Vacaciones de la comunidad del sudeste asiático

«¡Mira! ¿A qué te recuerdo?»

Desde Filipinas, Indonesia, Malasia, Singapur, China… Un fin de semana de vacaciones para ochenta personas de la comunidad de CL en el sudeste asiático
Paola Ronconi

Un fin de semana a principios de noviembre en Cebu, una de las islas Filipinas. En la localidad de Compostela han reservado un hotel entero para ellos con condiciones económicas favorables y cerca del aeropuerto. El sudeste asiático es un mundo lleno de islas y es casi milagroso que la comunidad de CL repartida entre ellas pueda juntarse al menos unos días. Bajo el lema “Fijos los ojos en Jesús, que inició y completa nuestra fe”, se han reunido unas ochenta personas de Filipinas, Indonesia, Malasia, Singapur y, por primera vez, de China. Una compañía variopinta, tanto por sus lugares de procedencia como porque muchos de ellos son “expatriados”, con varios europeos que están allí por trabajo durante un periodo más o menos largo. Para muchos son sus primeras vacaciones “formato CL”.

¿Acaso bastan 48 horas, con gente que en varios casos nunca se ha visto, para poder respirar y generar relaciones no banales, da tiempo a que se construya algo que no se acabe ahí?

Silvia, con su familia, es una de las veteranas en estas vacaciones de la comunidad del sudeste asiático. Ha vivido durante años en Dubai, ahora está en Singapur, pero será por poco tiempo. «Llevaba una gran pregunta en el corazón: ¿qué sentido tiene para nosotros pasar estos días de vacaciones juntos si en junio nos volveremos a marchar? Para mí y para mi familia, ¿qué valor tienen estos rostros que solo veo una vez al año?».



Entre cantos, juegos en la piscina y cenas en la playa a la luz de una hoguera, el momento de los testimonios fue el más conmovedor. Rossi, que vive en Pekín, contó la historia de su conversión durante una grave enfermedad. Toesni, de Indonesia, decía que «el movimiento me ayuda a vivir una experiencia real de fe», pues de lo contrario se quedaría en una teoría. Begoña es memor Domini y viene de Shanghái: «Mi persona florece solo cuando alguien me mira con una profunda simpatía por todo lo que soy. Durante toda mi vida he buscado a alguien a quien entregarme y cuando conocí a Jesús gracias a mis amigos, descubrí que Él me quería tal como era». Silvia es obstetra y contó cómo el dolor por la pérdida de su hijo Giacomo le había mostrado concretamente la presencia de Cristo en su vida, y cómo cada latido de su corazón, como el de todos los niños que viven apenas unas horas o minutos, es querido por Alguien que nos ama de verdad.

«Durante muchos años he sufrido por la muerte de mi segundo hijo», contó entonces Elmeri, filipina, «pero escuchando a Silvia, esa sensación de angustia se va disolviendo poco a poco. Es como si se me abrieran la mente y el corazón. Además, estos amigos me muestran cómo Dios me permite ser lo que soy. Solo hay que dejarle hacer. Por eso me ha hecho venir a estas vacaciones».

Entre los participantes había una decena de niños y un grupo aún más numeroso de jóvenes. «A pesar de mi timidez, he podido echar una mano en varias actividades –cuenta Ivana, una chica de Malasia–. Al final los jóvenes montamos un video con fotos de estos días para que podamos verlo al volver a casa. Aunque era la segunda vez que venía a estas vacaciones, ha sido una alegría nueva. Estoy deseando ver las novedades que traerá la próxima vez que nos juntemos». Para Diva, que viene de Bali, tampoco es su primera vez y quería venir «porque necesitaba recordarme a mí misma lo que me había pasado. Sin estos amigos, corro el riesgo de olvidar mis deseos más profundos. Si Dios quiere, volveremos a vernos en las vacaciones de bachilleres de abril, probablemente en Malasia». Mientras tanto, seguirán en contacto virtual.

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Aunque vengan de culturas tan diferentes, «en el fondo tenemos experiencias de vida similares –dice Howard, de China– y estos días de comunión y liberación nos ayudan a comprender lo que decía don Giussani sobre la razón, la experiencia, el sentimiento y la realidad». «Quiero compartir la alegría que siento por haber encontrado el movimiento», escribe Rega a sus amigos al llegar a casa, en otra isla de Filipinas. «Ha valido la pena pasar juntos estos días, en los que he aprendido que en todas las batallas cotidianas hay una esperanza, que Cristo también está en mi dolor». «La certeza de que esta amistad es posible en todas partes es lo que nos permite, a mí y a mi familia, marcharnos serenamente –afirma Silvia– porque sé que nuestra vida se apoya en esta compañía, que solo se mantiene unida por quien nos ha puestos juntos, que es Cristo».

Gabriel resumía así su gratitud por estos días: «Lo hemos organizado todo para que saliera bien, la comida, los juegos, los cantos, los testimonios, hemos tenido la caridad de ayudar a los amigos que tenían dificultades económicas, pero no podemos decir que estos días hayan sido el fruto de nuestras grandes virtudes ni de nuestra creatividad. Es Dios que nos ha puesto juntos. Todas estas cosas tan bonitas es como si gritaran las palabras de Lewis: “No soy yo. Solo soy un recuerdo. ¡Mira! ¡Mira! ¿A qué te recuerdo?”».