancias que yo no habría elegido puedan ser ocasiones para reconocer al Padre. Aquello dio origen a un cambio.

Llegó el momento de establecer las pautas del tratamiento. Serían cuatro ciclos de quimio y luego un trasplante de médula ósea. Mi hermano era idóneo para la donación. El trasplante me obligó a permanecer cerca del hospital de las Twin Cities (Minneapolis y Saint Paul) durante cien días. Mi grupo de Fraternidad, los amigos de St. Cloud y otros procedentes de todo el país –gente que no conocía de nada– tomaron un avión para estar conmigo alguna noche. Fue una de las mayores experiencias de misericordia que he vivido nunca.

Dicho esto, lo que me estaba pasando era un “momento de vida” increíble, que ni estaba planificado ni yo habría elegido nunca. Pero yo seguía intentando superar ese obstáculo y pasar a lo siguiente. Todo iba bien. Los resultados eran óptimos. Me sentía normal. Así que salí.

Pero el día antes de quitarme el catéter intravenoso central del pecho, el médico me llamó y me dijo que el trasplante no había funcionado y la leucemia había vuelto a hacer acto de presencia. Otro momento de bloqueo. Enseguida empecé a llamar a la gente, a mandar mensajes y a pedirles que vinieran, que me acompañaran. Y todos lo hicieron.

Al tener que ir al hospital, me perdería el cumpleaños de mi hija, así que le pedí a Olivetta que viniera para celebrarlos juntos. Hablé con ella aquella noche. Hubo un momento en aquella conversación en que tuve que reconocer que durante toda mi vida he sido “sacado” de mi nada.

Soy un campesino en medio de la nada. Estudié en casa y allí nunca sucedía nada extraordinario. Si hubiera tenido que apostar por alguien que tuviera una vida estupenda, con miles de personas rezando por él, esa persona nunca habría sido yo. En cada momento de mi vida he sido “sacado” de mi nada y abrazado. Mi vida ha sido un continuo ser aferrado y abrazado. Y por primera vez en mi vida, me daba cuenta de ello.

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A partir de aquel momento, dejé de tener miedo. Estaba triste, sí, pero toda la ansiedad y el miedo desaparecieron. Ahora tengo menos ansiedad incluso que antes del diagnóstico. Ya no tomo ningún medicamento para la ansiedad ni nada parecido, a pesar de que es algo bastante habitual en los pacientes oncológicos. Ese ya no es el problema.

La diferencia está en reconocer al Padre. Y eso sucede cada vez que recibo una llamada, que hablo o me encuentro con alguien. Eso algo que no falla. He visto cosas impensables. Una peregrinación continua de gente, incluso de personas desconocidas. El reconocimiento de que la vida es dada. Eso es lo que he descubierto en este momento de mi vida. Estoy empezando a comprenderlo a través de rostros concretos, lo que significa que no es algo espiritual ni piadoso.

En este punto no cuento con un programa terapéutico concreto pero, paradójicamente, me encuentro en una situación ha sido necesaria una enfermedad terminal para empezar a vivir. Estoy en una situación extrema, pero verdaderamente sorprendido, e intentando entender. Doy gracias por poder vivir ahora, como si fuera por primera vez.
Dan, St. Cloud, Minnesota (Estados Unidos)