Adrien Candiard (Foto: Filmati Milanesi)

Candiard. Mirar «al otro como otro»

Se presenta en el Centro Cultural de Milán el último libro de Adrien Candiard, “¿Tolerancia? Mejor diálogo”, con Stefano Alberto. «El otro me hace conocer mejor no solo mi identidad sino también mis heridas y mis límites»
Alessandro Banfi

¿Qué significa dialogar en tiempos de guerra? ¿Quién es el otro? ¿Y qué me puede dar? Ubaldo Casotto enseguida centró el debate con Stefano Alberto, profesor de Teología en la Universidad Católica de Milán, y Adrien Candiard, que lleva diez años estudiando en el Instituto Dominico de Estudios Orientales de El Cairo, el pasado 28 de marzo en el Centro Cultural de Milán, con motivo de la presentación del nuevo libro de Candiard publicado por Libreria Editrice Vaticana con el título, ¿Tolerancia? Mejor diálogo. Casotto partió de una frase de monseñor Pierre Claverie, obispo asesinado en Orán junto a su chófer Mohammed: «Estoy sediento de entender cómo habríamos podido vivir cristianamente sin plantearnos la cuestión del otro». Para Candiard, esta frase de Claverie aludía a un rasgo particular de la sociedad colonial, donde los árabes casi no existían, en el sentido de que no se les consideraba personas humanas.

Pero luego añadió: «La podemos leer en un sentido más amplio, de modo que tomar en consideración al otro quiere decir tomarlo en consideración como otro. Lo entendí cuando me enviaron a El Cairo hace diez años. ¿Cómo se trabaja sobre el islam? Al principio pensaba trabajar sobre autores espirituales, como los sufitas o los filósofos medievales. Leyendo sus libros me sentía más en casa. Pero luego pensé: si hago esto, no me encuentro con los musulmanes y entonces no me encuentro realmente con el islam. Buscaba en el islam lo que se parecía a mí, sin tomar en consideración al otro como otro. Al final hice mi tesis doctoral sobre un teólogo medieval que es autor de referencia de todos los movimientos salafitas y yihadistas actuales. Esta es la verdadera aventura intelectual. Si queremos encontrarnos con el otro, hay que aceptar que es diferente a mí».

Candiard contó una anécdota que le sucedió. Vestido de fraile dominico, se puso a hacer autostop en Francia y se paró un joven de origen magrebí. Muy simpático, le hizo un montón de preguntas sobre el cristianismo y el islam. Él le explicó la Encarnación, la Resurrección, la Trinidad… «La discusión se pone interesante cuando aceptamos que no estamos de acuerdo. Aceptamos al otro como otro y las diferencias que nos separan se convierten en el punto de partida».

Stefano Alberto

Stefano Alberto aportó su experiencia de diálogo con sus amigos de Ucrania y Rusia. «El otro es un bien, siempre es un bien, incluso cuando me cuesta. Porque contribuye a conocerme mejor a mí mismo, no solo saca a relucir mi identidad sino también mis heridas y mis límites. Lo de la tolerancia suena bien, pero suele acabar siendo la máscara buenista de la indiferencia. En el fondo, que tú existas o no da un poco igual. Pero la experiencia de la que nos habla la encíclica Fratelli tutti nos dice que la fraternidad permite que los iguales sean diferentes». También contó un episodio de su vida relacionado con la guerra. «Estos días he participado en un encuentro con amigos rusos y ucranianos por Zoom. Se conectó un amigo que vive en Jarkov y era evidente que el dolor que transmitía su relato lo compartíamos todos y cada uno de nosotros. Hay algo más fuerte que la guerra, que el odio y que la ideología, que siempre es una mentira, que contamina los corazones. Sin censurar el horror y las terribles contradicciones de este absurdo conflicto. La verdad no es algo absoluto, la verdad es una presencia. Esta es la contribución que el cristianismo aporta también a la sociedad secular. No una serie de dogmas o un mensaje moral, sino la posibilidad de encontrar la realidad de la verdad hecha carne. Es la perspectiva de un nuevo inicio, que exige reconocer esta relación virtuosa entre verdad y libertad». Una relación que el Concilio iluminó. «No hay más acceso a la verdad que una libertad que se abre, y del mismo modo no hay una verdadera libertad, es decir no hay una verdadera satisfacción en la vida sin una verdad que seguir, sin una posibilidad de descubrimiento fascinante».

Del libro de Candiard, Ubaldo Casotto subrayó una cita que se usaba en las disputas medievales en Córdoba: «Hermano mío con ideas erradas…». Por lo que Casotto pregunta: «¿Qué nos permite seguir siendo hermanos en el diálogo?». Las referencias a la guerra suscitaron en Candiard dos ideas que incluyeron en su respuesta el tema del conflicto. «Quiero defender el modelo europeo tradicional de la tolerancia –afirmó el fraile dominico–, que nació por un buen motivo: superar las sangrientas guerras de religión del siglo XVI. Nos matamos como locos después del protestantismo por motivos religiosos. Sacar a la religión del debate público tenía sentido y ha dado muchos resultados. En el siglo XX volvimos a matarnos más que nunca sin hablar de religión. Hoy debemos tener el valor de retomar el diálogo». Candiard contó entonces otra experiencia personal. En un debate con estudiosos musulmanes, habló de la Encarnación. Uno de ellos le buscó después para entenderlo mejor, asombrado porque después de muchos años de diálogo nunca había tomado conciencia. Siempre había pensado que los cristianos eran musulmanes que tenían un problema con la persona de Mahoma. «Hace falta amistad, respeto, desarme. Entre nosotros ha habido una historia llena de violencia. Ahora tenemos un trabajo importante por hacer». Alberto volvió sobre la liturgia dominical, con la parábola del hijo pródigo. «La realidad es la que despierta la pregunta: ¿podrías volver con el padre?».

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Para concluir, Casotto citó una frase de Vaclav Havel, intelectual disidente que fue presidente de Checoslovaquia y de la República Checa. «Ha llegado la hora de que Europa renuncie por fin a pensar que debe exportarse a sí misma por el mundo entero. Y sustituya esa idea por una intención más modesta pero más difícil de perseguir: empezar a cambiar el mundo partiendo de sí misma, arriesgándose incluso a que nadie siga su ejemplo».