Testimonio. «Los cimientos de mi nueva casa»

Las palabras de Licja, una chica de la comunidad femenina "Il Tingolo"

Me llamo Licja, tengo 19 años y vengo de Pesaro. Nunca habría pensado, cuando entré en enero de 2016, que este día pudiera llegar también para mí. No tenía que entrar en esta comunidad. Mi padre había elegido San Patrignano, pero el día de la entrada, al llegar allí con las maletas, me negué. Mis padres se enfadaron muchísimo, tanto que, después de volver a Pesaro, mi padre me dejó en la estación de trenes y me dijo, sin cortarse, que si quería morir lo tenía que hacer lejos de él.

La decisión de la comunidad se tomó a raíz de un imprevisto. Silvio nos habla siempre de este grito que es la vida, y por eso aprovecho para contaros este episodio. En un periodo de mi vida dejé de volver a casa y, junto a mis compañeros de desgracia, vivía en una casa abandonada, cerca del instituto. Una mañana salí y me encontraba fatal. Solo recuerdo que llegaron dos desconocidos y me recogieron del suelo. Me acompañaron hasta donde tenía que ir y, durante el recorrido, les conté toda mi historia, explicando mi situación. Les conté quién era mi padre, mi madre y mi hermano. Consiguieron ponerse en contacto con mi padre en el trabajo, en la fábrica, y le dijeron que me habían encontrado y que estaba fatal. Unos días después, mi padre y mi hermano me llevaron engañada al Sert (red de centros públicos para la prevención y rehabilitación de drogadicciones y alcoholismo, ndt.)… Cuánta rabia, cuánta decepción. Me sentía traicionada, como si me hubieran puesto delante de mis narices lo repugnante que era.

No tengo muy claro lo que me llevó a probar ciertas experiencias. Tal vez la situación en casa, el sentirme sola e inadecuada, mi deseo de ver si valía algo… Detrás de mis primeras borracheras y mis primeros porros, se escondía mucha superficialidad. Allí empezó el desastre. Vivía de mentiras, engaños y falsedad. Cada vez iba peor, porque había descubierto que la droga me permitía eliminar de mi mente hasta la más mínima emoción.

La mayoría de mis relaciones eran formales y no conseguía mantener las que eran más profundas. Con 15 años, la fase final, empecé a pincharme y a partir de aquel momento, poco a poco, fui destruyendo todo lo que tenía a mi alrededor... Cuando entré en “Il Tingolo” quería demostrar al juez y a mi familia que nadie conseguiría cambiarme, sobre todo porque estaba convencida de que lo que hacía era el único modo de poder vivir en la sociedad. Por esta razón, me obligué a portarme bien, esperando a salir a los dieciocho y hacer cosas aún peores.

Y llegó el segundo imprevisto, el más dramático y paradójico. Después de mis primeros doce días de comunidad, mi hermano murió en un accidente de carretera. El remordimiento más grande que tengo es no haberme despedido de él cuando entré. Mejor dicho: me despedí mandándole a freír espárragos. Cuando me enteré de lo ocurrido fue como si el tiempo se hubiese detenido y me dijera: «Ahora te toca a ti, Licja. Aprovecha bien esta vida porque ya ves que basta muy poco para perderlo todo para siempre». Silvio me dijo que así funciona, que cuando Dios nos quita un padre, una madre, un hermano o cualquier ser querido, no nos deja solos. Al revés, inmediatamente nos da miles de padres, madres y hermanos. Esto es lo que he encontrado en “Il tingolo”: compañeras, amigas, padres que me han acogido, que me quieren como si yo fuera algo verdaderamente importante.

Muchas veces soy desagradable, pero ellos no se rinden. Al revés, es justo en esos momentos cuando insisten y me ponen delante de mis narices la realidad, durante las asambleas, mientras charlo con una compañera o en una caricia en el pelo por parte de Gianchi. En este último periodo, sobre todo, estoy descubriendo lo grande que es mi fragilidad y lo grande y difícil que es la vida. Después de haber hecho los exámenes de convalidación, he vuelto al instituto, a mi antiguo instituto, donde la imagen que todos tenían de mí era la de “Licja drogadicta”. Las primeras semanas han sido muy difíciles, porque he vuelto a ver a mis “amigos” y he revivido momentos que ahora me parecen increíbles.

Lo más importante es la confianza y la esperanza que la comunidad me está dando en esta experiencia académica, y el hecho de que cada día, al volver del instituto, tengo la posibilidad de hablar con Grazia, Gianchi y los trabajadores para contarles que tal el día, y es algo que nunca he hecho en mi vida.

He vuelto a descubrir la belleza de mi estudio, de mi conocimiento, de mi serenidad y de mis emociones. Un día, durante una asamblea, Filippo nos dijo que, cuando decimos que estamos en crisis, vemos derrumbarse todo lo que hasta ahora habíamos construido, como si hubiéramos construido una casa sin cimientos, que tarde o temprano está destinada a caerse. Es lo que pasa aquí, cada día, cuando te toca abandonar tu seguridad y tus cimientos, porque te das cuenta de que no son sólidos y que sería un riesgo seguir adelante.

Dicho esto, estoy agradecida por todo lo que me ha pasado, porque he podido reconstruir todo desde cero: mi vida, la relación con mi familia… Sobre todo con mi madre, que me parecía irrecuperable. Y con mi padre, que se había bloqueado impidiendo mirarnos verdaderamente, como en cambio hacemos ahora. Estoy agradecida también porque he conocido esta comunidad y a estas personas que para mí, ahora, se han convertido en un modelo.

Quiero agradeceros a todos los que habéis recorrido este camino conmigo y que habéis mantenido la mano tendida, sin cansaros de esperar el día en que la aferrara para no soltarla ya nunca más. Gracias a mis compañeras que cada día me regalan una sonrisa y la fuerza para seguir juntas sin tener ya la necesidad de huir o de tomarse el pelo. Os quiero.

Gracias a los que entonces eran unos “desconocidos”, ahora amigos, que aquel día se pararon y me recogieron.

Gracias a mi familia y por lo tanto a ti, mi querido hermano, que has desaparecido tan misteriosamente para estar aún más cerca y, de esta forma, para estar en comunión contigo. Al final, es también gracias a ti si hoy estoy viva y aquí. Gracias a todos.