El encuentro del 9 de septiembre sobre educación

Cuando educar “despierta lo humano”

Un encuentro organizado por la asociación “El riesgo de educar” y el CMC de Milán con el teólogo Alberto Cozzi sobre la relación entre educación y sentido religioso, dos pilares del pensamiento de don Giussani
Raffaella Manara

Alberto Cozzi, profesor de la Facultad Teológica de Italia Septentrional, reflexionó con cerca de mil profesores que participaron, de manera presencial y online, en un encuentro organizado por la asociación cultural “El riesgo de educar” y el Centro Cultural de Milán el pasado 9 de septiembre sobre la relación entre “Educación y sentido religioso”.

Tras recordar que el sentido religioso asoma a la conciencia como pregunta por la totalidad y es por tanto una dimensión propia de la razón, el ponente repasó la dinámica de la acción humana desde su origen. Ya en el niño se pone de manifiesto en su energía vital, en el ímpetu ideal de su corazón, que le transmiten sus padres y todo lo que precede nuestra historia. La educación como tensión por “despertar lo humano” permite reconocer que el sentido religioso no es una facultad añadida, sino un factor inherente a la tarea educativa. Según Giussani, «el hombre crece cuando se relaciona con la realidad total», pues la característica que lo define es una apertura al mundo en su totalidad. La herramienta de este encuentro fascinante con la realidad es la razón, como factor relacional auténticamente humano.

Partiendo de esta premisa, Cozzi abordó las dimensiones fundamentales de la experiencia educativa que resultan especialmente significativas para los que dan clase. Señaló tres pasos: educación como activación de lo humano a nivel personal del yo (educar para querer y para quererse); educar formando herederos de una transmisión humana (educar para entender aquello que se cree); y educación como pertenencia a un lugar donde se desarrolla la personalidad (compartir vínculos).

Ante todo, en el ámbito de la relación educativa, el sentido religioso dilata la razón y la mantiene abierta al sentido de la realidad total, custodiando el carácter irreductible del yo. La realización de lo humano a nivel personal no puede ser solo el resultado de una serie de mecanismos naturales. El yo no se puede reducir a los factores (biológicos, socio-históricos, culturales) que lo constituyen. El sentido religioso representa la consistencia de lo que yo soy en lo más hondo de mi corazón. El ser humano está hecho así.

Si la relación educativa supone el nivel de la experiencia donde la persona dice “yo”, un factor esencial es el incremento de la libertad de quien es educado. El segundo paso presupone esa libertad porque no hay acceso a la verdad sin libertad. De hecho, la libertad también puede llevar a defenderse de la realidad, por ejemplo, cuando esta da miedo. Solo una compañía fecundada por una amistad verdadera puede ayudar a fiarse de la realidad, reconociéndola como “buena en sí misma”. La educación es el yo que emerge ante una presencia que le interpela y que espera una respuesta suya. Por tanto, conviene insertar el camino de libertad que hace al yo ser más él mismo en un recorrido que haga suyo de forma crítica una experiencia de lo real y por tanto una historia, una cultura y una tradición mediante las cuales pueda percibir cómo toman forma exigencias verdaderamente humanas (verdad, belleza, justicia y felicidad). Este es el segundo aspecto constitutivo de la experiencia educativa, que reconozca la dimensión del sentido religioso. Siguiendo a Giussani, este dice en El sentido de Dios y el hombre moderno: «¿Cuál es el significado del instante contingente con relación al todo? El hombre, en todos los tiempos, aun cuando declarara lo contrario, ha afrontado y vivido este empeño interpretativo. La búsqueda de este nexo entre el instante y el todo, lo eterno, es un fenómeno inevitable para la razón humana, porque el hombre, desde siempre (…) ha vivido la urgencia de interrogarse y de no dejar sin respuesta la pregunta sobre el fin último de su caminar».

Hay que preguntarse sinceramente si un colegio es hoy un lugar donde niños y jóvenes se encuentran con la belleza de un itinerario así. Un colegio es un lugar cuando adopta el rostro de los rostros que la viven, cuando afloran actos de conocimiento que buscan habitar en la realidad. Enseñar para formar herederos de la transmisión de lo humano significa educar para entender lo que se conoce, dando razones de lo que se cree. Así se dilata la razón, de tal modo que la razón no se limita a ser una medida de las cosas. ¡Qué pena cuando la vida no se concibe como una promesa sino como un programa!

En este sentido, Giussani expresa una crítica que nos sigue interpelando hoy. «El verdadero aspecto negativo del colegio es que no hace que conozcamos lo humano a través de los valores que, con frecuencia, tan inútilmente, manejamos: cuando el hombre expresa, en cada acción, su naturaleza, parece ridículo (o trágico) que en el colegio, durante el estudio de las distintas manifestaciones de los hombres, se recorran algunos milenios de civilización sin que sepamos reconstruir con precisión suficiente la figura del hombre y su significado dentro de la realidad».

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En la tercera parte, Cozzi destacó que el adulto que asume su responsabilidad en un camino educativo tiene que ponerse en juego personalmente, pero no puede proponerse a sí mismo de manera aislada. Giussani recuerda que la dinámica de la pertenencia caracteriza la vida humana desde el principio. «Preguntémonos cómo llega a hacerse hombre un niño. Este adquiere su fisonomía, edifica su estructura, se hace grande con una personalidad inconfundible, por efecto de una ósmosis continua debida a que pertenece a un hecho que tiene una estructura, un rostro: la familia. Cuanta más fisonomía propia tenga su familia, cuanto más consciente sea y rica en humanidad, tanto más crece el niño con una personalidad propia. Es precisamente la experiencia de una continuidad lo que permite la diversificación personal, la plasmación de características originales».

Educamos cuando reconocemos que pertenecer a una comunidad ofrece un lugar donde se desarrolla una personalidad, donde se crece. En un colegio, este es el valor que tiene la unidad del cuerpo docente, una unidad que nota y hace notar un camino prometedor porque indica la posibilidad de relaciones humanas donde es posible compartir lo humano de cara al destino.