El Papa con los jóvenes. Algo que se reconoce al vuelo

El lunes pasado se juntaron 80.000 chavales de toda Italia en la plaza de San Pedro para encontrarse con Francisco. Unos con horas de tren a sus espaldas, otros que pasaban por allí por casualidad, durante unas vacaciones en Roma…
Bernardo Cedone y Simone Invernizzi

Lunes 18 de abril. Tal vez porque a causa de la pandemia ya no estamos acostumbrados a un espectáculo así, ver la plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione llenas era impresionante. Más aún ver las caras de los ochenta mil jóvenes entre 12 y 17 años que respondieron a la invitación del papa Francisco. Algunos aprovecharon para pasar unas breves vacaciones en Roma, muchísimos lo hicieron todo en el día, saliendo por la mañana y volviendo a última hora de la noche. No era precisamente un paseo, pero el cansancio y las dificultades del viaje no fueron determinantes, como mostraban las palabras de Sofia al término del encuentro: «No hemos logrado entender el discurso del Papa porque el audio sonaba mal en nuestra zona, pero no importa, leeremos juntos el texto publicado. Igualmente ha sido increíble ver toda la gente que se ha reunido por él».

El impacto visual no dejaba indiferente, más bien llenaba de preguntas y de asombro a los observadores más atentos. En la plaza, un chico y una chica de unos treinta años, elegantemente vestidos, escuchan en silencio. No pertenecen al grupo de peregrinos, vienen de Alemania. El chico, llamado Khan, explica que se ha acercado atraído por la multitud. «Es una experiencia increíble. El Papa es sin duda una de las personas más influyentes del planeta cuando viene tanta gente hasta aquí haciendo horas de viaje solo para escucharlo». ¿Sois católicos? «No, yo soy musulmán, pero quería ver esto con mis propios ojos. Ha sido una de las experiencias más significativas de mi vida». Así fue como él y su amiga decidieron dedicar una tarde de sus vacaciones romanas para admirar el espectáculo de la plaza abarrotada y escuchar a Francisco. Tal vez, debido al idioma, no entendieron gran cosa, pero sus caras decían que habían captado lo esencial.

De hecho, lo esencial no es cuestión de inteligencia, sino algo que se reconoce al vuelo. «Vosotros tenéis “olfato”», dijo Francisco a los jóvenes en uno de los momentos más bonitos de su discurso, comentando el episodio de la pesca milagrosa narrado en el capítulo 21 del Evangelio de Juan. «¡No lo perdáis, por favor! Tenéis el olfato de la realidad, y eso es algo grande. El olfato que tenía Juan. En cuanto vio a aquel hombre que decía: “Lanzad las redes a la derecha”, su olfato le dijo: “¡Es el Señor!”. Era el más joven de los apóstoles. Vosotros tenéis ese olfato: ¡no lo perdáis! El olfato de decir “esto es verdadero –esto no es verdadero– esto no va bien”; el olfato de encontrar al Señor, el olfato de la verdad».

Unas horas antes en tren, Cecilia contaba algo que le había pasado a un chaval de su comunidad. Una hermosa velada de cantos con sus amigos, una manera de estar juntos que ensancha el corazón y lo llena de una alegría distinta de lo habitual, llena de gratitud. Por eso le salió casi espontáneo quedarse para recoger la sala. El chaval salió a la calle para sacar la basura y de pronto se encontró solo, en medio de la noche oscura. En ese instante le invadió una fuerte sensación de vacío: «¿Y si todo esto se acabara?». Es el miedo a que la belleza vivida pueda desvanecerse y que esos amigos, antes o después, le abandonen. Contando lo sucedido unos días después, ese chico comentaba: «Ni siquiera una velada tan bonita me basta. Necesito una certeza capaz de abrazar incluso ese miedo».

En su discurso, el Papa empezó justo por aquí, comentando el relato de Juan 21. En la oscuridad de la noche, Pedro y sus compañeros salen a pescar, pero no pescan nada. «¡Qué decepción! Cuando dedicamos tantas energías a realizar nuestros sueños, cuando invertimos tantas cosas, como los apóstoles, y no sale nada…». Pero esta no es la última palabra. «Sucede algo sorprendente. Al despuntar el día, aparece un hombre en la orilla. Era Jesús, que les estaba esperando. Y Jesús les dice: “Allí, a la derecha, hay peces”. Y sucede el milagro de los peces: las redes se llenan de peces».

Quién sabe lo que habrá pensado el amigo de Cecilia al oír al papa Francisco añadir: «La vida a veces nos pone a prueba duramente, nos hace tocar con nuestras manos toda nuestra fragilidad, nos hace sentir desnudos, inermes, solos. ¿Cuántas veces en este tiempo os habéis sentido solos, alejados de vuestros amigos? ¿Cuántas veces habéis sentido miedo?». Y continuó: «No hay que avergonzarse de decir: “¡Tengo miedo a la oscuridad!”. Todos tenemos miedo a la oscuridad. Los miedos se dicen, hay que expresar nuestros miedos para poder expulsarlos. Recordad esto: los miedos se dicen. ¿A quién? Al padre, a la madre, al amigo, a la amiga, a la persona que os pueda ayudar. […] No os desaniméis. Si tenéis miedo, ¡sacadlo a la luz y os hará bien!».

Al terminar el encuentro, se nota a los jóvenes visiblemente contentos. Tal vez no lo digan, pero se ve en sus ojos, en las ganas que tienen de estar juntos, en su forma de jugar hasta el último minuto del viaje de vuelta, sin ninguna prisa por llegar a casa y meterse en la cama. ¿Pero contentos por qué?

Aurora se quedó asombrada con el Papa «porque nos ha tratado como iguales. A menudo los adultos nos hablan como si no pudiéramos entender todos sus razonamientos, pero hoy Francisco ha sido directo, nos ha tratado como adultos». Letizia, pensando en el Viernes Santo que vivió con sus amigos de Bachilleres, añade: «Hoy, igual que el viernes, lo que más me llama la atención son los profes». ¿Por qué? «Porque se ve que les interesa lo que decimos. No hay ningún sitio donde lo que tú digas, aunque tengas 14 años, tiene tanto peso. Delante de ellos eres una persona». El “olfato” de la verdad te hace intuir que hay algo en común entre la manera que tiene el Papa de dirigirse a los jóvenes y esos profesores con los que ha surgido una amistad inesperada: una misteriosa simpatía por el hombre, que hace que sea razonable seguirlos

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En el tren de vuelta a Milán, cuatro chicos de origen egipcio cuentan cómo es que aceptaron la invitación de sus profesores. Todo empezó con la complicadísima etapa de clases online, con la nostalgia que empezaron a sentir por las clases presenciales gracias a la relación con una profesora. «Llegó un momento en que le pedí hablar con ella porque lo necesitaba», cuenta uno de ellos. ¿Por alguna dificultad escolar? «No, no, nada de eso. Hablo de una necesidad humana». Nació así una amistad que les llevó hasta Roma con el sucesor de Pedro. A propósito, «¿quién es Pedro?» era la pregunta que uno de ellos, de religión musulmana, hizo a don Andrea justo antes de entrar en la plaza. Habían participado en el Via Crucis de Viernes Santo y se les había quedado grabado el recuerdo de Pedro como el que niega tres veces a Jesús, es decir, un traidor. «¿Cómo es posible que le dediquen una plaza tan grande y que su sucesor sea alguien tan importante?». A esa pregunta respondió una vez más el papa Francisco. «Os deseo que tengáis el olfato de Juan, pero también el coraje de Pedro. Pedro era un poco “especial”. Negó tres veces a Jesús, pero en cuanto Juan, el más joven, dijo: “¡Es el Señor!”, se lanzó al agua para ir al encuentro de Jesús». Pedro se lanza al agua inmediatamente porque lleva en sus ojos el milagro de las redes llenas de peces, el milagro de una presencia más fuerte que todos sus errores y todos sus miedos.

En el fondo, es el mismo motivo por el que estos chicos aceptaron tan pronto la invitación del Papa, porque reconocen en él y en la Iglesia, que llega hasta ellos mediante sus profesores, «la forma con que han entrado en el tejido de la historia aquellas palabras de Jesús», como dice don Giussani en Por qué la Iglesia.