Los testimonios de Hiba Al-Saadi y Ettore Soranzo (Foto: Foto Gianfranco Pinto/Giuliano Mami)

En Belén, tras las huellas de Cristo

En la ciudad de la Basílica de la Natividad, un evento para celebrar el centenario de don Giussani. El testimonio de Hiba, la presentación del libro de Amicone y el mensaje del Patriarca de Jerusalén
Alessandra Buzzetti

La plaza de la Natividad de Belén tiene un encanto especial en los atardeceres de Adviento. Sobre la piedra blanca de la basílica se reflejan las luces del gran árbol de Navidad que se enciende a principios de diciembre. A pocos metros de distancia, tiene las puertas siempre abiertas el Centro por la Paz, que alberga numerosas iniciativas navideñas. Este año, entre las novedades previstas, un encuentro para conocer a don Luigi Giussani con motivo del centenario de su nacimiento.
En la sala de entrada, para acoger a los invitados, se exponían las imágenes de su única peregrinación a Tierra Santa en 1986, bajo las notas del canto Nazareth morning. «La mañana de Nazaret, la estrella de Belén, brilla para los pueblos cercanos y lejanos. El alba da paso al día, el día ha llegado para quedarse, las tinieblas del pecado no oscurecerán el camino».

Qué significa el alba de esta esperanza, que permite volver a empezar cada mañana, más aún para los que viven en un lugar golpeado por un conflicto permanente, lo explica Hiba Al-Saadi, 38 años, madre de tres hijas, trabajadora social en el Hospital infantil de Cáritas, el único centro hospitalario pediátrico de los territorios palestinos. Hiba cuenta la historia de una amistad que nació en las plantas del hospital con un extraño grupo de italianos. Gente alegre, más interesados por las personas que por sus obras de caridad. Doce años después, aquí están para escuchar a Hiba.

«Quiero dar las gracias a mi marido, Reed, y a mi familia por permitir que dedique mi tiempo a estar con estos amigos –dice Hiba–. Reed siempre me ha animado a participar en sus encuentros porque veía que volvía a casa feliz, se daba cuenta de que ahí había algo que alimentaba mi alma, que me hacía vivir con más intensidad tanto los momentos alegres como los más complicados. Poco a poco descubrí que en el origen de esa alegría que veía en estos amigos estaba don Giussani, un sacerdote que no vivía encerrado en la iglesia, sino que salía fuera y sabía tocar el corazón de los jóvenes. Como nos dijo el Papa en la audiencia del centenario de Giussani». Fue justo en la audiencia del 15 de octubre en la plaza de San Pedro cuando se despertó el deseo de la pequeña comunidad de Tierra Santa de proponer en su ciudad este encuentro que cambió sus vidas, invitando a conocer a don Giussani a sus compañeros, amigos y hasta a las autoridades.

A los saludos del gobernador de la zona de Belén y del teniente de alcalde, siguió la lectura de un mensaje del Patriarca de Jerusalén: «He conocido a don Giussani indirectamente, siempre me ha llamado la atención su libertad, algo que no se puede dar por descontado, que venía directamente de su relación con Cristo y que remitía a Él cada acción e iniciativa humana –decía monseñor Pizzaballa–. Para un creyente puede ser un hecho patente, pero es muy raro escucharlo: decidir por Cristo lleva necesariamente a apostar por el hombre, a amarlo sin condiciones, porque el criterio y la medida de ese amor son las mismas del propio Cristo». En un contexto como el de Tierra Santa, donde las obras sociales, sanitarias y educativas son la fuerza de la presencia cristiana, resulta aún más urgente no perder la conciencia de Quién está en su origen.
«La renovación tan deseada de nuestras actividades no debe partir de una renovación estructural –concluía el Patriarca– sino de volver a la pregunta de Jesús a los discípulos: ¿y vosotros quién decís que soy yo? Una pregunta a la que don Gius supo responder claramente y que todavía hoy sigue perturbando y fascinando a muchos de los que le siguen».

Como Ettore Soranzo, que llegó hace 25 años a Tierra Santa para trabajar primero en un hospital católico de Nazaret y luego en la Custodia de Tierra Santa en Jerusalén, hasta 2018. En una foto de grupo de la peregrinación de 1986 –narrada por Luigi Amicone en el libro Tras las huellas de Cristo– se ve a don Giussani de rodillas, a los pies de un fraile franciscano. «Creo que nada expresa mejor que esta foto la pasión que tenía este hombre por servir a la Iglesia, pasión que pude experimentar personalmente, puesto que tuve la suerte de poder servir en tres grandes obras de la Iglesia justamente gracias a él –cuenta Ettore–. Amaba tanto a Jesús, y por tanto a su Iglesia, que cada vez que la Iglesia pedía ayuda o colaboración, él hacía todo lo posible por responder. Así nació una historia de servicio en esta Iglesia local donde el centro del trabajo no es tanto la realización de obras concretas o proyectos de cooperación sino el crecimiento de la propia fe y de la amistad y compañía con los que viven aquí, mediante experiencias de trabajo y convivencia comunitaria».

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Una historia que nace de la “nada”, es decir, de gestos pequeños, discretos, de los que el mundo no se da cuenta, pero siguiendo el método de Dios, que tanto impactó a don Giussani en Nazaret. «Lo más impresionante –decía después de rezar en la gruta de la Anunciación y en la de la Natividad– es que todo ha nacido de esos agujeros, de una pobreza absoluta. Impresiona porque, por su naturaleza, el cristianismo empieza siempre así».