El manifiesto de los universitarios

«Derramaré paz en este lugar» (Ag 2,9)

«Derramaré paz en este lugar» (Ag 2,9). Estas semanas, algunas de nuestras universidades –igual que otras muchas en todo el mundo, empezando por las de Estados Unidos– han sido escenario de ocupaciones por grupos de estudiantes que piden aislar a las universidades israelíes poniendo fin a los acuerdos de investigación con ellas. Enfrentamientos y manifestaciones encuentran su razón de ser en un principio que les niega el derecho a participar en el diálogo que nace de la investigación y la cultura que la universidad promueve superando los límites de la política. Estas protestas han llegado a crear en ciertos casos un clima intimidatorio, llevando a los estudiantes israelíes o judíos a no presentarse en la universidad por miedo a ser agredidos. Queriendo impedir formas de comunicación e intercambio entre los ateneos de varios países, que pueden mantener vías abiertas hacia la paz y la justicia allí donde las políticas estatales las cierran, estas peticiones de cese de relaciones nos parece (en su contenido y sobre todo en las formas de reivindicación) que contrastan con el valor, más que compartido, pretenden afirmar, como es el de poner fin a cualquier forma de violencia e injusticia.

Interviniendo en este sentido, el presidente de la República, Sergio Mattarella, afirmaba: «Las universidades siempre han sido un lugar para el debate libre, la crítica y también el disenso frente al poder. Debate, crítica y disenso que comparten los ateneos en todos los países, al margen de las fronteras y por encima de los contrastes entre estados» (discurso con motivo de la concesión del título de doctor honoris causa en la Universidad de Trieste, 12 de abril de 2024). La vocación de la universidad es construir puentes por encima de los muros que puedan erigir los estados, los pueblos o las ideologías, por lo que su característica esencial es la sed de conocimiento, la crítica a los prejuicios, la búsqueda incansable de la verdad. La cooperación, en este sentido, puede tener un papel fundamental en la construcción de la paz, justo allí donde la política puede no ser capaz de hallar soluciones. Claro que no puede ser una cooperación indiscriminada. Siempre hay que definir los límites para supervisar posibles usos impropios de la investigación o de las instituciones.

Cuanto más se concibe la universidad como lugar de encuentro entre profesores y alumnos de diferentes culturas y naciones, donde cada uno puede ofrecer su propio testimonio, científico y humano, como buscador de la verdad, más podrá convertirse en terreno de relación, maduración de intentos de paz y también por tanto en lugar generador de esperanza. Como decía recientemente el cardenal Pierbattista Pizzaballa: «Creo que el antídoto contra la violencia y la desesperación, venga de donde venga, es crear esperanza, inyectar esperanza, generar esperanza, educar en la esperanza y en la paz. La escuela y la universidad tienen un papel clave en este sentido» (discurso inaugural del curso académico 2023-2024 en la Universidad Católica de Roma, 15 de enero de 2024). Hace falta partir siempre de lugares educativos para superar esquemas ideológicos. De hecho, en los colegios y universidades es donde se forman las mentes y los corazones de las generaciones jóvenes, más predispuestas al cambio, de los que depende la posibilidad de un futuro distinto.

No queremos eludir la responsabilidad personal y comunitaria que exige cualquier educación y cualquier cambio. El cardenal Pizzaballa también nos mostraba esto: «En este contexto de gran confusión, parece que cada uno va a lo suyo, como si estuviera llamado a ser profeta [...]. Ante quien siga obstinado en el arte de la guerra, nosotros nos obstinaremos aún más en el arte de poner paz, nos especializaremos en ser sanadores de heridas, constructores de paz, reconstructores de ese templo santo que es el hombre: “Derramaré paz en este lugar” (Ag 2,9)». No solo se trata de la tarea de la universidad, sino de cada uno de nosotros: llevar a todas las circunstancias, empezando por las más rutinarias, la esperanza que vivimos, compartiendo el destino del otro, sus necesidades, luchando en el presente para hacer más humano el contexto en que vivimos. La paz se construye empezando por uno mismo, por nuestras propias situaciones, junto a otros que tengan el mismo ideal, y se propaga desde abajo. Vivirla, testimoniarla cada día es la primera y fundamental aportación que podemos hacer cada uno a la paz, sobre todo en Oriente Medio y Ucrania.