Los jóvenes de CL visitando la Porciúncula (Andrea Grossoni/Fraternità CL)

Asís. Con ojos nuevos

Las preguntas sobre el dolor, las dificultades de la paternidad, el trabajo… y la sorpresa de una fe que «informa la vida» en una comunión vivida. La convivencia de más de 400 jóvenes de CL
Maria Acqua Simi

Asís en noviembre es bellísima. El frío intenso la vacía de turistas, la luz invernal la hace como nueva, y la Porciúncula resulta accesible sin colas interminables. Así, en la tierra de san Francisco y santa Clara, más de 400 jóvenes de CL guiados por Paolo Prosperi y Francesco Cassese se dieron cita del 23 al 26 de noviembre tras la primera cita que tuvo lugar a finales de marzo. Laudes por la mañana, asambleas, Rosario por la paz, misa diaria, Ángelus, música clásica para entrar en el salón. Las veladas las organizaban los presentes. Hubo una noche de cantos, una conmovedora conexión con Tierra Santa con Alessandra Buzzetti, periodista enviada a Jerusalén, Hussam Abu Sini, oncólogo de Haifa, y Giacomo Gentile, de la Asociación Pro Terra Sancta, desde Alepo.

En los ratos libres hubo tiempo para visitar la tumba de santa Clara y del beato Carlo Acutis. Salía inmediato un ímpetu por compartir la vida y descubrir la fecundidad que hace posible la fe. Conversaciones francas y libres sobre la fatiga de ser padres, las amistades, las dificultades en el trabajo, las preguntas sobre el matrimonio o la vocación, la incapacidad para dar prioridad a ciertas cosas, los desafíos educativos, el dolor por el mal cometido o sufrido, el redescubrimiento de la fraternidad, la docilidad ante la corrección, la alegría de sentirse protagonistas por ser instrumento de Otro pero también el miedo de ceder a la mentalidad que busca estar siempre a la altura, incluso dentro de la vida del movimiento.

Un momento de la asamblea con Paolo Prosperi y Francesco Cassese

Las palabras clave –el hilo conductor de esos días– han sido creatividad, generación, responsabilidad, memoria y comunión, siguiendo las huellas del primer encuentro en Asís en marzo y la Jornada de apertura de curso. «Estamos aquí para acompañarnos en un tramo del camino –empezó diciendo Cassese–, para disfrutar de la compañía que nos hace el Misterio a través de nuestros rostros. Y para conceder nuevamente espacio a Cristo, para que nos atraiga hacia Él». Así lo testimonió el grito de Matilde, una joven madre que desde hace tres años ha sido llamada junto a su marido para acompañar a su hija con una enfermedad incurable. El mismo grito de quien ha perdido de repente a su padre o a su mujer, o el de esos padres que han visto cómo se les arrancaban los hijos que esperaban.

Con estas dificultades, se va abriendo paso una perspectiva nueva, como contaba Giovanni, entre otros. Médico, casado y padre de Paolo, en los últimos dos años ha tenido que afrontar junto a su mujer la muerte de dos hijos en sendos embarazos ya avanzados: primero Mateo, luego Manuel. La segunda vez también corrió peligro la vida de su esposa. Al volver a casa del hospital, el primogénito le preguntó a su madre dónde estaba su hermanito y ella le respondió: con Jesús. Siguieron meses llenos de rabia, donde Paolo se enfadaba con todos y sobre todo con Dios, que le había quitado a su hermano. Luego llegó lo inesperado. «Una vez Paolo le dijo a mi mujer: “Mamá, pídele a Jesús que me dé otro hermanito”. Ella le respondió: “Mira, en la tripa de mamá ya no puede haber hermanitos”. A lo que él respondió: “Bueno, él encontrará la manera”. Entonces mi mujer le dijo: “¿Por qué no se lo pides tú?”». A los pocos días, en la cama, delante de la imagen de la Sagrada Familia, los padres oyen al pequeño diciendo: «Jesús, vale que te hayas llevado a mi hermanito, vale, pero yo te pido otro. Tú decides cómo y cuándo». Entonces se paró un momento y añadió: «¡Y gracias por traerme a casa a mamá!». La libertad de ese niño contagió a sus padres. «Me sorprendió –explica Giovanni– porque mi hijo mostraba una claridad en su relación con Dios, una familiaridad, una paternidad que yo miro. A veces te escondes un poco diciendo: “Sí, vale, está con el Señor”, como anestesiando un poco el dolor. En cambio, mi hijo ha tenido esa libertad de enfadarse propia de una relación de hijo y eso le ha hecho decir la verdad: “decide tú” y “gracias porque mamá está en casa”».

En Asís, fueron muchos los jóvenes que dijeron que deseaban conocer cada vez más a Jesús y poder testimoniar al mundo una mirada nueva que te libera de las lógicas y de las jaulas de los tiempos modernos. También les provocó en este sentido Paolo Prosperi con la lección del viernes por la tarde. «La fe no es solo una forma de contacto interior con Jesús. La fe nos introduce en una forma nueva de ver la realidad entera. La fe nos hace entrar en el punto de vista de Cristo, que es el punto de vista más verdadero. ¿Pero en qué consisten esos ojos nuevos que concede la fe y que la memoria –que no es otra cosa que la fe vivida– permite desarrollar?». Para responder, Paolo acompañó a los presentes para redescubrir algunos de sus episodios favoritos del evangelio de Juan. Primero: el ciego de nacimiento. Segundo: el chapuzón de Pedro después de la pesca milagrosa. Releer este pasaje pensando en cómo nos llama hoy Cristo personalmente a cada uno es como escucharlo por primera vez. Los discípulos vuelven a la orilla con las redes vacías. De lejos, alguien les pregunta si tienen algo de comer, pero no hay peces. Juan se da cuenta de que el hombre de la orilla es Jesús y se lo dice al resto. Pedro «se ató la túnica y se echó al agua» para ir hacia Aquel que le había cambiado la vida. «Hasta uno como Pedro necesitó tener al lado a un amigo que le indicara al Señor. También nosotros, para reconocerlo, necesitamos a alguien que nos abra los ojos, necesitamos una compañía vocacional».

Algo así le pasó a Gioia, que trabaja como asistente de un juez. Cuando pidió unos días de permiso para ir a Asís, un colega la puso contra las cuerdas y se vio obligada a contar su experiencia en el movimiento y lo que había vivido en la convivencia de marzo, centrada en el tema del trabajo, la “sociedad del cansancio”, caracterizada por la performance como medida del propio valor, la mentalidad del hazte a ti mismo… El juez y su compañero se quedaron impresionados, se sentían descritos. Poco antes de irse surgió una emergencia en el despacio. El magistrado la llamó y le preguntó cómo era posible afrontarlo a la luz de lo que les había contado. Luego le deseó lo mejor para esos cuatro días con sus amigos de CL. ¿Casi un milagro? ¿Algo excepcional? No: un reconocimiento que nace de haber secundado la propuesta de volver a Asís.

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Estos cuatro días han sido como una apuesta. «No sabíamos dónde íbamos a llegar –concluía Cassese– pero lo significativo es que todos los presentes se preguntan cómo transmitir lo que han vivido aquí cuando vuelvan a casa. Es decir, cómo hacer llegar al mundo esta mirada nueva. En síntesis, esa es la cuestión de la responsabilidad y la misión». En Asís se respiraba una sobreabundancia de gracia. Reflejo del perfume que invadió la habitación de la casa de Lázaro, hace más de dos mil años, cuando María de Betania untó los pies de Jesús con el mejor ungüento que tenía porque Él había llorado con ella, había resucitado a su hermano, la había amado y mirado como nadie había hecho nunca. «Este “despilfarro”, este darse sin medida es el reflejo, el espejo del asombro que surge al ver cómo Cristo se entrega sin medida. Entonces, no se trata de preocuparse por ser creativos, sino de profundizar en ese asombro. Si no amamos, si nos atascamos, como suele pasar, es simplemente porque todavía estamos en camino», dijo Paolo al terminar. Un camino en el que no estamos solos. Como le pasa a Simón Pedro. ¿Qué le empujó a tirarse al agua? La presencia de Cristo que Juan le indicó. ¿Qué puede provocar hoy ese ímpetu en mí? «Qué tú puedas estar delante del esplendor de este amor, pero necesitas que alguien te lo muestra, alguien que lo haya visto antes y mejor que tú». Una compañía vocacional, en definitiva. Como la que se podía tocar en Asís.