Portugal. El don de un nuevo monasterio
Una nueva "fundación" cistercense en la campiña al norte del país albergará a una comunidad de diez monjas trapenses que dejarán su casa de Vitorchiano, en Italia. Una expresión viva «de nuestro ser Iglesia para el mundo»Palaçoulo es un pueblecito de la campiña portuguesa, desconocido para la mayoría de la gente. Se erige sobre los restos de un antiguo asentamiento romano y está rodeado de estanques artificiales muy codiciados para la pesca estival, sin mucho más que pueda animar a los turistas a aventurarse por la zona. Pero desde hace dos años, un evento extraordinario está implicando a toda la comunidad local. Se trata de la construcción del monasterio trapense de Santa Maria Mãe da Igreja. Hace tiempo que no había ya ningún convento cisterciense en Portugal, pero un imprevisto, una llamada, ha cambiado las cosas. Lo cuenta sor Giusy, que ha pasado toda su vida en el monasterio de Vitorchiano, en Italia, y ha sido nombrada superiora de la fundación de Palaçoulo.
¿Por qué en Portugal? La respuesta es sencilla. «Porque en esta tierra bendecida por María ya no queda ningún monasterio cisterciense de los 24 que ha habido a lo largo de su historia, y porque en una comarca perdida como la de Tras os montes, donde los jóvenes se marchan y los ancianos mueren, queremos ofrecer una palabra de vida». La decisión de partir nació del encuentro entre dos factores. «Una exigencia nuestra: Vitorchiano cuenta hoy con 78 miembros y en el monasterio casi no quedan celdas disponibles para las que quieran entrar»; y el encuentro con monseñor Josè Cordeiro, obispo de la diócesis de Bragança-Miranda, que «expresó el deseo de que su gente tuviera un lugar que testimoniara la centralidad de la vida evangélica y litúrgica». La respuesta de los vecinos fue muy generosa. «Nos han regalado el terreno donde estamos construyendo la hospedería y donde se levantará el monasterio en sí. Tenemos un plano conmovedor donde aparece escrito el nombre de cada donante en su parcela correspondiente. Veintiocho hectáreas sin las cuales no habríamos podido hacer nada. Todo eso nos hizo "caer rendidas" como si fuera un delicado gesto de la Virgen con nosotras».
Suena extraño: monjas de clausura que se hacen misioneras. Pero en ellas no encuentras rastro de sentimentalismo o entusiasmo facilón. «Nos vamos convencidas de que la comunidad cristiana, en su concreción, y el monasterio es una expresión muy concreta y radical del ser comunidad en la Iglesia, no es algo ya superado en Europa. Más bien sigue siendo la única respuesta que podemos dar a las gentes que habitan nuestras tierras». Por lo demás, las monjas de Vitorchiano son hoy un ejemplo extraordinario de florecimiento de la vida de clausura, aun siendo trapenses de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, es decir, una de las más rigurosas en la práctica de la Regla benedictina (“Ora et labora”, pero también silencio y soledad). Desde 1957 no ha habido ni un año sin nuevas vocaciones y mucho es debido a la amistad que nació entre don Giussani y la madre Cristiana, la (entonces) joven superiora que en 1964 acogió a una chica del liceo Berchet de Milán. Aquel fue el inicio de una sintonía que multiplicó las llamadas.
Se trata de una vocación para el mundo. De hecho, la de Portugal no es la primera fundación en dejar la “casa madre”. Hay otras en Toscana, Valserena, Argentina, Chile, Indonesia, Venezuela y Filipinas. También hay presencia de cinco hermanas en una comunidad de la República Democrática del Congo, mientras otras comunidades, que han nacido como "nietas" de las comunidades fundadas, han surgido en Siria, Angola, Brasil, Macao. «En 2007 unas hermanas a las que yo quería mucho partieron a la República Checa. Fue un momento duro para mí y para todas nosotras», sigue contando Giusy. «Se trataba de dejar marchar unos rostros amados y abrirse a la entrada de nuevas jóvenes. Y el Señor nos ha vuelto a bendecir con nuevas vocaciones, con una nueva vitalidad y con una apertura renovada para vivir nuestro ser Iglesia para el mundo. Confiamos que así sea también en Palaçoulo».
Al principio partirán hacia Portugal diez hermanas. Un grupo bien surtido para facilitar la implantación de la vida monástica sin causar problemas a las que se quedan. La elección ha recaído en algunas monjas que ya habían tomado sus votos solemnes, dispuestas a caminar juntas, arraigadas en su vocación, con dones diversos y complementarios, de modo que todo ello contribuya al nacimiento de la vida de la comunidad. Hay entre ellas quien sabe de canto, de liturgia, de economía, de acogida... Aun así, la partida no está exenta de dificultades. «La nueva fundación ha sido y es un don, pero creo que ninguna soñábamos con quién sabe qué aventura. Hay cierto aspecto de separación y sufrimiento porque nosotras siempre vivimos arraigadas en un lugar y los rostros de nuestra comunidad nos constituyen. Pero de la muerte y del don de sí brota la vida. Es una donación tanto para la que parte como para la que se queda, aunque de manera diferente. Cuando una "elige" o, mejor dicho, "es elegida" para la clausura, da la sensación de que si no das a Dios a los demás, en el fondo no das nada. Solo Él puede responder verdaderamente a las necesidades de los hombres».
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No hay nada de especial, asegura sor Giusy. ¿Acaso no son dinámicas que todos comparten, laicos y consagrados? «Que una comunidad funde otra es un hecho que recuerda que un adulto en edad madura está llamado a crear una familia, sí, a generar, pero lo hace porque esta es la manera más verdadera y grandiosa de que su humanidad se cumpla». El juicio está claro. «Uno de los "crímenes" que se han producido en el mundo occidental fue separar de la persona esta fecundidad de vida. En cambio, una comunidad, igual que una familia, solo se renueva y crece si apuesta por la vida. Esta es la base de lo que podría parecer una "locura", que a nosotras nos parece el valor más verdadero y razonable por el que apostar. De ahí nace también el coraje de pedir a la gente que nos ayude y acompañe como pueda: con su profesionalidad, generosidad u oración».
Los trabajos ya han comenzado con la idea de mudarse al nuevo monasterio en octubre de 2020. «No nos parece que estemos haciendo algo especial, al menos no es así como vivimos esta aventura. Se trata de una llamada, y no hay nada más hermoso que decir sí».