Jon Fosse (foto Ansa-Zumapress/Jessica Gow)

Jon Fosse. En manos de Otro

El Nobel de Literatura 2023 es un noruego que vive en el palacio real, escribe sin puntos y está convencido de que «todo conduce a Dios, por eso convergen la religión y el arte» (de "Huellas" de noviembre)
Alessandro Gnocchi*

En Noruega ya era un héroe nacional antes de que le otorgaran el Premio Nobel de Literatura 2023. Jon Fosse, nacido en Haugesund en 1959, dramaturgo, narrador y traductor, llevaba años viviendo en la residencia real de Grotten en Oslo. Hasta el rey Harald V es admirador suyo… Fosse es el autor noruego más representado en escenarios de todo el mundo después de Ibsen («Le admiro muchísimo, pero no me gusta su estilo»). Sus maestros son sus compatriotas Tarjei Vesaas y el irlandés Samuel Beckett («Temía tanto su influencia cuando estaba escribiendo mi primera obra de teatro que, como queriendo responder a Esperando a Godot, la titulé Alguien va a venir»). Como novelista, Fosse se declara deudor de Franz Kafka, de quien tradujo El proceso, aunque alcanzó
su madurez, entre otros, gracias al Fausto de Goethe.
Dice Fosse que hay dos cosas fundamentales que le permiten hallar inspiración: la música y el paisaje de Vestlandet, donde se crio. Conserva una barca y una caseta en el mar que visita a menudo. La de Fosse es una escritura difícil. Su estilo no establece un punto firme, las repeticiones son obsesivas, aunque a veces se dulcifican dando un ritmo hipnótico a sus páginas. Cuando lees a Fosse tienes la impresión de estar adentrándote en territorio desconocido.
Ese es el motivo por el que un escritor tan difícil en realidad es para todos. Porque nos lleva a un lugar ignoto tratando de iluminarlo con una prosa lírica y encantadora.

Decía Wittgenstein: «De lo que no se puede hablar es mejor callar». Pero añadía que las cosas de las que no se puede hablar, por desgracia, suelen ser las más decisivas de la vida. Wittgenstein es un punto de referencia para Fosse. Como buen alumno, llegó un momento en que el escritor traicionó a su maestro austriaco.
De hecho, puso en el centro de su obra algo de lo que no se puede hablar porque no responde a las leyes de la lógica: la espiritualidad. Si no responde a la lógica, tal vez podrá responder al arte. Dice Fosse: «Para mí el ser humano es espiritual. Tanto el lenguaje como la literatura tienen una especie de existencia espiritual o invisible. Esa es la dimensión que les confiere la importancia que tienen. Hay una especie de dimensión religiosa en mi escritura o tal vez, mejor dicho, una dimensión mística. Soy una persona religiosa». Católico con matices gnósticos, dice que «la confesión, a fin de cuentas, tampoco tiene tanta importancia». Sin lugar a dudas, todos los personajes de Fosse están atravesados por una duda: Dios existe, pero ¿y si no fuera omnipotente? De lo contrario, ¿cómo se explica el Mal? Fosse cree en la existencia del diablo y en su lucha sin tregua por arrebatarle almas a Dios.

En su novela Mañana y tarde, Fosse decide contar qué es el hombre mediante dos momentos fundamentales en la vida: el nacimiento y la muerte. El sentido de nacer y el misterio de morir. El niño, fruto del amor, querido con fuerza, se prepara para afrontar el mundo. Nacer, vivir, morir: no es una carrera desde la nada hasta la nada a través de la nada. No, la presencia de Dios, pero también la de Satanás, dan significado a nuestras palabras y a nuestras acciones. De hecho, la palabra es la Palabra. De vez en cuanto, las páginas de Fosse tiemblan de miedo.
¿Y si las palabras y la Palabra no tuvieran sentido, o si tuvieran un sentido inalcanzable, incomprensible?
¿Y si no hubiéramos establecido, entre nosotros y con Dios, un verdadero pacto porque las palabras no son verdaderas? ¿Y si todo estuviera «separado, separado» y el llanto del recién nacido, como el último aliento del moribundo, no fueran más que un «chillido»?

Ese temor explica el estilo de Fosse. La repetición de palabras y de expresiones enteras, la ausencia de puntos que aísla y subraya a la vez ciertos términos, la puntuación reducida a su mínima expresión porque la armonía es hija de las palabras y no de la armadura que montamos a su alrededor. Todo funciona gracias al sentido innato del ritmo. No en vano Fosse escribe sonetos impecables desde el punto de vista métrico. Las páginas de Fosse no se alejan demasiado del Molloy de Samuel Beckett, pero tienen un significado opuesto. Beckett ahonda en sí mismo sin encontrar nada y esa búsqueda frustrada a veces te hace reír de desesperación, otras veces te hace llorar de desesperación. Provoca risa y llanto.

Fosse, en cambio, abre la puerta de par en par y sale en busca de confirmaciones. La muerte es un paradójico retorno a casa después de un tortuoso y kafkiano sendero por el que nos encontramos con nosotros mismos y con nuestros seres queridos para un último adiós, no sin miedo, antes de llegar al otro lado, donde está todo lo que amamos y falta todo lo que odiamos, donde todo está separado pero sin división. Y aquí las palabras por fin callan, igual que calla Dante abrumado por su visión. Resulta extraño ver cómo la vanguardia, normalmente nihilista, se acerca a la orilla de Fosse. Si nos preguntamos qué es el Bien y quién es el bueno en sus libros, encontraremos respuestas sencillas, aunque el camino para llegar hasta allí sea tortuoso.

El hombre bueno en Mañana y tarde es el pescador Johannes, que no sabe nadar, que ha luchado contra la pobreza para mantener a su mujer y a sus siete hijos, que ama y es amado por su hija Signe, que tiene amigos sencillos como él, que nunca ha abandonado la isla donde nació.

Mañana y tarde es la mejor manera de acercarse a la obra de Fosse, pero su obra maestra es Septología, que le ha valido el Nobel por «sus innovadoras obras de teatro y su prosa, que dan voz a lo indescriptible». Septología se compone de siete novelas que reflexionan sobre lo que decimos realmente al decir “yo”. Según Fosse, «esta novela de 1.250 páginas está escrita con la forma de un monólogo. Un artista anciano, el cristiano Asle, habla consigo mismo como si se tratara de otra persona. Pero pronto descubrimos que efectivamente existe otro Asle...». Dejaremos al lector el placer y la sorpresa de entender cómo se cruzan las vidas de uno y otro Asle. Estilísticamente, esta obra se parece a Mañana y tarde y expone, más que la anterior, la vocación teatral de Fosse, autor de más de treinta dramas. La novela se mantiene unida por un arco temporal de siete días en cada parte.
Además, cada libro comienza con la misma frase y concluye con la misma oración a Dios. Es central el tema de la Cruz.

El otro nombre (Septología I y II) comienza con el pintor Asle lamentándose por no haber podido terminar nunca una crucifixión. Yo es otro (Septología III a V), tomado de una cita de Arthur Rimbaud, nos muestra al artista de joven y explora una posibilidad. En efecto, Asle habría podido ser otro si hubiera tomado otras decisiones.

Al mismo tiempo realiza una reflexión abismal sobre el arte, la religión y la vida. «También el bautismo participa de la verdad, también el bautismo puede conducirte hacia delante, bueno, conducirte a Dios, pienso, al menos a Dios tal como yo puedo pensarlo, pero también conducen a Dios las otras maneras de pensar y creer en la verdad, todo lo que se vuelve con seriedad hacia Dios, ya se use la palabra Dios o se sea tan sabio, o tan humilde, frente a la divinidad desconocida que no se use la palabra, todo conduce a Dios, y en ese sentido todas las religiones son una, pienso yo, y en ese sentido convergen también la religión y el arte, también porque tanto la Biblia como la liturgia son ficción, imágenes y poesía, son literatura, teatro y artes plásticas, y como tales tienen su verdad, porque evidentemente el arte también tiene su verdad, pienso».

La superposición de arte y religión es completa. «Por lo que a mí respecta, ni la experiencia que he tenido de la vida ni la experiencia que he tenido de la muerte me ha movido de mi tranquilo ateísmo; sin embargo la escritura lo ha hecho, días y años de escritura, días y años de confrontación total con lo escrito; en los momentos felices, no en la confrontación, sino dentro de lo escrito. La escritura es lo que me ha transformado y lo que ha disuelto mi reprobable certeza, sustituyéndola por una humilde seguridad de estar entregado a otro y en las manos de ese otro. Lo que soy, yo mismo, es por tanto un yo con la condición de la gracia de uno y de ese otro», afirma en uno de sus ensayos gnósticos.

Así se comprenden mejor sus palabras después del Nobel, un Premio que en su caso exalta «la literatura que ante todo quiere ser literatura, sin tomar otras consideraciones». Esas «otras consideraciones» pueden ser el compromiso político o la identidad pop. No en vano, Fosse criticó la asignación de este reconocimiento a Dario Fo y Bob Dylan. El papel de la literatura «que quiere ser» literatura es infinitamente más complejo y decisivo cuando, como hemos visto, trata de ser intermediario de la divinidad.

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Fosse es un autor contracorriente. Usa la vanguardia para restaurar la tradición, no abusa de la ironía, no conoce, al menos en su narrativa, el sarcasmo. Su lengua, dice quien le traduce, tiene el ritmo refinado del poeta pero también la fuerza primordial de las palabras que usan los campesinos. Fosse toma en serio la vida y la muerte. Su solución para el dolor del mundo podría parecer insuficiente si no supiéramos cómo llegó hasta ahí. Sus gestos sencillos y gentiles están cargados de una fuerza inédita. Son un buen inicio para salvarse, a uno mismo y a los demás.


*periodista y escritor, responsable de las páginas culturales de "Il Giornale"