(Foto Deleece Cook/Unsplash)

Vuelta al cole. El relanzamiento

Volver a dar clase y atesorar los meses vividos. «Lo esencial es lo que indica un camino». Anna Frigerio, directora del instituto Sacro Cuore de Milán, cuenta cómo se reabre la apuesta educativa
Alessandra Stoppa

Se intenta volver a clase. A las esperadas clases presenciales. Durante estos meses tan intensos y complicados se han multiplicado los llamamientos, políticos y culturales, en medio de directivas, polémicas, planes logísticos, esfuerzos didácticos. Cualquiera podría suscribirlo: hace falta volver. ¿Pero adónde? ¿Atrás? Para Anna Frigerio, septiembre no es «un retorno al pasado», ni siquiera a un pasado tan cercano como el del mundo antes del Covid. «Lo que hemos vivido no ha sido un accidente. Requiere algo distinto».
Lleva siete años en la Fundación Sacro Cuore de Milán, donde dirige los liceos clásico y científico, y es coordinadora didáctica de todos los niveles (de infantil a superior, más de 1.200 alumnos y cien profesores). Durante mucho tiempo dio clase en centros públicos, donde le encantaba provocar a sus alumnos con el κτῆμα ἐς αἰεί de Tucídices, «una posesión es para siempre». Sin demasiados rodeos, decía a sus alumnos: «Todo lo que estáis estudiando lo olvidaréis. Las zanjas de la Divina comedia, las guerras persas, los teoremas… ¿Qué quedará entonces para siempre?». Ahora esta pregunta adquiere un significado nuevo, mientras las escuelas esperan reabrir sus puertas y ella se enfrenta a su asiduo trabajo de reflexión y confrontación junto a todos los profesores. «No se trata de hacer balance después de la tempestad, sino que lo que hemos aprendido nos abre a otra cosa: ilumina lo ordinario y nos mueve hacia algo nuevo». Un relanzamiento.

Empieza el nuevo curso. Podría considerarse una “evaluación” de la propia escuela después de la prueba –sin precedentes– de la pandemia. Unos lo ven como un punto de llegada y otros de partida, ¿se vuelve al pasado o se va hacia delante?
Vamos hacia delante, prestando atención a dos posibles riesgos. Por un lado, considerar la experiencia de estos meses como una reacción a la emergencia para, cuando pase, volver a clase “de verdad”. Por otro lado, poner demasiado énfasis en la educación a distancia. La educación siempre es presencial, sea cual sea la forma. La cuestión es lo que hay en juego ante esa presencia. ¿En qué consiste la relación con los alumnos? ¿En tenerlos cerca? ¿Cuál es el valor del otro? Claramente, cada uno aborda estos interrogantes con los instrumentos de los que dispone. La pantalla de un ordenador no te ofrece la delicadeza de una relación, pero las clases “en vivo” tampoco garantizan que se pueda captar el valor que tiene el otro. Todo depende de la postura que adoptes. Lo que hay que custodiar son las implicaciones más profundas que tiene una relación de verdad.



Habla usted de «lo que hay que custodiar». Ahora se dice mucho que hay que “atesorar” lo que ha sucedido. ¿Cómo se hace eso?
Para empezar, hay que darse cuenta de que lo que hemos aprendido en el confinamiento no coincide con una forma, con una modalidad, sino que toca cuestiones de fondo, sustanciales. Atesorar, custodiar lo que vale, exige una postura humana abierta.

¿En qué sentido?
Esta época plantea muchas preguntas, pone en discusión esquemas ya establecidos. Por ejemplo, hay alumnos que en el aula estaban “en retirada”, mientras que en las clases online se han expuesto más. Entonces, ¿el grupo de clase es en sí mismo la mejor condición para el aprendizaje? No cabe duda de que se aprende juntos pero también hemos visto que la relación de tú a tú es esencial.

Eso también se repite como un mantra: hemos vuelto a lo esencial. Todos hemos tenido la ocasión de reflexionar sobre lo “esencial”, ¿pero de qué estamos hablando?
Para mí, esencial es lo que puede indicar un camino. Lo que nos hace entender cómo seguir adelante. No lo nuevo en sí, sino la novedad que se puede identificar. Como decía, es esencial estar. No se trata de un acto de voluntad, que estoy en clase y digo: “presente”. Es un trabajo sobre uno mismo en relación continua con otro, con el alumno y con los compañeros.

¿Puede poner un ejemplo?
En la pandemia hemos apostado muchísimo por los jóvenes. No porque hayamos pensado: “ahora vamos a darles confianza”. Es que nos hemos visto obligados a dársela. Para seguir adelante ellos tenían que desarrollar personalmente parte del trabajo. Técnicamente, es una especie de modelo anglosajón, donde el alumno prepara los contenidos y mediante una plataforma se los manda al profesor, que parte de ese material. Así se profundiza en la naturaleza de la clase como “diálogo”. Pero, sobre todo, darles confianza –dándoles también instrumentos, un guion de trabajo– ha favorecido un paso de autonomía del que han nacido relaciones preciosas. Me sorprende mucho.

¿Por qué?
El cierre inesperado de los colegios sacó a la luz el gran tema de la libertad. Estos meses, la historia de cada joven y de cada niño ha sido diferente, y la diversidad dependía de esto: de cómo se ayuda e invita al alumno a usar su libertad. Algunos alumnos han florecido, otros se han retirado. El porcentaje más numeroso es el de los primeros, pero ahí está la herida. Lo sorprendente es que los jóvenes que han aceptado el desafío de ser más autónomos son los que más han buscado la relación con los profesores. Para mí, esta ha sido una de las cosas más valiosas. Y si ha hecho falta dar confianza a los chavales, lo mismo ha pasado con los contenidos.

¿Dar confianza a los contenidos?
Sí, me refiero a la selección de temas, autores y textos que tienen la capacidad de sacar a la luz a la persona, al sujeto. El sujeto no lo “crea” la escuela: está ahí y emerge. Eso es lo que significa poner en el centro el valor formativo de los contenidos. ¿Qué contenidos desafían a los chavales para que busquen? Dentro de cada disciplina, ¿cuáles son más capaces de indicar un camino en busca del significado? No se trata de hacer una lista de lo que es imprescindible saber. Para un profesor, significa hacer un trabajo extraordinario y ser audaz al hacer la selección.

Volvamos a la «posesión para siempre» de Tucídides.
Olvidarán a Dante, pero quedará todo lo que hayan saboreado en las relaciones que hayan vivido como Dante: una forma de mirar con la que se dejarán traspasar por el dolor del otro, con la que se rendirán conmovidos al hecho de que la razón ante un revés se adentra en un “más allá”… Y lo mismo pasa con las materias científicas. ¿Qué temas construyen un pensamiento matemático? Hay ejercicios, tal vez más banales desde el punto de vista del gusto de la materia, pero que enseñan una manera de proceder ordenada, un pensamiento crítico. Entonces se trata de decir a los chavales: yo te doy un trabajo, te guio, confío en que estos contenidos puedan interceptar tu sensibilidad e inteligencia, y estoy segura de que tú puedes “darme” mucho más que una repetición de lo que yo te he dicho. La cuestión de la confianza lleva dentro una amplitud…

¿Qué les guía en su trabajo?
La educación a distancia ha sido una prueba de estrés muy potente. Nos ha exigido un esfuerzo inmenso y ha supuesto también una riqueza increíble. Diría que, ante todo, ha sacado a relucir lo que había antes. Hemos reconocido una capacidad de trabajo, de iniciativa, de creatividad que es fruto de una historia. Una historia vivida siempre de manera crítica.

¿Se refiere a la tradición de su escuela?
El Sacro Cuore nace de la pasión educativa de don Giussani y el trabajo que se hace aquí, desde siempre, es para profundizar, aunque sea tormentosamente, en el origen. Para comprenderlo existencialmente.

¿Cuál es ese origen hoy?
Una reflexión continua sobre la naturaleza de la razón. Qué es la razón y qué significa educar ejerciéndola de tal modo que englobe todo lo humano, que permita plantear preguntas a la realidad, no quedarse en la duda sino apostar por una hipótesis segura, con una apertura sincera hacia las cosas. Creo que la insistencia en la razón –no como un mecanismo aséptico sino que involucra a toda la persona– está en el origen de esta escuela. Pero lo más bonito es que esto se ve en una relación “sobre el terreno”, dando clase.

¿Cómo se pasa de la centralidad del sujeto a una perspectiva, y por tanto también a una estructura?
Si de repente hay que cambiarlo todo –como ha pasado– no es que en cuatro días crees un modelo. Pero tienes que estructurarlo: elegir, arriesgar, no puedes seguir adelante improvisando. Nosotros, por ejemplo, decidimos no trasladar el horario de clase completo para replicarlo online. Así que tuvimos que trabajar muchísimo para articular una programación y completar las clases con otros instrumentos: grabando videos, con encuentros individuales y por grupos, corrigiendo tareas, revisando pruebas… y comunicando previamente a los alumnos el plan de trabajo de la semana siguiente, con los deberes que debían hacer. Ha sido un trabajo de locos. Y ha habido una gran sinergia con los profesores. Ahora este también es un punto que indica el camino.

¿Hacer juntos?
El confinamiento ha exaltado la corresponsabilidad. Insisto, hemos visto la enorme potencialidad de cosas que observábamos todos los días pero que no nos habíamos atrevido a mirar de verdad. Como la colaboración de los alumnos en las clases o el Consejo escolar. Es crucial mirar “juntos” a los alumnos y que el itinerario cultural sea concertado, que se comenten las materias, no solo las de tu propia área. Siempre miramos con cierta sospecha la organización, por temor a que todo pueda volverse más rígido. Pero una estructura puede expresar una amplitud de miras, si te alías con lo que brota de la vida, de la historia, de lo que ha pasado y de lo que hemos visto. Siendo flexibles. Se trata de mantener el realismo que nos ha guiado durante estos meses.

Ese mismo realismo también sería deseable en política. Las escuelas concertadas esperan que la crisis rompa los esquemas ideológicos y muestre la necesidad real de la libertad de educación. ¿Qué espera usted de la política?
Durante muchos años he enseñado en la pública y para mí la cuestión sigue siendo la misma: toda escuela es pública. El problema es que funcione y que haya gente capaz de preguntarse por el valor de la educación y por el significado de lo que quiere transmitir.

Pero para algunos centros los recursos económicos son una cuestión de vida o muerte.
Entiendo la necesidad de una batalla política, porque es un atentado a la libertad de educación, pero el camino es buscar interlocutores que muestren el valor de la escuela. Si no, nos quedamos aferrados a paradigmas que nos bloquean. Creo que el problema político es otro: con la escuela educas en la idea de una “comunidad de destino”. Me gusta esta expresión que se ha puesto de moda, porque el destino es la dimensión más personal que hay pero estamos llamados a estar juntos… Y la política no debe evitar esta tensión hacia el destino común que se alimenta en la escuela. La gran responsabilidad de la política no puede reducirse a los recursos. Debe considerar esta tensión y sostenerla de manera concreta.

En estos meses la educación ha estado muy presente en el debate público, se ha reafirmado en todas partes como una prioridad para toda la sociedad. ¿Cómo ve el futuro de su país?
Dando clase puedes hacer crecer –o no– a los chavales con una apertura. Para la EVAU, me entrevisto con ellos uno a uno y me sorprende ver jóvenes que se mueren de ganas de comerse el mundo. Creo que la aportación más decisiva para un país es “sacar adelante” gente deseosa de aprender, de abrirse al mundo, capaz de desarrollar nuevas perspectivas y arriesgar. Que no tenga miedo a la novedad en un mundo que cambia continuamente. En pocas palabras, jóvenes no ideológicos. Ahí se juego el futuro del país. Ahí se juega todo.

Decía que el desafío consiste en no quedarse en la duda sino apostar por una hipótesis segura, ¿cuál?
Fiarse de la propia humanidad. El resultado más conmovedor de la educación es que un chaval pueda medirse con toda su humanidad. Entre los jóvenes hay un riesgo enorme de querer ser teledirigidos: “dime qué quieres y yo lo hago”. ¿Cuál es el antídoto? Ser uno mismo hasta el fondo. La humanidad requiere un trabajo: acontece continuamente en la persona. La educación debe incrementar esto, respetando los “momentos” del joven para que no se convierta en ideología. Realmente hay muchas cosas dentro del momento histórico que estamos viviendo… pero todas se reconducen a la cuestión de la humanidad. Tal vez estábamos un poco aplanados a la hora de percibir lo que somos.