Eugenio Borgna (Foto: Marina Lorusso)

Eugenio Borgna. Palabras vivientes, escucha del alma

Primero sus asistentes, médicos jóvenes que eran de CL. Después conoció a Giussani, una presencia indeleble que «me ha acompañado en el camino de mi vida». La contribución del gran psiquiatra (de Huellas de febrero)
Eugenio Borgna

En mi memoria interior, tal como la define san Agustín en su espléndido libro de las Confesiones, que todos deberíamos leer y releer, renacen de manera luminosa mis recuerdos de don Luigi Giussani, que han dado sentido a mi vida. Yo era el director de un hospital psiquiátrico en Novara y luego, desde 1978, año de su cierre, pasé a dirigir una planta de psiquiatría en el hospital civil de la ciudad. Esto me permitía tener como asistentes a varios médicos jóvenes que se especializaban en psiquiatría en la Universidad de Milán y venían a trabajar con nosotros. La vida avanza de manera imprevisible. Algunos de estos jóvenes asistentes pertenecían a Comunión y Liberación y me dieron a conocer a don Giussani. Tengo un recuerdo vivo y muy nítido. Sus palabras, su sonrisa, su atención y su ternura, su testimonio de una escucha del alma y de una esperanza luminosa contra toda esperanza, como la define san Pablo, siguen vivos en mi memoria y en mi corazón.

Ese fue el primer encuentro, al que siguieron otros, especialmente el que tuve en Corvara in Badia hace tiempo. No he olvidado nada de aquella jornada radiante tan lejana. La música, la quinta sinfonía de Beethoven, abría y acompañaba el desarrollo del encuentro en una sala inmensa, abarrotada de jóvenes y no tan jóvenes, fascinados y conmovidos por las palabras de indecible belleza espiritual de don Giussani. Hubo otros encuentros, llenos de su extraordinaria riqueza humana y cristiana, que siempre dejaban en mi corazón un rastro indeleble de emoción y conmoción.
La cultura y las palabras que le animaban, la luz de su fe y esperanza, se asociaban a su inteligencia y gentileza, a su generosidad y ferocidad, a su caridad y a su testimonio de oración y de verdad. Cualidades humanas transfiguradas a la luz de la Gracia, que las hacía aún más resplandecientes, y me sumergía en los horizontes infinitos de la interioridad: su interioridad y la mía, allí donde, como dice también san Agustín, mora la verdad.

Su capacidad de escucha era extraordinaria, animada por palabras y gestos, por su sonrisa y la acogida con que sabía donarse ante expresiones de alegría y de sufrimiento, las suyas y las de los demás. Pero, incluso cuando la enfermedad invadió su vida, nada cambió en su manera de escuchar, de participar en el dolor de los demás, olvidando el suyo propio y testimoniando sin cesar una manera tan suya de estar, con la oración, con la luz de la mirada, con el corazón en silencio y con una acogida mística del sufrimiento. Su vida se confrontaba con el sufrimiento siguiendo el rastro de un luminoso e indescriptible testimonio de fe y esperanza, de caridad y entrega, que daban sentido al vivir y al morir.
Su presencia radiante e indeleble me ha acompañado en el camino de mi vida y sigue formando parte de mi memoria y de mi oración. No puedo dejar de decir que todos nuestros encuentros se desarrollaron en un clima de escucha y atención, esa atención de la que Simone Weil decía que era oración, ensanchando mi corazón a la esperanza. De cada encuentro, podría recordar la fecha y el lugar, salías reanimado interiormente y más sereno, lo que te hacía vivir con más coraje y confianza, incluso en las noches oscuras del alma, como las llamaba san Juan de la Cruz.

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A estas experiencias de vida interior no podría dejar de añadir la importancia de la lectura de los libros de don Giussani, donde sus extraordinarias dotes humanas y cristianas se mezclan con sus conocimientos teológicos y filosóficos, literarios y psicológicos, despertando en el alma meditaciones arcanas que, en el silencio y en la oración, siguen dando sentido a cada palabra suya escuchada o leída.
Las palabras son criaturas vivientes y en Comunión y Liberación hay semillas de todas las formas de vida, que quieren trascender los límites de nuestro yo extendiéndolas hacia la interioridad que habita en nosotros, y liberándonos de las prisiones del egoísmo y de la cerrazón en nosotros mismos. Solo así nuestra vida se cumple a la luz de lo que fue el testimonio profético de don Giussani.