BACHILLERES. Amigos, no solo compañeros de aventuras
Un verano vivido a tope que luego deja dentro un vacío, la rutina de volver a clase, el amigo hospitalizado… Y una pregunta: «Señor, ¿qué quiere con todo esto?». Crónica de la jornada de apertura de curso de GS«Los chicos esperan mucho del día de hoy. Igual que yo». A pocos metros, alguien llama: «Profe, ya van a entrar». «Voy. Nos vemos». Francesca alcanza a uno de los grupos de bachilleres que ocupan el patio del Instituto León XIII. La “espera” en esta inesperadamente cálida tarde milanesa se debe a la Jornada de apertura de curso de Gioventù Studentesca. Mientras el coro canta What can I say?, las sillas del auditorio empiezan a llenarse. Un chico, señalando la tarjeta de entrada, pregunta a su compañero: «¿Pero qué quiere decir esta pregunta? “¿Qué es lo más querido para nosotros?”. Y ahora se ponen a cantar». «Espera». «Al menos son canciones bonitas. ¡Nunca las había oído!».
«“Yo no quiero vivir inútilmente, es mi obsesión”, repetía don Giussani», dice Pigi Banna a los más de novecientos jóvenes presentes y a los que se han conectado desde cuarenta ciudades italianas y diez países extranjeros, hasta Brasil. «Luego está la rutina de las clases, el estudio, por lo que “tengo que pasar cinco días con la nariz tapada para renacer después en el fin de semana”, como escribía Inés». Pero no se puede vivir en estado de apnea, limitarse a sobrevivir. «No estamos aquí para tomarnos un respiro sino para pedir el milagro de respirar siempre. Se lo pedimos a la Virgen. Que esto suceda desde ya».
El rezo del Angelus está marcado por esta petición.
En el escenario, junto a Pigi y Alberto Bonfanti, responsable de GS, hay cuatro chavales. Sus testimonios marcarán el hilo rojo de la jornada.
Andrea cuenta su verano, que ha vivido a tope: vacaciones de GS, quedadas, viajes, Meeting de Rímini. No le ha faltado nada. Unas auténticas vacaciones ciellinas. «Pero la vuelta a casa ha sido de las peores. No era una nostalgia, una falta. Era una vorágine que no podía acallar». Entonces se dio cuenta de que hacía mucho que no rezaba. «Una oración verdadera, un diálogo con Él. Había hecho de “todo”, pero me había perdido a mí mismo. Me di cuenta de que estaba viviendo el cristianismo sin Cristo». Faltaba su presencia, su centro afectivo hacía decaído, aquel que hacía que su vida cantara. Igual que les pasó a los apóstoles. No lo entendían todo, pero le seguían porque respondía a sus necesidades. No basta hacer las cosas cristianas de un modo formal porque eso no vence el vacío. «Por eso hay que pararse, mirar la propia experiencia y preguntarse: “¿Qué es lo que más me interesa?”», apunta Pigi.
Es la pregunta que siente con urgencia Giovanni, en su último año de liceo. «Necesito preguntarme por qué me importa realmente ir a clase, madrugar, prestar atención, estudiar». No basta un buen resultado, ni las mejores notas. «Quiero descubrir qué hay ahí para mí. Por eso hay que estar con los ojos abiertos de par en par». Entonces todo se vuelve interesante y hasta el instituto deja de ser «el templo del engaño y las apariencias», como señalaba una chica. «Con esta mirada, cualquier límite se convierte en inicio de un camino, en peldaño. Es una mirada que hay que mendigar, porque si por mí fuera todos los días decaería». Una mirada que busca entre esos amigos que le han hecho presente la presencia de Jesús. Una amistad atractiva.
Para Lorenzo, el comienzo de curso ha sido duro. Después de un verano estupendo, el instituto aparece como un obstáculo. Horas interminables que nunca terminan de pasar, y de las que conviene librarse lo antes posible para poder por fin vivir. Luego oyó a algunos amigos que contaron en una asamblea que estaban contentos por volver a empezar las clases. «Me impresionaron hasta el punto de volver a encender mi deseo de que todo sea para mí». Un amigo profesor le dijo: «Deja a un lado las quejas, vive poniéndote en juego dentro de la realidad para ver si lo que nos hemos dicho en el equipe y en las vacaciones es verdad». Fue todo un descubrimiento. El descubrimiento de una amistad verdadera. «Amigos no son los meros compañeros de aventuras que nos ayudan a distraemos», explica Pigi, «sino los que reavivan tu humanidad». Entonces vuelves a florecer, te sientes en sintonía con todo, y ni siquiera el dolor es una objeción.
Como le pasó a Ana. En septiembre, un amigo de GS se cayó de un acantilado y entró en coma. Los médicos dieron pocas esperanzas, su situación era muy comprometida. «Desde que pasó fuimos todos los días a misa porque era lo único que podíamos hacer», cuenta Ana. Cada día se preguntaba: «Señor, ¿qué quieres con todo esto? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Existes? El resto de la jornada estaba marcado por la tensión por ver cómo me iba a responder». Milagrosamente, Lorenzo despertó. Y ahora que todo va evolucionando positivamente, «veo que en un instante puedo perder todo lo que había antes». Volvió a descubrirse limitándose a soportar la jornada. «Necesito una pequeña conversión personal para estar igual de atenta que aquellos días». En eso consiste la oración, en una petición sencilla.
«Cuando nos falta el sentido de lo que hacemos», concluye Pigi, «sentimos una vorágine, nos sentimos medidos por todas nuestras reducciones y quejas, por eso nos reconocemos todavía más necesitados, porque no podemos apoyarnos en algo que ya sabemos o en lo que hacemos, solo es posible si viene alguien de fuera a buscarnos, como una gracia, decía san Agustín. Por eso estamos juntos, porque nos hemos sentido tocados, y ahora le esperamos y buscamos. Será bonito ver cómo nos sorprenderá este año, cómo nos hará vivir».
Como le pasó a la joven catalana de la que habla el manifiesto que hace unos días publicaron los Bachilleres de CL en España. «Es el testimonio vivo de lo que acabamos de decir. La verdad se convierte en un punto de juicio sobre todo», señala Alberto. Da igual que se tengan 16, 17, 18 años.
Luego la misa, «para revivir lo que hemos visto, porque deseamos mendigar su presencia», dice Pigi antes de empezar la celebración. Y el ruido de fondo, que desde el final de los testimonios no dejaba de crecer, cesó de golpe.
Mientras esperaban para salir del auditorio, Luisella se acercó a uno de sus alumnos. «¿Qué te ha parecido? Pareces triste». «No, no lo estoy. Es que de estos encuentros sales con la nostalgia de Cristo centuplicada. Tal vez sea ese sentimiento lo que llevo en la cara».