(Foto: Matthias Oesterle/Mondadori Portfolio/Zuma Press)

Barcelona. ¿Quién necesita una estrella?

El 8 de diciembre de 2021, fiesta de la Inmaculada Concepción, es un día importante para la Sagrada Familia. Después de la primera piedra, hace 139 años, se inaugura la Torre de la Virgen María. Una nueva luz, no solo para la capital catalana
Maddalena Mongera

«La obra de la Sagrada Familia avanza lentamente porque el Maestro de esta obra no tiene mucha prisa», decía Antoni Gaudí a sus discípulos en el taller de su obra maestra en Barcelona. Sabía que nunca la vería terminada, que su tarea consistiría en comenzar la construcción, comunicar su espíritu a los que trabajaban con él y entregársela a la historia y al pueblo cristiano. Esto lo consideraba una riqueza, más que una limitación, pues el arquitecto cristiano pone su esperanza en Aquel que construye al pueblo, y por tanto no teme a la historia. Confía a quien venga después una obra extraordinaria, con la esperanza y la certeza de que una riada de gente, a lo largo de los siglos, pasará por ella, de mano en mano, construyéndola hasta llevarla a término. Las catedrales viven, existen, gracias a esta fe, a esta dependencia, y el propio Gaudí se implicó en la vida de los que amaban la Sagrada, la Asociación de los devotos de san José. No eran nobles ni mecenas, sino un grupo de amigos reunidos en torno al librero Josep Maria Bocabella, porque los hombres sencillos también aportan al mundo grandes cosas.
Desde 1883, Gaudí y la Sagrada se construyeron mutuamente. De hecho, Antoni fue enterrado en la cripta de la iglesia, descansando sobre los fundamentos de la catedral a la que sirvió y que aún sigue en construcción, sin detenerse nunca.

El 8 de diciembre de 2021, fiesta de la Inmaculada Concepción, será un día importante para la Sagrada Familia. Después de 139 años desde que se pusiera la primera piedra, se inaugurará la Torre de la Virgen María, de una altura de 138 metros, en cuyo culmen se encenderá una estrella de doce puntas, que brillará todas las noches iluminando Barcelona.
Estamos acostumbrados a mirar la Sagrada como un himno a san José, custodio de la Sagrada Familia, padre obediente, silencioso y confiado, que lo sacrifica todo para abrazar a un Dios hecho de carne y de sangre que sonríe y respira, un niño que crece y al que enseña a trabajar, acompañado de su esposa, inmaculada. ¿Y María? ¿Qué lugar ocupa ella en la Sagrada Familia? La nueva estrella responde y desde el 8 de diciembre este templo estará custodiado por dos estrellas gemelas.

(Foto: Matthias Oesterle/Mondadori Portfolio/Zuma Press)

La primera es como una cometa esculpida en piedra en la fachada de la Natividad, la única parte de la iglesia que el arquitecto vio completa. Quiso hacerla la primera, entera, con todos sus detalles y esculturas, dando un vuelco a las reglas de la construcción. Creía que «su importancia haría imposible abandonar las labores de construcción del templo» y que, para sostener el trabajo de cada día, había que levantar la cabeza y ver concretamente para qué se trabaja. Una necesidad que sigue vigente un siglo después. Es una estrella que no se posa, su estela no la empuja hacia la tierra sino que mira al cielo. Toda la fachada se alza como una explosión desde su centro, con la Natividad del escultor Llorenc Matamala, amigo de Gaudí. Una escena de gran ternura, donde la Virgen intenta dejar a Jesús dentro del pesebre, el niño sonríe mirando a quien llega y san José vigilante, junto a las cabezas curiosas de la mula y el buey que asoman. Subiendo, nos encontramos con todos los que han acudido a ver aquel Niño: los ángeles, los pastores, los Magos y la estrella.
Su estela ilumina la Natividad y su núcleo sostiene la Anunciación del registro superior. En ese instante, en el vientre de María, se forma ese Niño que todo el cielo quiere correr a ver, incluida la estrella.

La segunda estrella es la que las grúas están colocando estos días sobre la Torre de María. Es una estrella hecha para dar luz, con doce puntas, armazón de acero y cuerpo de cristal, con 7,5 metros de alto y cinco toneladas de peso. Arderá como una llama. Se iluminará todas las noches, como las 800 ventanas de la torre. “Estrella matutina”, como quería Gaudí.
Para entender su significado debemos entrar en la iglesia. Pasando por la puerta de la Natividad, a la derecha se encuentra el ábside. Esta es la parte del templo dedicada a María desde sus fundamentos. Bajo el altar se sitúa la cripta, en cuya bóveda se esculpe la Anunciación, decorada con oro, de la que salen doce costillas que simbolizan a los apóstoles y tribus de Israel. Todos somos estirpe de su sí. En el presbiterio, el altar, un monolito de granito en bruto, auténtico, natural, sobre el que cuelga Jesús crucificado con los brazos abiertos al cielo, como abrazando a todos. Sobre su cabeza se alza lo imprevisible: la torre dedicada a la Virgen, Mare de Déu, que transforma el ábside de la Sagrada en una gigantesca Piedad arquitectónica desde la que la Madre contempla el sacrificio del Hijo, lo ilumina y es generada por él.

En la arquitectura de Gaudí, geometría, decoración y luz son una sola cosa, y la figura geométrica preferida del arquitecto, el hiperboloide, es el corazón de esta torre, haciéndola majestuosa y ligera, horadada y hueca, de modo que la luz del sol, al atravesarla, se eleve hacia el altar iluminando la crucifixión, pasando por una cúpula dorada que reviste la cubierta del ábside. Igual que el seno materno, como si Jesús estuviera aún en el vientre de María, todo el ábside es como un intenso abrazo de la madre protegiendo al Hijo con su manto mientras lo mira colgado en la Cruz. Y viceversa, el altar y el crucifijo llevan la mirada a lo alto, hacia el hueco de la cúpula y la solemnidad de la torre, hacia el cielo, anunciando la Asunción.



La Torre relata en cada detalle quién es María. En la base se esculpen las invocaciones a la Virgen. Toda la superficie externa va decorada en trencadís, los fragmentos de cerámica típicos de Gaudí, en tonos blancos y azules: los colores de la Virgen. La parte final se divide en tres: una corona de piedra de seis metros de altura que concluye con doce estrellas de hierro de doce puntas, atributo de la Virgen en el Apocalipsis, pero también símbolo de los doce apóstoles. Ella es Madre de la Iglesia. El faro, un eje de 18 metros de altura, es un hiperboloide que acaba en tres brazos que sostienen la estrella en la cúspide.
Esta torre no está sola, forma parte de las 18 torres que se elevan en la Sagrada. Las otras representan a los doce apóstoles, los cuatro evangelistas y a Cristo mismo. En ellas se representa todo el misterio de la Iglesia de la que Cristo nace, custodiada por María. Gaudí imaginó esa estrella luminosa que guía la mirada de Barcelona y acompaña a la gran torre de Jesús, aún por construir. Madre e Hijo, una al lado del otro, en relación. Como escribía Mayakovski en 1913, al otro lado de Europa, mientras en España Gaudí trabajaba en la Sagrada: «Si encienden las estrellas es porque alguien las necesita, ¿verdad?». Sí. Yo. Ahora. Necesito ver si camino siguiendo a una estrella que no es una cualquiera, todos los días, a cada paso. Qué hermoso que se encienda una estrella que no solo ilumina la oscuridad sino que la abraza, la hace brillar en una relación que tiene un rostro y una promesa precisa, carnal y nueva, donde la muerte no tiene la última palabra, como en el diálogo muto entre esas dos torres.

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El Adviento es espera y lucha. Creíamos que nos habíamos librado de muchas cosas, hasta de la pandemia, pero no. Que justo ahora en Barcelona se encienda esa estrella, culminando la construcción de la torre de María, que se levante esa mole y se encienda esa estrella que mirará a los hombres que construyan con pericia y paciencia la torre de Cristo durante los próximos años, es un signo para todos, y para mí, de esta mirada maternal. Para mí, que hago mi trabajo todos los días diciendo sí al presente, junto a los amigos que me acompañan en el camino; para mí, que todos los días me topo con testimonios que dan esperanza. En un mundo donde pasan estas cosas, sucede algo que me pide que levante la cabeza y señale con el dedo, como un niño, viendo que todo es para mí. Una construcción que dura más de un siglo y que no se abandona, donde el 8 de diciembre se encenderá una estrella que es para siempre.