James Arthur Baldwin (Foto Allan Warren via Wikimedia Commons)

James Baldwin. La vida que hay en ti

La ausencia del padre, el escándalo del racismo, las preguntas sobre el mal, la necesidad estructural de Dios. Centenario de uno de los grandes escritores estadounidenses del siglo XX, conciencia de una época
Stephen G. Adubato

Descubrí a James Baldwin por primera vez una noche de verano buscando en Netflix. El provocador título I am not your negro (Yo no soy tu negro) llamó mi atención. El documental presentaba una secuencia de videoclips, imágenes de la época de los derechos civiles y entrevistas a Baldwin, intercalados con la voz en off de Samuel L. Jackson leyendo algunos textos. Varios activistas de los derechos civiles abordaron el racismo como un problema político que resolver principalmente mediante cambios políticos. Pero para Baldwin, el racismo era un problema humano, que le permitió sondear a fondo su corazón. Este dolor suscitó en él una serie de preguntas personales, o existenciales, sobre la naturaleza humana y su identidad. ¿Cómo es posible que haya seres humanos que cometan semejantes actos de maldad? ¿Cómo se puede estar tan ciego ante la humanidad de tus hermanos y hermanas? En vez de conformarse con respuestas sentimentales o ideológicas, Baldwin ahondó en estas preguntas, dejando que se convirtieran en puntos de referencia para un viaje que duró toda su vida.

Enseguida recordé algo que me pasó en segundo de primaria, estudiando los movimientos por los derechos civiles y la vida de Martin Luther King Jr. Recuerdo que me quedé desconcertado el día que nos enteramos del asesinato de King. Aquella noche me costó dormir porque no podía dejar de llorar. Mi madre entró y me preguntó qué pasaba. «No entiendo cómo han podido hacerle eso. ¿Cómo se puede hacer algo tan malo a una persona tan buena?». Al día siguiente fui al colegio con la esperanza de que mi profesora me ayudara a comprender. Me respondió: «Es que el racismo lleva mucho tiempo arraigado en nuestro país. Por eso debemos luchar por una sociedad más justa».

No parecía haber entendido el verdadero sentido de mi pregunta. Entendía por qué James Earl Ray le disparó. Tenía claro que el legado de la esclavitud y de Jim Crow (personaje imaginario símbolo de la discriminación racial, ndr) hacía que algunos americanos se sintieran amenazados por la idea de que los negros tuvieran los mismos derechos que los demás. Me di cuenta de que lo que estaba intentando entender era el fenómeno del mal en sí. ¿Por qué existía? ¿De dónde venía? Cuando mi profesora comprendió que mi pregunta era de naturaleza más existencial, dijo: «No podemos conocer la verdadera respuesta para preguntas así. Solo debemos intentar hacer que el mundo sea un lugar mejor». No me gustó aquella respuesta, y creo que a Baldwin tampoco le habría gustado.

James Baldwin nació en Harlem (Nueva York) en 1924, y su infancia coincidió con el final de un periodo de renacimiento artístico llamado Harlem Renaissance y el inicio de la Gran Depresión. Se crio con su madre y su padrastro, y nunca conoció a su padre biológico. Su padrastro era un pentecostal radical con problemas de salud mental que a veces le llevaban a atacar violentamente a su hijastro. Baldwin describió la repugnancia que sintió al verlo muerto en el féretro y todo el odio que se agitaba en su interior.

En sus Notas de un hijo nativo, Baldwin compara su experiencia de hijastro no querido con la de negro americano, señalando que la cultura estadounidense trata a los negros como hijastros no deseados. Vivió su experiencia de racismo más inquietante en la mesa de un bar de Nueva Jersey en 1948. Una oleada de rabia se adueñó de él cuando la camarera le dijo: «aquí no servimos a negros». Perdió el control y acabó arrojándole un vaso. Ella se agachó y el vaso hizo pedazos el espejo que colgaba en la pared. Cuando volvió en sí y salió corriendo, escribe, «no veía nada con claridad, pero veía una cosa: que mi vida, mi vida real estaba en peligro, y no por algo que pudieran hacer los demás, sino por el odio que sentía en mi corazón». Alimentaba esta suerte de odio no solo hacia los racistas blancos, sino por su propio padrastro.

Baldwin llegó a ser una de las voces más potentes de la literatura americana del siglo XX. Su trabajo tocó temas como el sexo, la raza o la lucha de clases de un modo muy adelantado a su tiempo. De joven, reconociendo cada vez más esa correlación entre las heridas que le causaba su padrastro y las que sufría la América racista, cultivó su determinación de combatir la injusticia y el odio en todas sus formas. «Pero esta lucha empieza en el corazón y ahora me toca a mí mantener mi corazón libre de odio y desesperación». La idea de disfrazar sus heridas con el odio hacia su padrastro o con la cultura racista de Estados Unidos no le bastaba. Sabía que ser libre de verdad implicaba sanar esas heridas.

La mala relación de Baldwin con su padrastro le llevó a buscar desesperadamente modelos y mentores durante su adolescencia. El más impresionante fue Beauford Delaney, a quien conoció en Greenwich Village en 1940. Baldwin quedó fascinado inmediatamente por su calor humano, su carisma y su visión artística. Uno de los recuerdos más impactantes que Baldwin guarda de Delaney es cuando iban caminando por una calle en plena tormenta y Delaney le señaló un charco y le preguntó qué veía. Baldwin respondió que solo veía agua. Delaney le pidió que volviera a mirar. Esa vez Baldwin notó unas manchas de aceite flotando que le devolvían con reflejos multicolores los edificios de alrededor. Delaney fue para él como su «padre perdido hace tiempo», que nunca le dio lecciones pero le animó a reconocer la belleza incluso en la fealdad, tanto interior como la del mundo alrededor.

Baldwin aprendió a mirar a través de la mirada de su mentor, afirmando que «la realidad de su mirada me hizo empezar a ver». En su ensayo Nada personal, una monografía de 1964 que incluía fotografías de Richard Avedon, Baldwin hablaba del «milagro del amor» que empieza a «tomar carne» cuando nos encontramos con alguien que abraza nuestras heridas y no tiene miedo a mostrarse vulnerable con nosotros. Delaney no fue un milagro, pero ayudó a Baldwin a ser más receptivo frente a ese milagro, viniera de donde viniera.

Muchos de los éxitos de Baldwin y gran parte del lenguaje que usaba hunden sus raíces en su educación pentecostal. Se alejó de la iglesia de su infancia (y de la religión como institución en general) a causa de su naturaleza moralista y pietista, que no llegaba hasta el corazón de la humanidad herida y necesitada de las personas que Cristo vino a salvar. También luchó por conciliar sus tendencias homosexuales con los preceptos bíblicos de la moralidad sexual. Pero a pesar de alejarse, conservó una gran conciencia de su necesidad “estructural” de Dios, como dice Giussani en el capítulo 5 de El sentido religioso citando un diálogo de su Blues para Míster Charlie:

RICHARD: Ya sabes que no creo en Dios, abuela.
MAMÁ HENRY: No sabes lo que dices. No puedes dejar de creer en Dios. Eso es algo que no depende de ti.
RICHARD: ¿De quién depende, pues?
MAMÁ HENRY: De la vida que hay en ti, de la vida que hay en ti. Esta sabe de dónde proviene, esta cree en Dios.

Ironías del destino, fue justamente dejando la iglesia como Baldwin llegó a comprender su necesidad de salvación, de una respuesta “revelada” a sus preguntas. Igual que pudo juzgar mejor su experiencia como americano cuando salió de su país. Los años que pasó en Francia desde 1948 le permitieron dar un sentido a la grandeza y a los errores que definían su cultura. La fidelidad de Baldwin para ir hasta el fondo de su humanidad herida le permitió reconocer la necesidad de un amor más grande y una felicidad más verdadera. Baldwin permitió que el mal de los linchamientos, la segregación y el odio lo provocaran, suscitado su estupor. Aunque valoraba a los que se esforzaban en corregir los defectos del sistema que originaban las injusticias sociales causadas a los negros americanos, comprendió que la raíz moral del mal del racismo no solo podía abordarse como un problema que resolver sino como una pregunta con la que vivir.

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A pesar de que han pasado 37 años desde la desaparición de Baldwin, su obra resulta cada vez más actual. Supone una lectura exigente. Dijo muchas veces que su intención era sacudir la autocomplacencia de los blancos. Conviene revisar la vida y obra de Baldwin en estos tiempos polarizados, no porque esté de acuerdo con todas las conclusiones a las que llega (que no lo estoy) sino porque plantea preguntas incisivas, importantes, cuando no cruciales, que todos debemos afrontar. Baldwin fue capaz de volver a sus orígenes y afrontar temas fundamentales de la experiencia humana.

Sus preguntas, profundas pero universales, son capaces de atravesar las divisiones ideológicas y abrir un camino común que invita a todos los seres humanos, blancos y negros, de derechas o izquierdas, ateos y religiosos, a ir hasta el fondo de su experiencia y mirar más de cerca la realidad.