Los chicos de la comunidad terapéutica "L'imprevisto" de Pesaro

«Lo que domina en la vida no es la sombra»

Cada año en l'Imprevisto de Pesaro, los amigos, las familias y las autoridades celebran a los chavales que han terminado su camino de recuperación. Esta vez eran 11. La intervención de Silvio Cattarina, el fundador
Silvio Cattarina

No conocemos nuestro corazón. Nosotros, los adultos, no conocemos verdaderamente nuestro corazón; los chavales no conocen el corazón que late en su pecho. Todo lo bonito, lo bueno, lo verdadero que les estalla dentro, los jóvenes no saben decirlo, no saben explicarlo, no son capaces de gritarlo. Es evidente cuando, al final del camino, muchos afirman: «He descubierto cosas sobre mí que pensaba que no tenía, posibilidades, habilidades, sentimientos…».

De esta forma se constata que los chavales se caracterizan y están determinados por una gran dificultad, un bloqueo, están existencialmente bloqueados, y esto afecta más que la droga, más que muchas manifestaciones del malestar “moderno”. No es timidez, no es imposibilidad. Es incapacidad, deseducación, descuido, es pobreza de alma. Por las calles deambula un ejército de chavales mudos, sordos, ciegos porque no conocen lo que vibra en su corazón, algo que querría estallar con fuerza hacia la vida.

Silvio Cattarina

Tal vez este sea el mayor drama, la emergencia más evidente. Persona quiere decir, per-sona, “que grita mediante, a través...”. Sin embargo, los jóvenes no saben qué pedir, qué necesitan, qué implora su corazón. La riqueza más grande del mundo es el corazón de cada persona, y el mundo no lo sabe, no lo aprovecha, no sabe cómo hacer que sea fecundo.

De esta forma, el mundo reduce y, al mismo tiempo, crea un gran problema –más urgente que la crisis, que la pobreza, que la emigración, que la falta de recursos–: los jóvenes no saben lo que tienen en su corazón. Sin embargo, los chavales no son banales. En su corazón lo tienen todo, sobre todo los que han sufrido. La verdad de los jóvenes es que son guapos, inteligentes y profundos, son más serios que muchos adultos, pero hace falta que hablen, es necesario escucharles. Es preciso enseñarles a hablar, a ser, a decir, a expresarse, a contar, a entender, a juzgar. ¿Cómo harían si no para estar en el mundo, entrar rápido, feliz e inmediatamente, irrumpir con valentía en la escena del mundo? Esto es lo que hacemos en la comunidad, junto con normas, trabajos, deporte, diversas actividades…

Esto implica un gran trabajo, hace falta una educación, dos encuentros al día, los “puntos”, los muchos diálogos. Incluso la comida y la cena, donde se habla por turnos, para profundizar, para entenderlo todo, o mucho… un camino de juicio, de conocimiento con cada uno, para aprender qué es la vida, para enseñar qué es la vida, qué quiere decir y cómo se ama, aprender a relacionarse, a estar con el pequeño, y con el mayor, a trabajar juntos. Volver a empezar desde el principio. Es necesario volver a empezar, empezar desde cero.

Testimonios de chavales, amigos y familias

Como, por ejemplo, esta actividad, tan preciosa y ejemplar, de la actuación de las chicas con Lucia Ferrati y de los chicos con Gilberto Santini. ¿Hemos visto cómo hablan, cómo se colocan, cómo se levantan, cómo se lanzan hacia la vida, hacia los demás? Hace falta saber qué pedir, qué pedir a la vida, a los demás, a uno mismo, lo que hay que gritar: hace falta dar un nombre a las cosas.

Como me decía un chaval, «¡se comete una injusticia con nosotros! Todo el mundo nos dice que nuestro problema son las familias donde nacimos. ¿Qué podíamos hacer, acaso podíamos elegir? Sin embargo, puede que haya algo verdadero en esa afirmación, en el sentido de que en nuestras familias un día sí y otro también pasaba algo grave, pero a mí me dejaban de lado, nadie se me acercaba, nadie me preguntaba qué pensaba, me explicaba, me ayudaba a entender, a juzgar lo que había pasado, nadie me ayudaba a imaginar qué pasaría después, a dar nombre a las cosas…». Qué bonito cuando los padres, después de varios meses, dicen de los hijos: «Ahora habla, ahora vuelve a casa y habla. Dice, cuenta, no se levanta de la mesa, no huye como hacía antes».

Hablar quiere decir que hay ganas de vivir. Que se quiere algo, a alguien, ¡se desea amar, se quiere abrazar! ¡Qué valor tan inmenso tiene la palabra dicha por un chaval que renace, que resurge, que vuelve a empezar a vivir! Qué útil, fecunda, constructiva la palabra que brota de una vida recuperada. Cada chaval tiene un deseo abrumador de decir lo que ve y siente.

Gianfranco Sabbatini, un gran amigo de l’Imprevisto, cuando participaba en nuestro encuentros y en nuestras fiestas me decía: «No dejes hablar a los chavales. Habla tú, que eres muy bueno…». Se conmovía, no quería que los chavales sufriesen. Sin embargo, luego, antes de volver a casa, al día siguiente, nada más volver a la oficina, me llamaba por teléfono para decirme: «¡Qué pasada, qué historia! Hablan, y cómo hablan, cómo explican las cosas, qué profundidad. ¿Cómo es posible que se expresen de este modo tan adecuado, revelador, incisivo?».

Durante la fiesta, una actuación de las chicas del Tingolo, la comunidad femenina

Estos chicos no tienen nada, pero pueden dar mucho. Son pobres, pero son ricos en palabra, armados de palabra, capaces de utilizar la palabra cuando son mirados, investidos por algo grande, llamados a emprender una aventura de bien, de belleza, de valentía. Si te paras por la calle y ves una piedra, si la miras detenidamente, si la miras fijamente, ella también te hablará, ¡hasta una piedra es capaz de hablar! Imagínate un chaval, nuestros chavales! Capaces de entender, de juzgar.

Aprender a entender, a saber. Saber que no sabes no te lleva a ningún lado. Pero saber para abrazar, para amar y para perdonar es estupendo, es un milagro. Esto es la conversión. De lo contrario, la existencia seguirían siendo sombría, oscura, seguiría siendo un drama poblado de fantasmas. No, hacemos todo lo posible para entender lo que la vida quiere de nosotros, para entender la espera, el deseo que se agita en nosotros. En resumidas cuentas, partimos del mal del mundo, de la miseria de nuestros cuerpos y almas, y vemos que la vida florece, que la alegría vuelve, que la lucha nos encuentra llenos de valentía y de fuerza.

Lo que te permite hablar es una llamada, una mirada, la profundidad de una mirada, la inmensidad de una mirada. Si lo pienso bien, yo también empecé a hablar cuando me miraron así, cuando me sentí llamado. De esconderse, de vivir en soledad, típico de esta época entre los jóvenes, de aislarse, del exilio donde se han metido nuestros jóvenes, al grito, al grito para estar preparados, despiertos, atentos, para dejarse herir, encender y arder por los muchísimos dones que la vida nos trae.

Sin embargo, todo sabemos perfectamente que no es del dolor de donde nace el rescate, sino de haber encontrado la luz, un relámpago de belleza. Es la luz que se agita dentro, que irrumpe, que se difunde y colorea, colma, sostiene y mantiene la sorpresa, el imprevisto de la vida. Lo que domina en la vida no es la sombra. La sombra existe porque existe la luz. La sombra no es el centro. La luz es la gran presencia.