En camino hacia el bien común

Algunos criterios fundamentales para afrontar las elecciones del próximo 25 de septiembre en Italia. El documento de juicio de Comunión y Liberación

Es imposible no preocuparse por el momento tan delicado que está atravesando Italia y por la grave inestabilidad del escenario internacional. Teniendo muy presente la recomendación del papa Francisco a los católicos de no “quedarse mirando desde el balcón” y exhortados por las recientes palabras del cardenal Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede (“los católicos deben volver a expresar su postura dentro del debate político”) y por las del cardenal Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (“los cristianos deben prestar una mayor atención a la vida común y también a las respuestas necesarias, siempre con laicidad”), sentimos aún con más fuerza la necesidad de compartir un juicio, en primer lugar entre nuestras comunidades, para afrontar de manera consciente una convocatoria electoral tan importante para la vida de todos nosotros.
Don Giussani nos enseñó que tener un juicio significa tener un camino, es decir, un método para afrontar la realidad. En el contexto político, un juicio enriquece tanto a quien decide implicarse activamente en los partidos políticos y en las instituciones, como a quien vive en la sociedad civil y está llamado a votar.
El primer dato es que nuestra esperanza, en último término, no depende de la política. Sin embargo, la política no puede dejar de interesarnos, igual que nos interesa cualquier ámbito de expresión de la persona que se compromete en la construcción de espacios de desarrollo humano, de ayuda a los últimos y de paz. En esta etapa tan marcada por la trágica guerra en Ucrania, la búsqueda de la paz no puede dejar de estar en el centro del compromiso de quien se dedique a la política animado por un ideal cristiano.


LA DEMOCRACIA COMO ÁMBITO DE LIBERTAD

Con las próximas elecciones, la política tiene una oportunidad para recuperar un papel que casi ha perdido por completo en los últimos años. La deslegitimación de la clase política durante los últimos treinta años y su vinculación con sujetos ajenos a las dinámicas del proceso electoral (vinculación que en ciertos casos ha sido necesaria) han vaciado su obra de sentido y dignidad. También es evidente que el problema de la representación se ha visto agravado por una ley electoral deficitaria (que hay que conocer porque es determinante para el resultado de las votaciones). Conscientes de estos factores, se debe con firmar sin embargo una confianza total en el método electoral y en la democracia representativa. No se trata solo de la afirmación genérica de la soberanía popular, sino del espacio donde la persona puede expresarse y aprender a conocer a los que son diferentes, sentando las bases de una construcción común. Mediante los instrumentos democráticos, es posible salvaguardar la libertad para comprometerse a llevar a cabo lo que más preocupa. Por eso es oportuno ayudarse en primer lugar a no ceder al engañoso sentimiento de desconfianza que alimenta la abstención.

¿QUÉ NOS PREOCUPA? EL BIEN COMÚN

A menudo se tiende a pensar que el bien común es la zona de intersección entre las diversas ideas sobre el bien común presentes en la sociedad. La Iglesia lo define en cambio como “la dimensión social y comunitaria del bien moral” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 164). El bien común es, por tanto, la verdad de la persona, aquello para lo que está hecha realmente. A eso es necesario tender, dialogando con todos. ¿Cómo se declina el compromiso por el bien común así entendido? Un primer criterio fundamental es el principio de subsidiariedad, es decir, la valoración de las realidades sociales y comunidades de vida que educa a la persona y donde se tejen relaciones de confianza, según la “subjetividad creativa” de cada uno (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 185).
Este trabajo subsidiario es especialmente urgente en ciertos ámbitos:

Familia. Hay que proteger la realidad de la familia natural como lugar abierto a la vida, ámbito de maduración de la persona y núcleo de la sociedad. Para ello es necesario apoyar a las familias sobre todo las que desean tener o acoger hijos, ampliando por ejemplo las formas de favorecer la compra de la primera vivienda a parejas jóvenes o la libertad de educación de los hijos, teniendo en cuenta la capacidad económica de cada uno; facilitar, del mismo modo, el acceso a recursos para el cuidado de ancianos, enfermos y personas con discapacidad. Herramientas que, ayudando a las familias, especialmente a las más vulnerables, aporten beneficios a toda la comunidad y sobre todo que contribuyan a frenar la “cultura del descarte” (Papa Francisco), en defensa de la dignidad humana en todas las etapas de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural.

Educación. En un contexto dominado por un relativismo que “solo deja como última medida el propio yo y sus ganas”, como dijo en 2005 el entonces cardenal Joseph Ratzinger, deseamos un sistema público de educación y formación –formado por entidades estatales y paritarias– capaz de generar personas maduras, dotadas de espíritu crítico y dimensión relacional. Por ello la libertad educación y por tanto una verdadera paridad escolar resultan decisivas. La primera se traduce en que los centros tengan la posibilidad de proponer su propia concepción de la vida y de la persona sin interferencias por parte del Estado; la segunda se articula en políticas concretas y mensurables, como lo autonomía –también económica– de los institutos, la personalización de itinerarios formativos en sintonía con las nuevas competencias requeridas, la libertad para construir redes territoriales con instituciones, universidades y empresas, la inversión en formación técnica y profesional y en la alternancia trabajo-escuela.

Empleo. El trabajo es el ámbito privilegiado para mejorar la propia situación, construirse un futuro, crear valor, para uno mismo y para la sociedad. Vivimos en un momento histórico en que los jóvenes tienden a considerar el trabajo como una necesidad para su mantenimiento o para su propia afirmación social, y no como una herramienta de creatividad y crecimiento humano. Este país también necesita políticas activas para favorecer a quien esté dispuesto a mejorar sus competencias con actividades de aprendizaje continuo a lo largo del tiempo y políticas fiscales y de inversión capaces de relanzar a las empresas.

En estos y otros muchos ámbitos que afectan a la convivencia civil, el punto de partida de una acción personal o social no puede ser otro que el de “actuar para salvaguardar y valorar en la esfera pública unas relaciones justas que permitan a cualquier persona ser tratada con el respeto y amor que merece” (Papa Francisco).


COMPROMISO POLÍTICO EN UNA PERTENENCIA

Partiendo de estas prioridades, el diálogo solo puede darse con una identidad clara capaz de estar representada, por aquellos que reconocen su valor, también políticamente. No da igual votar o no, y no da igual a quién votar. No se trata simplemente de identificar “agendas” que contenten a todos, sino de dar crédito a quien promueva una cultura subsidiaria. Perseguir el bien común como se describe arriba pasa sobre todo por una iniciativa cultural y social original, sostenida por la pertenencia a la comunidad cristiana, es decir, a la Iglesia.
Por ello, la presencia de los católicos en política se alimenta con un nuevo ímpetu educativo del que también son responsables las comunidades cristianas, y por tanto también nuestro movimiento. La ayuda que podemos prestar a quien se implica en política y está dispuesto a hacer este tipo de trabajo es sobre todo la de ofrecer un lugar de amistad para hacer juntos un camino humano y de fe.


SER TESTIGOS

Esta amistad ya existe, no debemos inventarla. Pero hay que cultivarla con todos, empezando por aquellos que comparten nuestro juicio sobre la persona y la sociedad. Aquellos que están implicados activamente en política deben dar a quien los acompaña la posibilidad de apoyarlos, pero también es importante que se sostengan mutuamente al proponer contenidos compartidos y, allí donde las circunstancias lo permitan, expresar cierta originalidad.
Siempre se nos ha educado a medirnos con la “pretensión cristiana”, es decir Jesucristo, como significado último de la realidad, que tiene que ver con todo. También con la política. En este momento tan complicado, testimoniar a Cristo también significa mostrar el profundo cambio que causa la expresión de la comunidad cristiana para el bien de todos y del país entero.
Mantengamos abiertos los ojos y el corazón para identificar quién está seriamente dispuesto a recorrer el camino sugerido, en el que nosotros somos los primeros en caminar. De este modo, el periodo de campaña electoral podrá convertirse en un momento serio de confrontación y encuentro, y por tanto de verificación de la propia experiencia cristiana, dejando a un lado la superficialidad de los eslóganes y la cacofonía de las redes sociales.
Las elecciones son una circunstancia efímera en la que se manifiesta qué es para nosotros lo más querido.

Septiembre 2022

COMUNIÓN Y LIBERACIÓN