Una edición anterior de los Coloquios Florentinos

Cuando vale la pena

Entre los pliegues del estudio, en el corazón de los autores. Los profesores cuentan cómo los Coloquios Florentinos ayudan a que salgan preguntas y se abran heridas en los chavales. Ahora más que nunca. Diálogo sobre un método y su origen
Paolo Perego

«Profe, he ido al psicólogo y le he hablado de las preguntas que me han surgido con el trabajo que hemos hecho. Me ha dicho que las deje estar y que no piense en ellas, que de ahí al suicidio hay un paso. Pero no puedo dejarlas si me sirven para encontrar el sentido de la vida». Son palabras de un chaval a su profesor de literatura, Diego Picano, sobre los meses que han pasado juntos preparando el congreso de los Coloquios Florentinos, dedicado este año al autor Dino Buzzati.

Estos Coloquios son una propuesta de trabajo sobre literatura italiana con estudiantes de los últimos cursos del liceo. Cada año se dedican a un autor diferente, se trabaja sobre él en clase y se leen sus obras por grupos. Un itinerario que desemboca –al menos antes de que llegara la pandemia– en un congreso en Florencia, que este año será por streaming del 17 al 19 de marzo. En 21 ediciones han pasado de algo menos de quinientos inscritos a más de cuatro mil, entre alumnos y profesores. Unas cifras muy altas, que se han mantenido a pesar de no poder hacer el congreso de manera presencial desde 2020 y con los alumnos confinados y clases online.

Este es un punto de observación privilegiado de un fragmento del mundo como es el de los estudiantes de instituto en medio del caos de los dos últimos años. Pero no solo eso, pues cuanto más nos adentramos en la experiencia de los participantes, más se nota que también supone un punto de luz frente a todo lo que se cuenta de la juventud últimamente: suicidios, depresiones, ansiedad. «Las preguntas de los chavales se quedan reducidas muchas veces a meras patologías que tratar o anestesiar», afirma Pietro Baroni, director de estos Coloquios, durante un diálogo con varios profesores involucrados.

Sara Aprili da clase en un liceo lingüístico: «Una madre nos contó que durante el primer confinamiento su hija estaba como loca por volver a clase pero en octubre de 2020, con el segundo encierro, perdió las ganas. Era como si ya no valiera la pena». Es algo que ha pasado con muchos alumnos. «Hace unos días un chico intentó suicidarse. Una compañera nuestra se encontró en clase a una amiga del chaval. Estaba desesperada. ¿Pero cuántas veces nos podemos encontrar con la herida abierta de los alumnos en clase?». Normalmente la escuela, dice, reacciona de dos maneras: o son cuestiones que deben resolver con psicólogos, pues en clase hay que ceñirse solo al programa, o bien algún profesor con buena intención puede sacar al chaval al pasillo para intentar ayudarle. «En ambos casos es como si fueran problemas que no tienen nada que ver con lo que se da en el aula», explica Sara. «Estos Coloquios ofrecen una manera de estar con los chavales apostándolo todo por ti y por ellos, dentro de lo que vemos todos los días en los libros y en la pizarra». Así es como la compañera de Sara acabó leyendo con aquella chica un fragmento de Buzzati. «Del relato Viven como si, donde habla de hombres que no tienen nada aparentemente excepcional, pero sienten una gran espera de algo que “no saben bien” qué es, pero que existe. “Como si tuviera que llegar una gran noticia que nadie sabe. Como si afuera estuviera rugiendo una tormenta que sin embargo nadie nombra. Como si uno de los presentes tuviera que partir al día siguiente pongamos que a la Luna pero el tema es tabú y ni siquiera se menciona. Como si existiera el amor. Quiero decir que en ciertas personas, en ciertas familias, en ciertos encuentros, en ciertos sectores afortunados de la sociedad existe una tensión secreta e inconsciente (…) que hace que los actos y palabras más banales adquieran una fuerza y un gusto extraordinarios”». Buzzati se convierte en un amigo, dice Sara, «porque descubre que las heridas de las que habla son las mismas que tienen todos».

«Esta experiencia nace de personas que viven la experiencia de CL», concluye Baroni, que habla de sus intentos, del su padre Gilberto, también profesor e iniciador del congreso, y de otros, «de comprobar si la propuesta cristiana de don Giussani y su manera de mirar lo humano es la manera más adecuada de vivir, también dando clase, llegando a ser la clave». Como una apuesta, añade. «¿Enseñar una materia puede ayudarnos, a nosotros y a los chavales, a reconocer el nexo original que existe entre el hombre y su destino? Si un alumno está viviendo un momento doloroso, o sencillamente está viviendo, pues la cuestión es la vida, no puedo ponerme delante de él dando mi lección como si nada. Cuando explico a los grandes autores, también debo poder estar delante de un suicidio. Si no es así, he perdido antes de empezar. Y entonces el chaval tendrá razón, entonces sí que “no vale la pena”».

Elvira Sasso nunca da la partida por perdida. «Año tras año, desde que empecé a dar clase hace 14 años, aprendo este método. Tú solo puedes hacer una propuesta a este nivel si la reconoces como verdadera en primer lugar para ti, y dentro de una compañía de amigos que la viven contigo. Solo dentro de esta relación puedo dar clase y descubrir que la literatura, en mi caso, es una ventana abierta a mi sensibilidad, a mi persona, a mi humanidad». Los alumnos se dan cuenta y lo siguen. Aunque hay profesores que piensan que algunos solo se apuntan por el “viaje a Florencia”, aunque ahora que es online también se siguen apuntando muchos. «Algunos alumnos me han escrito muy contentos porque se han hecho más amigos entre ellos: uno que ha superado su timidez, otra que se ha enamorado del autor y me decía que “por suerte en el mundo hay personas como usted”. Eso me da que pensar, porque lo que ella ha vivido no es algo que haya hecho yo».

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«Cuando llegó el Covid, vi cómo los adultos, antes que los jóvenes, empezaban a entrar en crisis con ansiedad y con miedo», comenta Picano. Las preguntas más urgentes también se le plantearon a él aquel mes de marzo de 2020. «Siempre he vivido mi trabajo con entusiasmo. ¿Qué se me pedía en ese momento? Volví a aquella chispa que prendió en mí el deseo de enseñar, el encuentro con un profesor que me hizo descubrir que en los textos literarios habitaba el ser humano con todas sus preguntas. Me enseñó que el motivo por el que trabajamos es que crezca nuestra humanidad y la suya». No podía ser otro el motivo por el que seguir acompañando a los alumnos aunque fuera online. «La experiencia de estos Coloquios ha sido un gran entrenamiento. Educar no es solo seguir un programa por puntos. Se trata sobre todo de ayudar a los chavales a descubrir que en un texto pueden encontrar todas las necesidades y toda la búsqueda que viven ellos mismos. Nos acompañamos en eso». Entonces es cuando alguien, leyendo a Buzzati, te dice: «Me he dado cuenta de que no debo tener miedo del misterio que soy. Entonces se puede vencer hasta el miedo al Covid».

A Cristina Vallebona le costó mucho volver a dar clase en septiembre. «La situación todavía era de emergencia y empezamos con restricciones y clases online». Pero reconoce que a veces fueron los propios chavales los que la ayudaron. Recuerda a una chica que ni siquiera era alumna suya este año pero que decidió participar en los Coloquios. «Siempre me ha llamado la atención su gran sensibilidad. Después de hacer el trabajo, preparó un cuadro para participar en la sección artística», con un dibujo que representaba un rostro del que se liberan otros que gritan. «Incluyó una cita donde Buzzati describe la sensación de estar atrapado en la vida. Y ella comenta: “Cuántas veces habría querido gritar al mundo mi dolor y mi rabia. ¿Quién me iba a entender? ¿Quién me iba a acoger con los brazos abiertos? Por fin grito con este cuadro, muy meditado. Habla de Antonio, de Laura. De Buzzati. De mí”».

Si por un lado es precioso y fundamental «poner en manos de los chicos ciertas preguntas porque son buenas», dice Cristina, «por otro lado es dramático. Pienso en el riesgo de educar del que habla don Giussani. Hay que acompañar su libertad. Hace falta un lugar donde se puedan plantear esas preguntas».
Es cierto, los psicólogos no dan abasto y el panorama está igual en todas partes, reconoce Laura Cafferata. «Y tú vas y les propones esto, ¿por qué? Porque ahí se habla de la belleza de la vida. Como hacía mi profesor de religión cuando me leía a Leopardi de una manera que parecía que estuviera hablando de mí. Por eso decidí estudiar literatura y dar clase». Además, durante un tiempo, la preparación de los Coloquios eran la única actividad presencial que se hacía en su instituto. «Los chavales deseaban verse, juntarse. Y los trabajos que presentaban también hablaban de ello».

«Querían verte a ti, no solo verse ellos», le replica Baroni. «No porque tú seas capaz de generar quién sabe qué… sino porque reconocen que tú vives lo que les propones. No se trata de hacer proyectos». Habla de ser maestros, de llevar en el corazón sobre todo la propia humanidad delante de aquellos a los que se educa. «Hoy, la escuela en general corre el riesgo de convertirse en la mayor traición a los jóvenes, el lugar del sinsentido». Justo lo contrario de adentrarse en el sentido de la realidad. «Es la alternativa entre reducir la Divina Comedia a figuras retóricas y a métrica, o encontrarse con Dante, con su corazón y su humanidad. Y entender si tiene que ver conmigo y de qué manera». No es culpa de la pandemia. «El Covid solo ha desenmascarado algo que había antes. Ahora “el rey está desnudo”. Por eso vale la pena retomar a don Giussani. No defendía la escuela como tal, sino la educación, algo que sucede dentro de la escuela».