Ejercicios de universitarios de CL. Rímini, 8-10 diciembre 2023

El coraje de vivir así

Los Ejercicios espirituales de los universitarios narrados por uno de los veteranos. Cantos, oración, lecciones, gestos vividos tantas veces… Pero también una provocación para abandonar ese “aburguesamiento silencioso” y despertar el asombro del inicio
Guglielmo Mina

«Al veros entrar estalló dentro de mí toda la espera que había acumulado las últimas semanas, la espera de redescubrirlo todo, de recuperar el significado de todo, la esperanza de todo». Estas palabras que Francesco Ferrari nos dijo para empezar entraron en mí con la densidad de esas cosas que, cuando las ves, te das cuenta de que llevabas mucho tiempo esperando algo así. Me di cuenta de la sed que tenía. Me encuentro en un momento particular de mi vida. Dentro de unos días acabaré la tesis y tendré que ponerme a buscar trabajo, todo está totalmente abierto, así que estos Ejercicios me ponían en el umbral de un nuevo inicio bastante incierto, donde la inquietud ante lo que me espera se mezcla con el esfuerzo, a veces ansioso, de imaginar la forma que tomará mi vida.

Sin embargo, esa fragilidad que desvela este momento me hacía sentirme comprendido en esa espera por «recuperar el significado de todo, la esperanza de todo». ¿Qué sostiene la esperanza en un mundo herido por la contradicción? Esa pregunta marcó la introducción del viernes por la noche, el primer día de los Ejercicios. A nuestro alrededor se está librando una «tercera guerra mundial a pedazos» en una sociedad sacudida por gestos de una violencia atroz y cada vez más frecuente. Yendo de camino a Rímini, echando un vistazo rápido y casi mecánico a los titulares de prensa, leía: «La población de Gaza se muere de hambre». Cuando Francesco nos puso delante estas tragedias, me di cuenta de que poco antes yo había apagado el teléfono rápidamente, tratando de permanecer el menos tiempo posible ante lo que acababa de leer por miedo a sentirme inútil y confuso ante todo eso. Hay una guerra fuera de nosotros –decía– pero también hay una guerra dentro de nosotros: una resistencia al amor y a la verdad. La guerra que se libra “dentro” de mí adopta unos rasgos casi opuestos al fragor de las armas, tiene la forma de un aburguesamiento silencioso que hace que me parezca más urgente el problema de encontrar un equilibrio entre mis pequeños logros antes de dejar espacio a esa sed que los primeros instantes de nuestro encuentro ya habían despertado con total claridad. De pronto pensé en la cantidad de horas que me he pasado alejado de mí mismo, como cantaba el autor de una de las canciones con las que empezamos: «Descubro que soy el rey de todas estas estancias vacías, que estoy gobernado por mis propios planes».
Por eso me sacudió tanto esa provocación insólita que recibo tantas veces en el movimiento: «Nosotros queremos vivir intensamente la realidad sin olvidar nada ni censurar nada. Empezando por el deseo de felicidad que llevamos dentro». Esta propuesta me conquistó desde el inicio y me ha vuelto a llenar de asombro. ¿Quién tiene el coraje de vivir así?

La jornada del sábado estuvo marcada por una invitación a identificarnos con la figura de san Pedro, generando en mí una oleada de estupor. La meditación, articulada en las lecciones de la mañana y de la tarde, sacaba toda su fuerza persuasiva del hecho de poder ver delante de mis ojos todo lo que indicaba el comentario del evangelio. «El cristianismo no es una doctrina religiosa, una sucesión de leyes morales, un conjunto de ritos. El cristianismo es un hecho, un acontecimiento: todo lo demás es consecuencia», decía don Giussani. Para Pedro, ese acontecimiento tuvo la forma de un encuentro excepcional. En efecto, era un hombre quien salió a su encuentro mientras repasaba las redes, pero comprendía su humanidad como nadie, igual que cuando supo decirle su verdadero nombre: “Pedro”. Nadie sabía amar con esa gratuidad que le hacía perdonar siempre, que desafiaba su inteligencia con propuestas que hacían que toda la imaginación humana vacilara: «Os daré a comer mi cuerpo». Comentando estos pasajes, Francesco decía: «Esa excepcionalidad tenía un origen preciso, un secreto. En él había “algo inexplicable, un margen indefinible”». Es la misma experiencia que tuve esa mañana: me sabía de memoria todos los gestos pero ver a 2.700 jóvenes rezando juntos la oración de la mañana, entonando cantos tan cuidadosamente elegidos e interpretados, oír cosas como que «nadie es sustituible», dicho por alguien que parecía movido por el anhelo de querer decírselo a cada uno personalmente, no me parecía menos excepcional.

El tiempo libre, con los traslados en autobús y las comidas en el hotel, acrecentaba en mí la experiencia de ese asombro. Retomar lo que habíamos oído, compartirlo, hacer silencio, todo documentaba una pasión por la propia existencia tan intensa que no podía dejar de convertirse en pasión por los que estaban alrededor, de tal modo que lo que le impactaba a uno también era una ocasión para los demás, y lo que aún no habías entendido servía para lanzarte a una búsqueda juntos. Un amigo me decía en la comida: «Esta mañana miraba cómo rezábamos y cantábamos juntos y pensaba en los amigos de mi pueblo. Pensaba que esta unidad es algo que no pasa nunca, esta unidad es algo que responde también a sus preguntas». Aquí y allá, destellos de una alegría imposible. En una carta, una chica hablaba de la alegría con la que había acompañado a su tía en el momento de morir, en medio de gente que la miraba como si estuviera loca por su positividad inagotable. Una caridad que muestra una forma nueva de concebirlo todo. Uno de nosotros, que tuvo que renunciar a ir por problemas de salud, decidió no pedir que le devolvieran el dinero para que lo utilizaran como ayuda para los que no pudieran pagar los Ejercicios.

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Del mismo modo que los que estaban con Cristo podían decir cuál era su oficio y su procedencia, yo también lo sabía ya todo del gesto que me esperaba después de vivirlo tantas veces. Pero yo también, igual que Pedro, pude percibir lo inexplicable que puede resultar un fenómeno humano tan conmovedor. ¿Quiénes sois vosotros –amigos conocidos, y otros muchos desconocidos– que me sabéis traer esa vida que espero y que de otro modo sería incapaz de imaginar? Dos mil años después, resonaba en mí la pregunta de Pedro y de quien se encontraba con Jesús por las calles de Palestina: “¿Pero quién es este?”. «Esta pregunta da inicio en la historia del mundo, y hasta el fin del mundo, al problema de Cristo. Era gente que lo conocía perfectamente, pero era tan desproporcionada la manera de actuar de aquel hombre, era tan inconcebible, tan soberano que hasta entre sus amigos surgía espontánea la pregunta: “¿Quién es este?”. Porque este es Dios. Este es el signo y el vínculo con el Misterio».