Don Giussani en Tierra Santa (© Fraternità di Comunione e Liberazione)

Un ideal presente

Su militancia en Lucha Continua, su encuentro con un cristianismo y vivo y esa inquietud que no le abandona. Diálogo con Antonio Intiglietta sobre su amistad «sin defensas» con el fundador de CL. De Huellas de febrero
Paola Bergamini

Al salir del restaurante, don Giussani se gira hacia Antonio y dice: «“Solo Tú –pensándolo–, oh ideal, eres verdadero”. ¡Adiós!». Y se va. «Como solía pasar con un grupito de amigos de la universidad que íbamos a hablar con él, a discutir, incluso a bromear. Horas llenas de intensidad y entusiasmo. Recuerdo perfectamente lo que pensé en ese momento: ¿qué quiere decirme? Porque me lo había dicho a mí, no a otro. Es una pregunta que aún me acompaña a mis 65 años. Ese verso de Carducci no me deja tranquilo», afirma el empresario italiano Antonio Intiglietta, presidente de GEFI (entidad dedicada a la gestión de espacios y recintos feriales en Italia, ndt.) que, siendo productor de vino, dio vida a la primera Wine Sharing Company.
Y es que Antonio nunca estuvo tranquilo, tampoco de joven. Lleva dentro una «inquietud existencial», como él dice. Buscó respuesta en el compromiso político, primero en los comités del barrio donde vivía, en la periferia milanesa, para luego militar en Lucha Continua. Pero algo no le cuadraba. En la parroquia, con Mario Peretti, conoció la experiencia de un cristianismo vivo y pasó de LC a CL. Sus primeros años en Gioventù Studentesca se entusiasmó pero para él, que es super organizativo, el movimiento se acabó convirtiendo en una constelación de cosas que hacer, en el fondo una militancia más. Volvió a aflorar entonces su inquietud. Nuestra conversación empieza en aquel momento que marcó y marca su vida.

En 1975 se matricula en Ciencias Políticas en la Universidad Católica. ¿Qué pasa allí?
En la universidad me topo con una realidad del movimiento bien estructurada, con Escuelas de comunidad divididas por facultades y cursos. Una organización perfecta, ¿y bien?, me preguntaba. Me hice amigo de Luigino Amicone y Antonio Simone, luego de Roberto Fontolan y Emanuele Banterle que, como yo, estaban hartos de iniciativas, de una cierta ideología intelectual que se respiraba en el ambiente. No estábamos a gusto y vivíamos un poco marginados de la comunidad. En un momento dado decidimos romper los esquemas y empezar a vernos sin divisiones por facultad o curso, con quien estuviera.

Aquel año don Giussani propone a Laura Cioni la responsabilidad de los universitarios de CL en la Católica. Ella le pregunta cómo hacer frente a una tarea tan exigente. «Hazte amiga de cinco y llegarás a cincuenta», fue su respuesta. Esos cinco erais vosotros.
Laura se dio cuenta de nuestra actitud crítica, percibió una humanidad viva. Ella es quien nos introduce en la relación con Giussani, al que solo veíamos en el curso de Introducción a la Teología sobre El sentido religioso. A partir de ahí nació una amistad con él totalmente informal, sin defensas. Lo buscábamos, nos veíamos en un restaurante de la plaza Aquileia, por las mañanas en el bar de la universidad o cerca de su casa… La conversación siempre era muy viva, sin preocuparnos por estar o no de acuerdo. Dentro de esta relación tan estrecha nos pusimos en marcha con una dinámica que no era organizativa sino que consistía en afrontar los problemas de la vida. La universidad era una ventana abierta al mundo. La CUSL (Cooperativa Universitaria de Estudio y Trabajo) nació para transformar los apuntes de Ciencias Políticas en cuadernos accesibles para todos. También buscábamos apartamentos para los de fuera. Según el interés de cada uno, organizábamos cine-fórum y torneos de fútbol. La subida de las tasas fue el detonante de una contestación bastante irónica. Nuestra capacidad creativa nacía de esa amistad cotidiana que nos lanzaba a la vida.

¿Qué te llamaba la atención de Giussani?
Había momentos en que, mientras hablaba, sentía un nudo en la garganta. Me parecía la misma experiencia de los discípulos de Emaús: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?». Giussani era igual, un hombre que vivía una experiencia de fe tan fascinante que atraía. Que quede bien claro, no atraía hacia sí, sino hacia lo que le atraía a él. Recuerdo un episodio.

Cuenta.
Una noche, cenando, le digo: «Quiero quedarme ligado a ti, eres como un padre». Él me responde: «¡Espera un momento! A mí no». En cuanto notaba que reducías la relación a algo sentimental, te remitía a lo que él estaba viviendo. Cada aspecto de la realidad era una provocación. Recuerdo cuando fuimos a ver a Giovanni Testori porque a uno de nosotros, Riccardo Bonacina, le había impactado un artículo suyo en el Corriere della Sera. Giussani no te decía qué hacer, te lanzaba a una amistad con él. Una tensión que yo no quería perder aunque acabara la universidad.

¿Y qué pasó?
Deseaba un trabajo que diera continuidad y forma a lo que había vivido. No tenía en mente una profesión concreta ni ninguna carrera en particular. Fue Giussani quien me dio la pista. Me dijo: «Tienes un don, una fuerte capacidad organizativa. ¿Por qué no intentas dar una dimensión más estructurada a toda la creatividad artística que hay en el movimiento?». Así nacieron el Consorcio del espectáculo, la compañía teatral de los Incamminati, el compromiso de la administración pública en el ayuntamiento de Milán, hasta llegar a GEFI y las viñas de Salento. Seguí la provocación de la realidad teniendo claro que el trabajo es expresión de uno mismo, no una ocupación.

¿Y esa inquietud que llevabas dentro?
Siendo adulto puede convertirse en moralismo, rigidez, esquematismo, incluso resentimiento. Para mí, el encuentro con Julián Carrón y la propuesta de su experiencia me devolvieron al origen de mi encuentro con Giussani, es decir, a reconocer el gran interés que tenía para mí el Hecho cristiano. Volví a sentir el nudo en la garganta. Fue un nuevo relanzamiento. Llegó un momento en que pensaba que el cumplimiento de una obra se debía a las propias capacidades en nombre de un ideal. Pero es al contrario. El ideal plasma tu vida y lo que haces lo comunica. No es que hagas las cosas en nombre de Dios, es que Dios es lo que te pone en movimiento. Carrón vive así. No puedo imaginar una continuidad de esta experiencia separada de la impostación metodológica en la que se nos ha educado. Hace unos años fui a verle y le dije: «Dimito de todas mis responsabilidades en el movimiento».

Antonio Intiglietta

¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
Percibía una cierta distancia entre cómo vivía él esta experiencia y cómo yo la estaba “encerrando” dentro de un esquema. No estaba a gusto conmigo mismo. Él me dijo: «Hay un momento en que te das cuenta de que debes dejar marchar las cosas si no quieres que todo se bloquee. Eso es la paternidad». Fue un punto de ruptura y se lo agradezco. Me liberó de una reducción del movimiento a una estructura de pensamiento, a un comportamiento moralista o, peor aún, dada mi edad, a un bonito recuerdo… a una nostalgia del pasado.

¿Y entonces?
El movimiento se genera por relaciones que Dios te regala. Con Giussani fue así porque no tenía el problema de “meter” a la gente en CL. Él se encontraba con todo y con todos. Una vez, después de un consejo municipal, Elio Quercioli, asesor de izquierdas, me dijo: «Giussani ha sido fundamental en mi vida». Encontrarse con él “perturbaba” la vida.

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¿Qué significa “perturbar”?
Una tarde estábamos en el segundo claustro de la Católica y nos dijo: «Mirad el cielo, la hierba, ese árbol. Si ahora llegase una perturbación, todas estas cosas seguirían igual, pero vuestra percepción cambiaría. Así es la presencia en la vida: una perturbación que cambia la percepción de la realidad». Eso es para mí el movimiento. Ahora con más conciencia, pero tiene el mismo ímpetu. Una densidad de vida que me empuja a encontrarme con el otro, hace que lo ame por lo que es. Alguien tal vez puede preguntar por qué. Como me ha pasado con varios colaboradores y personas que he conocido estos años. A los 65 años podría tirar los remos en la barca y dedicarme quizá a alguna obra noble. Pero me resulta imposible. Siento la urgencia de devolver lo que he recibido. Nunca he programado una actividad en función de lo que pudiera sacar. Más bien ha sido como un acto poético.

¿En qué sentido?
Me lo enseñó Giussani. Las actividades empresariales nacen de una intuición poética, es decir, de una percepción de belleza, verdad y bondad en la que se expresa tu ser. La acción es una consecuencia, no la finalidad.