Dorothy Day en 1916

Trabajo. La revolución de Dorothy Day

Se cumplen noventa años del nacimiento del Movimiento Obrero Católico en Nueva York. Hablamos con Giulia Galeotti sobre la experiencia más significativa del catolicismo social en Estados Unidos y de sus fundadores
Ivo Paiusco

Hace noventa años, el 1 de mayo de 1933, en Union Square (Nueva York), durante la tradicional manifestación de trabajadores, se publicó el primer número de la revista The Catholic Worker, que se vendía a un centavo. Sus fundadores eran Dorothy Day y Peter Maurin. Este periódico dio vida a un movimiento homónimo, que se convirtió en la experiencia más significativa del catolicismo social de Estados Unidos, que dio una gran aportación a la maduración de la conciencia social católica sobre el trabajo, el servicio a los pobres y el cambio social en un sentido cristiano. Hablamos con Giulia Galeotti, periodista y responsable de las páginas culturales de L’Osservatore Romano y autora de un libro titulado ¡Somos una revolución! La vida de Dorothy Day.

El objetivo del Catholic Worker era lograr una sociedad más justa mediante personas que eligieran voluntariamente la pobreza y la práctica de las obras de misericordia. Maurin, que sentó las bases conceptuales de la revista, partía de la constatación de que sociedad y mundo económico e industrial se habían alejado del cristianismo. Superar esa separación y reconciliar la vida con la fe era su objetivo. ¿Cómo se inserta en esta línea de actuación el tema del trabajo?
El trabajo –entendido como don y servicio de cada uno a la comunidad, cuya finalidad no es el beneficio sino el cumplimiento cristiano– es fundamental en el discurso de Maurin. Pero la referencia al trabajo en nombre del Catholic Worker se debe a Day, la enésima demostración de cómo la amistad entre dos personas, tan distintas y tan en desacuerdo prácticamente en todo, puede dar unos frutos inmensos. Él propone The Catholic Radical (radical es quien va a la raíz de los problemas sociales y personales), pero ella no está convencida. De hecho, en su opinión, el nombre debe referirse al lector al que se dirige el periódico, más que a la actitud de sus directores. Porque el Catholic Worker es el periódico de los que no tienen trabajo: los pobres, los que no tienen nada, los explotados. El nombre es un manifiesto, y por sí solo ya molesta a muchos. Al oírlo por primera vez, muchos los asocian equivocadamente al comunista Daily Worker; otros en cambio lo consideran demasiado católico, y otros demasiado poco. Lo que sin duda deja estupefactos tanto a los creadores del capitalismo como a los comunistas es la idea, fuertemente arraigada en las Escrituras, de que debemos ganarnos la vida con el sudor de nuestra frente, no con el de otros. Y que cualquier excedente debe ser compartido con quien lo necesita. El secreto del trabajo cristiano está aquí.

Según Maurin, para lograr el cambio, hace falta un pensamiento adecuado. De ahí el eslogan “culto, cultura y cultivo”. Por otra parte, “cultura, caridad y misión” son tres aspectos fundamentales de la vida cristiana según don Giussani. ¿Podríamos decir que también se trata de tres pilares del pensamiento del Catholic Worker, hasta tal punto que si dejamos fuera solo uno ya sería imposible vivir una experiencia cristiana en su integridad?
Sí, de lo contrario la mesa no se sostiene en pie. Cuando conoce a Day, lo que Maurin tiene en mente es un programa de acción para llevar a cabo una revolución pacífica, personalista, comunitaria y verde, articulada en las tres “c”: culto se refiere a las convicciones fundamentales que mantienen unida a una sociedad, cultura es la manifestación de esas creencias fundamentales, y cultivo es el desarrollo de la actividad económica local apoyada en un cultivo sano de la tierra, no con fines de lucro sino de subsistencia. A Maurin, de hecho, no le gustan las revoluciones políticas. Lo que apoya es una revolución de la persona que se articula en una publicación capaz de llegar al hombre de la calle y de introducirlo en las enseñanzas sociales de la Iglesia. Quiere que los obispos abran casas de acogida para los necesitados, para la práctica de las obras de misericordia, ejercidas de persona a persona, oponiéndose a los procedimientos burocráticos estatales; comunidades agrícolas para apoyar a los desempleados de tal forma que todos, desde los intelectuales hasta los obreros, puedan volver a la tierra. Es la «revolución verde», como él llama al movimiento agrario décadas antes de que esa expresión se pusiera de moda. El mundo –afirma Maurin (que cita a menudo las encíclicas sociales, sobre todo la Rerum Novarum de León XIII, «el Papa de los obreros»)– está sumido en un terrible desastre, pero la crisis podría evitarse si la gente aceptar una verdad tan sencilla como la encarnación: Dios ha venido a la tierra para mostrar a los seres humanos cómo deberían vivir. Para él, pobreza, conflicto social y guerra confluyen en el hecho de que hemos sacado lo eterno fuera de la historia. Así que lo que quiere hacer es reintegrar lo eterno dentro de la experiencia humana. Maurin, que tiene una fe total no solo en Dios sino también en el hombre, percibe la tremenda importancia que tiene esta vida, la dignidad del obrero y la dignidad del trabajo, ve al hombre como “co-creador”.

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Según el Catholic Worker, el trabajo es una respuesta al problema de la alienación porque se ofrece a la persona la oportunidad de mantener a su familia siendo libres. En la sociedad capitalista y de consumo, los trabajadores están obligados a hacer trabajos que no concurren al bien común. Esta concepción del trabajo puede parecer anacrónica, como si hoy solo fuera válida para unos pocos. ¿Cuál es la aportación más actual del Catholic Worker al cristiano comprometido en su trabajo?
A muchos les resulta extraño que Maurin se preocupe tanto por aspectos como negocios, economía, trabajo, capital, maternidad de las trabajadoras; y es que está convencido de que estas son cuestiones vitales para la Iglesia, en una perspectiva que se combinará perfectamente con la de Day. Porque para el Catholic Worker, defender a los desempleados y a los trabajadores explotados coincide con defender la paz y el amor; vivir bien el trabajo cotidiano es realizar día tras día la paz y el amor, una visión tan extraña hace noventa años como ahora. Day pone muchos ejemplos de cómo los empleados y empleadas son traicionados continuamente por el Estado, por las ideologías, por la Iglesia. Y yo añadiría que por personas presuntamente de buena voluntad. ¿No le parece que esa traición se sigue dando en nuestra sociedad civil actual? En los años 40, la oración de los trabajadores de la asociación empezaba diciendo: «Señor Jesús, carpintero de Nazaret, tú eres trabajador como yo». ¿Cuánto hemos perdido de estas palabras? Si el trabajo absorbe a la persona, si la persona no sabe darle un sentido a su trabajo, tal vez es que no hemos entendido absolutamente nada del carpintero de Nazaret.