Catedral de Karagandá, dedicada a la Virgen de Fátima (Wikimedia Commons)

Kazajistán. Treinta años desde que todo empezó

En 1994 nacía la comunidad de CL en este país. Una historia imprevisible, hoy más viva que nunca. Como testimonia el Faro, un centro de apoyo para jóvenes con dificultades
Maria Acqua Simi

En 1994 unos sacerdotes italianos de Comunión y Liberación fueron de misión a Kazajistán. Los primeros fueron Edoardo Canetta y Massimo Ungari, a los que luego se sumaron Eugenio Nembrini, Livio Lodigiani, Giuseppe Venturini, Adelio Dell’Oro y Pierluigi Callegari. Se instalaron en Almaty, Astaná y Karagandá. Muchos de ellos ya han regresado a su país y solo queda monseñor Dell’Oro, pero la comunidad de CL está más viva que nunca. Nos lo cuenta Lyubov Khon, 66 años, responsable de CL en Karagandá, ciudad fundada en 1926 por los prisioneros de lo que fue el gran gulag de este país. «Doy gracias a Dios porque en todos estos años nunca hemos estado solos y la presencia del movimiento sigue viva mediante el seguimiento a la Iglesia, los gestos de la Escuela de comunidad, el fondo común, la dimensión cultural y la caritativa. Este último sigue siendo un punto decisivo para todos, pues en los últimos años ha cobrado vida “El Faro”, centro de atención a jóvenes con dificultades».

El Faro es fruto de una larga educación. Desde que llegaron, los misioneros invitaban a todos los que encontraban a dedicar gratuitamente un poco de su tiempo libre para acompañar a los niños de las familias más pobres de la periferia. «Empezamos así a hacer caritativa en un centro psiquiátrico y en una casa de acogida gestionada por las hermanas de la madre Teresa. Mis hijos aprendieron desde el principio a ser fieles a este gesto, y esa fidelidad ha perdurado en el tiempo. Tanto que hasta cuando nuestros amigos sacerdotes tuvieron que irse de Karagandá, ellos fueron los que continuaron con la caritativa casi de forma natural». Pero en los años sucesivos cambiaron muchas cosas, pues tanto los sacerdotes como varias familias jóvenes se trasladaron a Europa por diversos motivos.

«Desde junio de 2020 el lugar privilegiado de la caritativa se convirtió en una casa que alquilamos a Cáritas para acoger a nuestra amiga Galia, enferma de cáncer. Estaba ya en fase terminal y vivía en una habitación horrible, pues se había criado en un orfanato y no tenía familia. Era el momento culminante de la pandemia y decidimos buscar un lugar donde pudiera vivir sus últimos meses de vida acompañada. Nos organizamos por turnos para prepararle la comida y visitarla durante el día, y contratamos una enfermera para las noches. Fue bonito pero también difícil porque ella se mostraba indiferente a nuestro gesto. Teníamos que preguntarnos continuamente: ¿por qué lo hacemos?, ¿a quién miramos?, ¿a quién servimos en las necesidades de Galia? No era fácil aguantar sus improperios y siempre pedimos ayuda a don Adelio porque queríamos mirarla con misericordia».

Lyubov Khon y su marido

En junio de ese mismo año, Olga, otra amiga del movimiento, murió también de cáncer. «Para nosotros fue decisivo acompañar a Galia llevando en los ojos y en el corazón cómo había vivido Olga esos meses. Recuerdo un encuentro impresionante de Olga con Carrón en Vilna (Lituania) poco antes de morir. Su testimonio de fe, tan límpido y certero, nos conmovió a todos. Allí nos dimos cuenta de que teníamos la pretensión de esperar lo mismo de Galia, pero Galia no era Olga y a través de ella, Jesús nos daba la oportunidad de servirle a Él sin esperar a cambio gratitud y comprensión, de atender su sufrimiento y su dolor aprendiendo la gratuidad, nos daba la posibilidad de lavar sus heridas y acompañar sus fatigas a la hora de aceptar la enfermedad. En agosto Galia subió al Paraíso. El día después del funeral, mis amigos y yo fuimos a limpiar su casa e invitamos al director de Cáritas a tomar un té». Inesperadamente, él les propuso gestionar aquel espacio para ofrecer una especie de apoyo escolar a los adolescentes de la zona. «No deja de sorprenderme la forma de actuar del Misterio. Esos días, don Adelio nos había comentado precisamente la posibilidad de abrir un centro social porque al lado de la catedral había un terreno inutilizado y hacía mucha falta atender a los jóvenes, a menudo tan frágiles y tan solos». Monseñor Francis Assisi Chullikatt, nuncio apostólico en Kazajistán, también mostró su interés por la idea, pues en una de sus visitas había conocido el centro juvenil de Almaty, que nació del compromiso de los sacerdotes del movimiento y hoy está dirigido por una memor Domini, Silvia Galbiati. Apoyados por todos estos signos, los amigos de Karagandá siguieron el impulso de su corazón y el 27 de septiembre de 2020 nacía el Faro.

Actividad artística en El Faro

Los primeros que atendieron en este centro –que sigue estando en los locales de Cáritas, pero pronto empezarán las obras para abrir otro nuevo y más grande enfrente de la catedral– fueron siete chavales de un colegio de atención especial que había cerrado por el Covid. «Empezamos viéndonos los sábados. Ahora hay más actividades y ocupan toda la semana. Vienen unos veinte jóvenes con diversos diagnósticos de discapacidad. Ninguno de ellos puede estudiar o trabajar de forma autónoma, pero pueden venir al Faro para hacer cursos de música, cocina, inglés, educación física, creatividad. También tenemos un momento común en el que cantamos, bailamos y tomamos juntos un té. Los martes hay clases particulares para intentar responder a las exigencias de cada uno de ellos, y los jueves son nuestro “día especial”: los acogemos durante media jornada para que sus madres puedan tener unas horas libres para ir a trabajar, hacer la compra o cualquier tarea». Uno de los problemas, al principio, era la falta de profesores especializados en discapacidad, por lo que en el centro colaboraban personas de buena voluntad pero sin formación. En diciembre de 2022, por petición de monseñor Dell’Oro, llegaron a Karagandá dos monjas del Cottolengo de la India que llevaban más de veinte años trabajando con menores con discapacidad y su experiencia, de una fe tan profunda como sencilla, supuso un recurso único para el Faro. Lyubov se entusiasmó con esto que veía nacer ante sus ojos. «El Faro es el fruto de un camino de treinta años de nuestra comunidad de CL en Karagandá, un camino que ha marcado mi vida y la de mi familia, mis alumnos, amigos y compañeros».

Les ha pasado lo mismo a varias madres que estos cuatro años han llevado a sus hijos al Faro. Como la madre de Ioanna. «Ya tenía cuatro hijos cuando me enteré de que venía. No la esperaba. En el momento del parto me dijeron que la niña estaba sana pero tenía el síndrome de Down, por si quería dejarla allí. Se me cayó el mundo encima, pero ni se me pasó por la cabeza abandonarla. Los años siguientes fueron terribles, pensaba que tenía que esconderla de los ojos del mundo. Luego encontré el Faro. Aquí quieren y acogen a Ioanna, y con ella a nosotros. Lamentablemente, en nuestra ciudad no hay ninguna institución pública donde estos niños puedan crecer seguros y amados. Pero todo eso lo hemos encontrado aquí y por eso esperamos con mucha esperanza la construcción del nuevo centro, una gran casa para nuestros hijos». Otra madre, de un chico que lleva un año en el centro, comenta: «aquí hay una Presencia extraña, que no conocemos, pero que experimentamos y que está cambiando nuestra vida y nuestra forma de mirarlo todo».

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Las necesidades de estos chicos son muchas. Cáritas paga el alquiler y las facturas, pero no es fácil encontrar financiación para la nueva sede ni para el material que hace falta en las actividades. El proyecto del futuro centro, según Lyubov, se calcula en casi un millón de euros. «Sabemos que es mucho dinero, pero también es mucha la generosidad de la gente. La divina providencia no nos abandona. Hay muchos amigos que han colaborado. Este año algunas madres han decidido hacer un donativo al Faro, a pesar de que casi todas son de familias humildes y muchas de ellas están solas. Estos años estoy aprendido a pedir humildad ante nuestras necesidades y la confianza de que, si Dios ha querido esta obra, la hará continuar». Dice que está serena porque es exactamente lo mismo que ha pasado en su propia vida. «He dado clase de literatura y lengua rusa durante más de treinta años. Mi marido y yo siempre hemos trabajado mucho y duro. De hecho, mis hijos han crecido sin mí. Mis hijos conocieron el movimiento al mismo tiempo que nosotros pero en 2016 uno de ellos se fue con su familia a Italia y en 2018 otro se fue a Alemania. Un desgarro tremendo para mi corazón de madre. Tanto que después de mi primera visita a Alemania, nada más llegar a Karagandá, fui llorando a ver a don Adelio para preguntarle cómo podía seguir viviendo con mis hijos tan lejos. Me respondió que el problema de la vocación no se acaba nunca. Otro amigo me invitó a mirar a mis alumnos como a mis hijos, sin cansarme de pedir ayuda a Jesús. Entonces no sabía que Él me iba a responder con el Faro, confiándome a estos chicos especiales y a sus madres. A través de ellos, Jesús me abraza, me acaricia, me desea, me prefiere».