Una voluntaria de la Recogida de alimentos

Recogida de alimentos. Historias que marcan la diferencia

El sábado 26 de noviembre vuelve la Jornada Nacional de Recogida de Alimentos, una ayuda concreta para los necesitados y una ocasión para los voluntarios
Massimo Romanò

Por 26º año consecutivo, el sábado 26 de noviembre un río de caridad recorrerá de un extremo a otro la bota italiana. Decenas de miles de voluntarios se darán cita en las puertas de pequeños y grandes supermercados en la Jornada Nacional de Recogida de Alimentos. Hay mucha preocupación, el escenario está cambiando a gran velocidad. El Banco de Alimentos calcula que en el último año han recibido 85.000 peticiones más. Entre los nuevos pobres no solo están aquellos que se han quedado sin empleo, sino también los que, teniendo trabajo, ya no pueden hacer frente a todos los gastos necesarios para vivir. Comer y pagar facturas se ha vuelto imposible para muchos. Este sábado, 140.000 voluntarios con su peto amarillo propondrán un gesto de caridad capaz de cambiar realmente la vida de la gente, dando esperanza y rompiendo la soledad.

En uno de los supermercados estará Caterina, de veinte años. Una chica aparentemente frágil pero con una fuerza dentro que se contagia. Su padre perdió su empleo hace tiempo y ella recuerda perfectamente esos días tan angustiosos, en los que todo parecía precipitarse en un negro abismo. Lo que más recuerda es la vergüenza pintada en la cara de su padre. Él, que nunca había tenido que pedir nada a nadie, ya no sabía qué hacer para garantizar al menos lo indispensable a su familia. Caterina no perdió el ánimo e hizo algo que su padre no lograba hacer: pedir ayuda. Sabía que en su barrio estaba la sede de un centro de solidaridad que repartía comida entre los necesitados. Ese día comenzó para ella una nueva aventura. Descubrió que esa comida que se repartía procedía del Banco de Alimentos y que muchos de esos productos se recogían durante la Jornada de Recogida de Alimentos. Le pareció totalmente normal, a finales de noviembre, ponerse el peto y ponerse a trabajar en la puerta del supermercado. Este año volverá a hacerlo. Todo el bien que recibió salvó a su familia y ahora para ella es la ocasión de devolverlo.

Marco, Massimo, Nicola y Roberto vuelven a hacerse la misma pregunta de siempre. ¿Pero por qué vale la pena volver a hacer la recogida? Ante la misma pregunta, otra vez este año, se miran a los ojos con una sonrisa. Podrían encontrar motivos para decir que no. Los años pasan y el que mejor está de los cuatro tiene la pierna destrozada. Desde hace quince años pasan esta jornada en un súper del centro de Milán. Sería muy fácil decir: «ya no podemos», y nadie tendría nada que objetar. Pero cada año se impone una evidencia: ese gesto, con el tiempo, ha cambiado su corazón. Lo que les convence no es una costumbre, sino una manera distinta de mirar la realidad, de mirar las necesidades de la gente y de vivir el esfuerzo que supone. Una novedad que ha sido posible gracias a este gesto. Así que se han puesto en marcha. Marco ha llamado a un grupo de jóvenes ucranianas que les ayudan desde hace años para preguntarles si están disponibles. Su respuesta nunca deja de sorprenderle: «Estábamos esperando vuestra llamada. Estamos preparadas».

Sara también volverá a ponerse el peto, con esa sonrisa contagiosa y una fuerza extraordinaria. Perdió a su padre de pequeña y desde hace años participa siempre con su madre. ¿Por qué? Sencillamente por gratitud. Gracias a la ayuda que el Banco de Alimentos presta a una asociación a la que ellas acudieron, tuvieron un apoyo en los momentos más duros. Su sonrisa también realizó un pequeño milagro. El año pasado, mientras llenaba cajas y repartía bolsas, se le acercó un hombre. Era el director del punto de venta. Impresionado por su compromiso y su entusiasmo, le ofreció una entrevista de trabajo.

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Y es que esta jornada cambia realmente la vida de la gente. La vida de los voluntarios, de los que reciben y de los que donan. Enrico lo sabe perfectamente. Es un anciano que este año volverá a estar en la puerta de un supermercado. No lo ha tenido fácil porque al principio le parecía un gesto inútil, tenía muchas dudas sobre dónde acababa la comida que se recogía. Hasta miraba a los voluntarios con cierto fastidio. Pero hace dos años reunió el valor de acercarse. Le recibió un chaval que podía ser su nieto. Intentó resolver todas sus dudas y preguntas, escuchándole pacientemente, y acabó lanzándole un desafío que Enrico no se esperaba. En vez de responder dialécticamente, le ofreció un peto y sonriendo le propuso que le acompañara en su labor. Durante dos horas estuvo con él repartiendo bolsas a la entrada. Lo hizo sencillamente, sorprendido y agradecido porque haciendo ese gesto con sencillez era como si todas sus preguntas hubieran encontrado de pronto una respuesta.

De hecho, el 26 de noviembre Enrico volverá a estar en la puerta del supermercado. Esta vez sin dudas ni preguntas. Hacer ese gesto sencillamente le ha cambiado el corazón y la mirada. Igual que a otros miles de personas. Así es como, en estos 26 años, ese pequeño torrente de caridad ha llegado a convertirse en un río en crecida.