Mauro-Giuseppe Lepori y René Roux.

Con Péguy, mirando lo que importa

El abad Mauro-Giuseppe Lepori y el teólogo René Roux dialogan a partir de la publicación de una selección de textos del poeta francés. Un encuentro promovido por el Centro cultural Kolbe de Varese
Stefano Filippi

Bonito desafío el de releer hoy a Charles Péguy, cuando se cumplen cien años de la publicación de sus textos más conocidos, en un contexto histórico y social totalmente distinto al de principios del siglo XX, y además durante la pandemia. Pero los grandes autores hablan a los hombres de todos los tiempos porque se dirigen a las preguntas constitutivas, y el escritor francés no es una excepción, con su hondura y su escritura atormentada, llena de palabras que se persiguen casi a tientas, como hace la mano de un escalador que va tanteando las rocas antes de encontrar un apoyo seguro.

En esta escalada, el centro cultural Massimiliano Kolbe de Varese ofrece un encuentro online (el video está disponible en su canal de Youtube) con dos guías de excepción: Mauro Giuseppe Lepori, abad general de la orden cisterciense, y René Roux, rector de la Facultad Teológica de Lugano. El monje y el teólogo se confrontan sobre un libro de alto perfil académico, que recoge una antología de textos de Péguy, Il fazzoletto di Véronique (El paño de la Verónica, ndt.), publicado hace poco en Italia por Cantagalli con prólogo de Julián Carrón. Una edición de Pigi Colognesi, traducida por Antonio Tombolini, que propone una serie de textos breves para el diálogo. «Jesús no se refugió tras la maldad de los tiempos», escribe Péguy, «no incriminó al mundo. Salvó al mundo». Es decir, «no falta el razonamiento sino la caridad». O bien, «para esperar hace falta ser feliz de verdad. Hay que haber recibido una gran gracia».

Charles Péguy

«Péguy es un profeta que en pleno naufragio tiene el coraje de la caridad de reclamar nuestra responsabilidad para no quedarnos mirando, complaciéndonos tal vez porque tenemos razón», dice Lepori. Es una primera enseñanza. Péguy se siente un náufrago, como tantos hombres y mujeres de nuestros días, a la deriva en un océano en medio de una tempestad perenne, pero no se lamenta. Es la condición propia de la existencia. «Cristo no nos salva para que seamos mejores sino para que nos reconozcamos pecadores», explica el abad. «El mea culpa es la acusación de uno mismo. Es la razón por la que nacen los monasterios». Para muchos, el pecado es un escándalo; para otros es la ocasión de lanzar acusaciones o lamentos para entibiar el ánimo. Pero, según Lepori, «el fervor se enfría por naturaleza. El fuego de Dios se entibia por el mero hecho de prender en nosotros, que estamos en el mundo, y los monasterios no son termas que deben mantener caldeado el corazón. El problema no es entibiarse, sino rechazar e calor del fuego que Cristo ha venido a prender en el mundo. Ese fuego ardiente es una llama que mendiga prender en nosotros». No es que hace dos mil años la maldad de los tiempos fuera menor que ahora. La lección de Péguy es que «el problema no es el mundo, ni Cristo que ha salvado al mundo pudiendo evitar la cruz. El problema somos nosotros cuando nos escondemos de Cristo».

Roux capta analogías entre los tiempos del escritor y los nuestros. «Hace cien años Francia estaba invadida por un pensamiento científico anticlerical y la Iglesia había perdido el contacto con el universo obrero. Muchos cristianos creían que no estaban lo bastante convencidos en sus argumentaciones. Péguy testimonia que la verdad sin caridad no lleva a ninguna parte. El cristianismo debe recuperar la plenitud de la verdad que se expresa en la caridad. Debe reconocer su propia humanidad, la debilidad que caracteriza lo humano, y mirar más allá. Cuando se reconoce la propia humanidad, comienza la apertura a la gracia. La debilidad y la desproporción no son una condición angustiosa ni patológica, sino la condición para aceptar la gracia».

LEE TAMBIÉN – Newman. La certeza en la vida concreta

Hay una palabra que subyace a toda la experiencia de Péguy: esperanza. Es el poeta de la esperanza. «Repetimos insistentemente que vivimos en una época secularizada», dice Lepori. «Pero nunca puede haber una auténtica secularización porque Cristo nunca puede quedar anulado del todo. Péguy estaba seguro, tenía esta fe inmensa y esperaba aun en la desesperación». Añade Roux: «Péguy es una persona que ayuda a detenerse, a reflexionar y mirar más allá de lo inmediato, a lo que vale de verdad. Hoy estamos acostumbrados a una vida cómoda, sin grandes problemas, lejos de guerras y pobreza extrema. La pandemia nos obliga a volver a preguntarnos por lo que importa, por lo que vale, por lo que construye. En esto, Péguy es un gran compañero de camino».