(Foto: Ansa)

Del reconocimiento de un bien, una unidad de juicio: hace falta una educación del pueblo

Un artículo del presidente de la Fraternidad de CL tras el resultado de las elecciones italianas del 25 de septiembre
Davide Prosperi

El resultado de las elecciones italianas pone de relieve varios aspectos sobre los que merece la pena reflexionar. El primer dato es la confianza que una clara mayoría de electores ha querido dar a cierta propuesta política, confianza sobre la que podrá apoyarse la estabilidad del gobierno que nazca de ahí, con la esperanza de que los intereses particulares no prevalezcan sobre las respuestas urgentes que espera nuestro país. Al día siguiente de la victoria electoral de la coalición de centro-derecha, Giorgia Meloni decía que «es el tiempo de la responsabilidad». Una declaración política que sin embargo, dado el delicadísimo momento que está atravesando nuestro país, no podemos dejar de compartir y sentir como un reclamo dirigido a todos: al gobierno, a la supuesta gran mayoría que lo apoyará, a una posición que esperamos sea constructiva, a las instituciones y sobre todo a la sociedad civil. En efecto, esperamos que el nuevo gobierno esté abierto a considerar y valorar sus propuestas, dando crédito al programa electoral respaldado por los votos.

¿Qué responsabilidad específica siente como propia el movimiento en esta nueva etapa de la política italiana? Como señalaba el documento En camino hacia el bien común, sobre el que se ha discutido en numerosos encuentros públicos en toda Italia antes de las elecciones, CL ha tomado en serio desde el principio la invitación de la Iglesia a todos los católicos de implicarse concretamente en la construcción del bien común. Por otro lado, se ha debatido mucho en los medios sobre el tema de la presencia de los católicos en política, signo de que la pregunta sobre la contribución que podemos ofrecer está viva y sugiere nuevas responsabilidades que es necesario asumir. El presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Matteo Zuppi, reiteró recientemente la invitación «a “ser protagonistas del futuro”, conscientes de la necesidad de reconstruir un tejido de relaciones humanas del que la política no puede prescindir» («Pedimos alta responsabilidad a los elegidos», Avvenire, 27 de septiembre de 2022).
El primer paso en esta dirección es estar presentes con un juicio. Dice don Giussani en una conversación con los monjes de la Cascinazza en 1982: «¿Por qué es necesario hacer un juicio? Porque el juicio guía, marca el camino. Pero hay algo que está antes que el juicio: el amor al camino y la voluntad de recorrerlo. No es algo banal, porque si no amáramos el camino, el juicio se convertiría en algo que a uno no le importa, o en expresión del amor propio, en la búsqueda del amor propio. […] Puesto que sin juicio, sin un juicio, no hay decisión ni construcción, el demonio tiene interés en debilitar el juicio. El juicio es el que juzga (en el sentido de ‘condena’) al diablo, es el que quita del medio al maligno: lo quita del medio porque construye. Un juicio sobre ti combate a la mentira que está en ti, te pide cambiar» (L. Giussani, «Sobre el juicio comunional», Huellas, n. 6/2001, pp. 48-52).
No solo eso: en una comunidad cristiana como la nuestra el juicio es necesariamente juicio común. Sigue diciendo don Giussani: «“Juicio común” significa “juicio comunional”. ¿Qué indica esta expresión? Indica un juicio que nace de la comunión que vivimos entre nosotros. El juicio comunional expresa la comunión que se vive, una vida de comunión. ¿Qué quiere decir una vida de comunión? Una vida compartida para vivir la memoria de Cristo. Porque en la fraternidad, en la compañía fraternal, la presencia de Cristo es más pedagógica, se comunica de forma pedagógicamente más eficaz y se asimila de una manera más viva y segura» (L. Giussani, «Sobre el juicio comunional», op. cit., p. 49). Parece evidente que la pertenencia a la comunidad cristiana es el factor fundamental de juicio: en el lugar donde Cristo está presente es donde cada uno de nosotros puede experimentar lo que verdaderamente salva lo humano y donde se nos ayuda a ver con más claridad lo demás, incluida la política, superando el propio punto de vista personal. Como dice el starets del Anticristo de Soloviev, «para nosotros, lo más querido del cristianismo es Cristo. Él mismo y todo lo que proviene de Él» (cf. V. Soloviev, Los tres diálogos y el relato del Anticristo, El buey mudo, Madrid 2016, p. 208).

Una dinámica de juicio de este tipo nos libera de la lógica del choque de opiniones y nos ayuda a centrarnos en la verdadera naturaleza de la unidad entre nosotros, llamados por Cristo, siguiendo a la Iglesia, a dar testimonio en el mundo. En efecto, nuestra unidad, como católicos, no está definida por el punto de llegada –es decir, por el hecho de estar necesariamente de acuerdo en qué votar o en identificar el resultado electoral más satisfactorio– sino por el punto de partida. Nos interesa, por tanto, que sea quien sea quien gobierne y sea quien sea quien ocupe la mayoría o la oposición, pueda confrontarse siempre con las prioridades que nos parecen decisivas para el bien común. Y el bien común, siguiendo la Doctrina social de la Iglesia, coincide para nosotros con un ideal de sociedad que tiene su impulso inicial en el reconocimiento de un bien posible para cualquier persona en su vida concreta y por tanto para toda la humanidad, con la certeza de una Presencia que nos permite mirar al otro por su destino. A partir de ahí se comprende por qué nuestro interés por la política nace de una pasión por el hombre y por qué la circunstancia electoral puede llegar a convertirse, para quien se implique en ella, en una ocasión de encuentro.

Llevando todo esto al contexto contingente, creo que hay dos factores que ya caracterizan en este momento nuestra iniciativa.
El primero es remarcar que la preocupación que está en el origen de cualquier movimiento nuestro dentro de la realidad es exclusivamente una preocupación educativa. Tras el atentado de Nassiriya en Iraq en 2003 don Giussani comentaba: «Si hubiera una educación del pueblo, todos estarían mejor» (A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, Encuentro, Madrid 2015, p. 1175). Eso es lo que quiero subrayar hoy. Necesitamos una educación en la libertad, condición irrenunciable para una construcción real de la persona y de la sociedad. Por eso, antes que cualquier otra cuestión que quizá a primera vista pueda parecer más urgente para el país, nos preocupa la defensa de la vida, el apoyo a las familias, una verdadera paridad escolar, el trabajo como un ámbito de crecimiento humano y no solo profesional. Estamos seguros de que la educación en el bien común así entendido es lo que de verdad puede determinar una sociedad más humana, construir una Italia y un mundo más libres, realizar una auténtica paz.
En este punto es donde nos reconocemos en un juicio común. En este sentido, nos interesa una presencia que tenga en la unidad entre nosotros la primera característica de su testimonio y que esté dispuesta a arriesgar su propio juicio en todas partes: en las relaciones y lugares de la vida cotidiana; colaborando en la búsqueda de soluciones concretas mediante las diversas expresiones de nuestra presencia social y civil (que por eso tendemos a defender ante una injerencia excesiva del Estado); apoyando con una relación de amistad a aquellos que tienen responsabilidades políticas e institucionales y muestran interés por el mismo ideal que nosotros, así como buscando siempre un diálogo leal y constructivo con quien piensa de otra manera o incluso se opone a él.
Por otro lado, ciertas reacciones críticas con el resultado electoral italiano por una parte de la política, de las élites intelectuales y de las cancillerías internacionales ponen de manifiesto que la cuestión educativa y antropológica sigue siendo la más candente. De hecho, da la impresión de que la amenaza más grave contra una cierta imagen del Estado de derecho que se considera predominante en Occidente no se refiere tanto a aspectos económicos o militares sino más bien a una cierta concepción de la vida humana y de la persona.

Por todas las razones descritas, el segundo factor importante, en un momento histórico tan dramático como el actual, consiste en un compromiso sin reservas por la paz. La amenaza que llega de un enfrentamiento que ya ha asumido unas proporciones descontroladas, como no deja de repetir el papa Francisco sin ser escuchado, hace urgente a todos los niveles una acción de apoyo total al juicio sobre la guerra en curso expresado por el Santo Padre, centrado en la absoluta necesidad de preparar un diálogo entre las partes para no ceder a la peligrosa espiral alimentada por «imperialismos en conflicto» (Francisco, «Liberar los corazones del odio», La Civiltà Cattolica, Quaderno 4135/1 de octubre de 2022, pp. 3-9). Os invito por tanto a seguir promoviendo iniciativas de oración y sensibilización de la opinión pública, empezando por las personas que tengáis cerca, sobre la importancia de una iniciativa y una estrategia común en la dirección indicada por la Iglesia para que se ponga fin lo antes posible a lo que ya parece una loca e imparable carrera de la humanidad hacia el abismo.