(Foto: Mauricio Torres/Ansa)

Ecuador. Un lugar que vence el miedo

Guerra entre narcos, revueltas en las cárceles, enfrentamientos sociales, terremotos e inundaciones. Un país sumido en el caos. La comunidad de CL decide ofrecer un juicio común a todos
Maria Acqua Simi

«Papá, ¿nosotros también vamos a morir?». La pregunta de la hija de Pancho es perturbadora y no nace de la nada. La noche anterior, en un restaurante debajo de su casa, hubo un tiroteo en el que murieron varios clientes, cuya culpa solo fue la de estar tomando algo en el local de alguien que se había negado a pagar el “pizzo” a las nuevas bandas de mafiosos o encontrarse en medio de un ajuste de cuentas entre sicarios. Si hace un tiempo era solo un lugar de paso para el comercio ilegal de cocaína, desde hace un par de años Ecuador vive a merced del narcotráfico, inmerso en una guerra entre rivales que ha entrado en las ciudades con mucha violencia. El nuevo sistema carcelario, flor que luce en el ojal del gobierno anterior, también se ha convertido en escenario de este sangriento conflicto entre cárteles de la droga: ya hay más de un millar de presos que han muerto en el último durante las revueltas en las cárceles. En este pequeño país de América Latina (con poco más de 18 millones de habitantes, la mayoría concentrados en la capital, Quito, o en Guayaquil) no son nuevos los enfrentamientos o los golpes de estado, pero la inestabilidad y la violencia han alcanzado ya un punto de no retorno. Además, en las últimas semanas varios movimientos sísmicos, desprendimientos de tierra e inundaciones han agravado la situación. La clase política se ha mostrado incapaz de gestionarla, de modo que la brecha social, la rabia y el miedo han tomado el control. ¿Cómo estar delante de todo esto? Los amigos de la pequeña comunidad de CL –unos sesenta en total– se ven muy interpelados. La pregunta de la hija de Pancho les quema.

«La fractura social ha abierto un abismo», explica Stefania Famlonga, responsable del movimiento en Ecuador y directora de la ONG Sembrar, que trabaja en proyectos educativos en Quito desde 2004. «Siempre ha habido una gran disparidad entre los pobres, la mayoría indígenas, y los demás. Disparidad que en los últimos años (y no solo por la pandemia) ha aumentado a niveles inimaginables, tanto a nivel socio-económico como cultural. Protestas, manifestaciones y enfrentamientos callejeros están a la orden del día. En medio de todo esto, nuestra comunidad de CL supone una novedad».

Demos un pequeño paso atrás. En Ecuador, el movimiento nació en los años 90 en la ciudad de Portoviejo con la llegada del misionero Valter Maggi, que luego sería obispo de Ibarra. En 2003 llegaron varios Memores Domini a Quito (entre ellos Stefania, Chiara y Valeria), luego varios profesores italianos y desde entonces ha sido una presencia que nunca ha faltado y que ha generado un buen grupo de hombres y mujeres ecuatorianos fascinados por el carisma de CL.
«Cuando nos juntamos en vacaciones, es impresionante ver gente tan distinta y tan amiga. Unos viven en Quito, otros en Ibarra, Portoviejo o Guayaquil, con las historias más dispares. Algunos tienen clara ascendencia indígena, otros pertenecen a clases sociales más altas, como la hija de un exembajador del Vaticano, hay un economista que sale todos los días en televisión y hay también afro-ecuatorianos, una de las minorías más discriminadas y marginadas del país. Hay familias de todos los niveles sociales que conocieron el movimiento hace años y que ahora participan en él con sus hijos… En definitiva, cuando nos miramos se hace evidente qué es la unidad de un pueblo».

A mediados de marzo, un grupito de algunos de ellos participó en la Asamblea de Responsables de América Latina, en Brasil. «Comentamos con nuestros amigos los problemas que tenemos en Ecuador, pero también una pregunta que tenemos desde el encuentro con el Papa el pasado 15 de octubre: ¿qué quiere decir para nosotros “la profecía por la paz”? Porque en el fondo es como si la guerra en Ucrania se nos quedara algo lejana. ¿Qué nos decían el manifiesto de CL y el reclamo del Papa? Davide Prosperi insistió en el ARAL en la importancia de aprender a dar un juicio comunional ante las cosas que vivimos».

Y así, al volver a Ecuador, percibieron el deseo de vivir cada vez más esa comunión e intentar comprender mejor el momento tan complicado que estaban viviendo. «Lo comentamos en una pequeña asamblea de responsables, sin la preocupación de escribir algo ni solucionar nada. Nos vimos en Quito, como hacemos cada dos meses, lo que para algunos supone viajes muy largos, ya que no hay autopistas. Nada más empezar el encuentro, Pancho nos planteó la pregunta de su hija: “Papá, ¿nosotros también vamos a morir?”. Él estaba desarmado, nos dijo que no quería salir huyendo ni refugiarse en casa, pero tampoco minimizar el problema. ¿Cómo estar delante de todo esto? Hicimos nuestra la pregunta de esa niña, y así surgió la idea de escribir un manifiesto para contarle a todos nuestra experiencia cristiana. No podíamos guardarnos este tesoro».

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«El texto es fruto de un diálogo entre los que estábamos allí, donde cada intervención completaba de alguna forma la anterior. Fue un momento lleno de verdad, donde vimos la comunión en acto. A partir de la provocación de Pancho empezó una confrontación fraternal donde nadie tenía miedo a exponerse ni a preguntar». Así que decidieron proponer el manifiesto a compañeros y amigos, «pero también hacer un gesto público en Quito, en verano, donde poder decir quiénes somos. Estamos pensando en una especie de pequeño Happening o Meeting… algo que nunca se ha visto en Ecuador. ¿Por qué? Para decir a todos que este lugar de la paz existe y nosotros se lo queremos ofrecer a todos. La provocación de Pancho ese día cambió nuestra mirada porque nos ha obligado a mirar nuestro país, nuestra realidad, tan dura y a veces insoportable, sin querer perdernos nada. Eso es la comunión».