Tommaso Saltini, Carla Benelli y Osama Hamdan en Betania (Cisjordania)

Una tierra que custodiar

Un párroco en Gaza, un arquitecto musulmán que restaura iglesias, un anciano ateo que se convierte. Tommaso Saltini, director de Pro Terra Sancta, describe un lugar que «sigue teniendo una única fuerza: proponer al mundo a Dios»
Maria Acqua Simi

Tommaso Saltini, 51 años, es el director general de la Asociación Pro Terra Sancta desde 2006, ONG vinculada a la Custodia de Tierra Santa y a las numerosas iglesias y comunidades cristianas de aquellos lugares (está operativa en Israel, Palestina, Siria, Líbano, Jordania, Egipto, Chipre y Grecia). Se dedica a promover proyectos de desarrollo, culturales y educativos que favorecen el diálogo en una situación que todos califican de imposible. En el escritorio se amontonan fotos y folletos de Getsemaní, los lugares de la crucifixión, Betania, Belén, Jericó y Nazaret, donde dio comienzo la historia de la salvación y donde tiene su origen nuestra esperanza, incluso en estas horas tan amargas. Allí es donde María recibió el anuncio del Ángel y allí el Verbo se hizo carne.

Hemos hablado con él estos días en los que la guerra ha vuelto a ensangrentar Israel y Palestina, no para que nos haga un análisis de la situación, sino para que nos ayude a entender mejor qué implica ser cristiano, israelí, árabe o musulmán en esa tierra, y qué significa cooperar para que todos puedan sentirse algún día en casa. Sus respuestas están llenas de historias y fragmentos de vida de un camino que ya dura 18 años. Mejor dicho, ochocientos.

«Estos días la consternación es grande», afirma Saltini. Llevamos años comprometidos al servicio de una población que lleva décadas probada por el conflicto y este nuevo estallido de violencia nos asusta, nos duele y no interpela. También nos hace sentir impotentes, pero nunca dejaré de decir que hay que favorecer ocasiones de encuentro y trabajar para imaginar soluciones nuevas y creativas que puedan conducir hacia una paz para todos. También hacen falta propuestas políticas duraderas. No es fácil, pero tampoco es imposible, pues yo he visto nacer relaciones impensables que han generado mucho bien. Si miro atrás, lo primero que siento es gratitud. El Señor no me ha dejado solo. Sin una compañía humana, nunca habría podido participar, con toda mi pequeñez, en la gran misión que la Iglesia encomendó a los frailes franciscanos hace ocho siglos, la de custodiar los lugares santos y apoyar a la comunidad cristiana en Tierra Santa».

Milanés, miembro de los Memores Domini, graduado en economía en la Universidad Católica, donde da clase actualmente, después de unos años trabajando en el mundo financiero y tres en Naciones Unidas en Viena, aterrizó en Jerusalén cuando el nuevo custodio de Tierra Santa, un jovencísimo Pierbattista Pizzaballa, decidió encargarle de dirigir una ONG laica pero vinculada a la Custodia que ya existía sobre el papel pero que aún no había llegado a arrancar. «La confianza que me dio Pizzaballa, que ya entonces estimaba mucho al movimiento, fue un acicate desde el primer momento. De hecho, antes de ser custodio había sido sacerdote de la primera parroquia católica de Israel, con toda la pastoral en hebreo (lo habla perfectamente, lo aprendió viviendo con varias familias judías en los kibutz), y siendo párroco empezó a recibir a muchos peregrinos. Entre ellos, varios grupos de CL. Le llamaban mucho la atención las preguntas que le planteaban y eso con el tiempo le llevó a sentir una profunda simpatía por Comunión y Liberación».

En Tierra Santa, Tommaso empezó poco a poco a trabajar con todos para profundizar en la historia y en la cultura de todas las comunidades presentes. Todo lo que ya creía saber se esfumó enseguida. Los prejuicios dieron paso a los encuentros, de lo más dispares. El primero con Carla Benelli, que hoy sigue siendo un pilar en la asociación. Historiadora del arte, laica, de izquierdas, había decidido mudarse a Jerusalén diez años antes porque le apasionaba el trabajo de conservación de bienes culturales del padre Michele Piccirillo, un arqueólogo ecléctico y el primer estudioso que intuyó la necesidad de que hubiera una asociación laica que apoyara la Custodia. Lo que le impactó a Carla era cómo valoraba a la comunidad local, formando a los jóvenes, involucrando a los palestinos hasta en las tareas más comprometidas en el ámbito de la restauración y la arquitectura. Dialogaba con todos y ese era el camino a seguir. De ahí nació uno de los primeros grandes proyectos que Pro Terra Sancta puso en marcha en la ciudad palestina de Sabastiya, en Samaria, donde se dice que fue sepultado Juan el Bautista.

«Ese proyecto, que implica “piedras y personas”, sigue hoy en marcha. No es nada banal. Es fruto de la primera lección que nos dio Pizzaballa cuando nos dijo que no empezáramos algo si no íbamos a ser capaces de llevarlo a cabo a tiempo. De hecho, la gente que vive en Tierra Santa sigue muy herida porque llegan muchas ayudas pero son temporales, se acaban, y son pocos los que se quedan realmente con ellos», señala el director de la asociación. «Lo que sigue sin entenderse todavía es que el asistencialismo mata la dignidad de la persona. Lo que construye no es tanto el dinero que se da a fondo perdido ni los discursos circunstanciales más o menos bien intencionados en torno al tema de la paz. Lo que permanece –asegura Tommaso– son los vínculos. Eso es lo que resiste incluso ahora, en medio de la destrucción».

Pequeñas semillas. Como un grupo de restauradores de mosaicos de diversa procedencia que empezaron a trabajar juntos para restaurar los santuarios cristianos que aún hoy, después de tantos años, permanecen unidos. Como el único párroco cristiano en Gaza, el padre Gabriel Romanelli, que estos días ha ido contra corriente para poder regresar a la franja y no dejar sola a su gente. Como el arquitecto palestino Osama Hamdan, que habría podido dejarse llevar por el odio, por las injusticias sufridas, pero en cambio optó por amar. «Osama está con nosotros desde los inicios –explica Saltini–. Para mí ha sido precioso verlo trabajar estos años. Siendo musulmán, ha dado literalmente la vida por restaurar iglesias cristianas, suscitando tal asombro y admiración que su presencia ha favorecido el diálogo y el encuentro entre personas que ni siquiera eran capaces de mirarse a la cara. Aún hoy, a pesar de su enfermedad, sigue llevando un proyecto en el santuario de Betania, que es una ciudad complicada donde ningún militar, israelí o palestino, se atreve a pisar, pero que cuenta con este sitio tan bonito que con el tiempo acabó en ruinas. Gracias a Osama pudimos ponernos en contacto con la gente del lugar y trabajar allí donde vivieron Marta, María y Lázaro».

Ese cruce de pueblos, lenguas y religiones sigue siendo la meta de muchos peregrinos que llegan desde cualquier rincón del mundo para tocar con sus propias manos los lugares de la fe. Nadie vuelve a casa como estaba. Porque Tierra Santa es un lugar que abre preguntas, como dice Tommaso. «Hace poco recibí la carta de un anciano que había dedicado su vida a la política y a la causa palestina, declaradamente ateo. Después de tantos años viajando a Palestina, ahora empieza a hacerse preguntas sobre Dios. En su país –es italiano– ha conocido a gente de CL y junto a su mujer ha empezado a hacer un camino de fe que le ha llevado ahora, en el umbral de sus setenta años, a inscribirse en la Fraternidad». Semillas minúsculas, como decíamos.

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¿Qué hace posible una fecundidad así? «No un “hacer por hacer”, sino caminar juntos para construir un pedacito de belleza –responde Saltini. Junto a israelíes, cristianos y palestinos, trabajamos mucho por la cultura porque nos enseña esto, los mosaicos nos enseñan esto, una iglesia bella o una mezquita hermosa que hay que restaurar nos enseñan esto, igual que las escuelas llenas de niños que ocupan sus bancos en vez de estar mendigando por la calle. La belleza siempre remite a la verdad. Todo lo que pasa no sucede por mis cualidades, sino porque Otro se ha servido de mí. He aprendido que mi responsabilidad, mi vocación, se juega al decir sí y solo eso puede construir algo que dure en el tiempo. En todos estos años de pertenencia a CL, con todos los altibajos que ha habido, he visto una vida y una creatividad increíbles que florecen como un fruto de nuestro carisma. ¡Cuántos amigos nos han apoyado en nuestro servicio de múltiples formas! Cuánta amistad en torno a esta tierra que hoy solo tiene una única fuerza: la de seguir proponiendo al mundo a Dios».