© Archivo CESAL

La tercera opción

La campaña Manos a la Obra de CESAL apuesta este año por los jóvenes en situación de riesgo en España, Perú, El Salvador, Haití y República Dominicana
Yolanda Menéndez

Al cumplir los trece años, Melissa empezó compaginar sus estudios con un trabajo en una empresa de retales cerca de casa. En Huachipa (Perú) es lo habitual, pues pronto hay que empezar a echar una mano en casa para sostener la vida económicamente. De lunes a viernes iba a clase y los fines de semana, a trabajar, en jornadas desde las ocho de la mañana hasta las cinco o seis de la tarde, sábados y domingos. Algo parecido le pasó a Ricardo, en El Salvador, que desde muy joven empezó a trabajar en la empresa de construcción de su padre.

El camino habitual de estos jóvenes pasa por abandonar los estudios muy pronto, sobre todo cuando ya cumplen la mayoría de edad y su situación laboral se regulariza, pueden empezar a trabajar en empresas más grandes y acceder a contratos que les ofrezcan un salario más estable. En muchos casos es un camino que siguen casi por inercia. «Si no me hubieran llamado para proponérmelo, seguramente nunca habría retomado los estudios y no habría hecho el bachillerato», reconoce Ricardo. Tuvo la “suerte” de que uno de sus primeros trabajos en la empresa de su padre fue en la sede de CESAL, y así es como se enteró de que existía un lugar donde poder compaginar los estudios con el trabajo. «Al principio me apunté con unos amigos cuando todavía iba al instituto. Nos inculcaban la lectura y nos llevaron a conocer el teatro de Santa Ana y San Salvador. Luego nos propusieron representar algunas lecturas y mis amigos y yo elegimos ser los tres mosqueteros». Lo que empezó como un juego se fue convirtiendo en una inquietud que se abría paso en el corazón de Ricardo, que cuando acabó con la lectura siguió con la pintura y, siendo ya mayor de edad, se lanzó a retomar el bachillerato que antes había decidido abandonar.

Melissa, desde Huachipa, cuenta algo parecido. Cuando cumplió la mayoría de edad empezó a trabajar en una empresa de cartones y su hermana le habló de un centro donde podía recibir formación profesional. Así es como conoció CESAL y su curso de Operaria de Almacén, que tenía todo que ver con el trabajo que ella desempeñaba. Coincidía con su jornada laboral, pero al ser online, se lo comentó a su jefe y este le dio permiso para conectarse al curso durante las dos horas que duraban las clases y luego hacer horas extras para completar su jornada. «Pude aprender cosas que ya hacía tirando de mi imaginación. Allí me enseñaban a poner nombre a las tareas que tenía que hacer y a realizarlo de manera más eficaz». Pero sobre todo fue una experiencia que despertó en ella un antiguo deseo que había dejado caer en el olvido. «Cuando salí del colegio, me dediqué por completo a trabajar y toparme con CESAL hizo que volviera a recordar que yo quería estudiar, que me gustaba mucho la psicología y que tenía esa inquietud, pero la había olvidado por completo, y al encontrarme con la psicóloga que nos acompañaba en el curso, empezó a llamarme la atención el trabajo que ella hacía y comencé a recordar que yo me había planeado esa posibilidad cuando iba al colegio».

Alumno del curso de jardinería en Madrid

Estar y mirar. Las historias de Melissa y Ricardo ponen de manifiesto la necesidad de «estar presentes» y acompañar a estos chavales, pues si ellos no se hubieran encontrado con este lugar, no se abrían acordado de un deseo que anidaba en su corazón desde hacía tiempo, pero que su vida había ido soterrando. Pedro Moraleda lo ve todos los días con sus alumnos del curso de jardinería que CESAL imparte en Madrid. «Llegan con unas condiciones de vida muy malas, pero aquí vemos su evolución ya desde el primer día, por el simple hecho de que alguien por primera vez les presta atención. Se encuentran con alguien que les quiere ayudar de verdad, ven a un profesor que les llama por su nombre y se dan cuenta de que cuando empiezan a aprender se sienten muy realizados. Les chifla aprenderse los nombres científicos de las plantas en latín aunque casi ni siquiera saben español».
La clave pasa por mirar. En España se ha desarrollado toda una campaña en contra de los llamados menas (menores no acompañados, ndr.), una palabra que Pedro odia. «No me gusta nada, ni la expresión “mala fama”, ni “exclusión social”. Si nosotros hubiéramos pasado por lo que ellos han pasado, no tendríamos su estabilidad ni su paciencia».

El personal de CESAL que acompaña a estos jóvenes confirma de manera unánime la necesidad de acercarse a ellos para que los prejuicios y estereotipos se derrumben casi de inmediato. Es el caso de Maximiliano Cubas, responsable de proyectos en El Salvador, que pasó unos días en Madrid, visitando La Quinta Cocina de CESAL, un modelo de restaurante-escuela que a principios del próximo año también abrirá sus puertas en la capital salvadoreña. «Mi experiencia en Madrid ha sido ver que no hay límites al recibir a un joven. Ese era mi temor personal como responsable de este proyecto porque no sabemos qué tipo de jóvenes pueden llegar y estudiábamos la manera de poner un filtro. Pero me he dado cuenta de que eso realmente no importa. Nuestra razón de ser es abrir las puertas a quien llegue, también a aquellos a los que no les abren puertas en ningún sitio. Conocer a los jóvenes de La Quinta Cocina me ha quitado el miedo. Entre ellos también hay historias dramáticas, con drogodependencias y delitos graves, pero yo los he visto en acción, respondiendo y trabajando muy bien. Así he caído en la cuenta de que no podemos juzgar la historia que han tenido estos chicos, no estamos aquí para juzgarlos sino para ofrecerles una oportunidad. No podemos cambiar su historia, pero sí su presente. Llegamos a su vida hoy, no tenemos que mirar lo que ya pasó, ni pensar que llegamos tarde. Antes no estábamos, ahora sí, y ahora empezamos a caminar con ellos». El impacto ha sido tan grande que incluso han cambiado las pruebas del proceso de selección. «Vamos a mantener la entrevista psicológica –apunta Maximiliano– pero ya no como requisito para entrar o no, sino para buscar la mejor manera de acompañar a cada uno de ellos».

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«A estos jóvenes se les ha mirado siempre mal, pero no porque los conozcamos, sino por lo que nos han contado de ellos», continúa Maximiliano, pues en El Salvador el fenómeno de las pandillas hunde mella con fuerza entre la población juvenil. «Los juzgamos por las opciones que toman, cuando lo que les faltan son opciones. Si quieren sobrevivir, o se meten en pandillas o venden drogas. No les queda otra, y ahí es donde entramos nosotros. Queremos ser la tercera opción, que no sea como las otras, una opción fácil y rápida pero que solo les permite sobrevivir, queremos ser la opción que les ayude a vivir con mayúsculas y a dar un sentido a su vida, a realizarse como personas completas».

Pedro Moraleda también describe esta tercera opción como una manera de conocerse ellos a sí mismos, y lo hace siguiendo la metáfora de su vocación a la jardinería, cuando los mira conmovido tratando con las plantas con las que trabajan en clase. «Ahí se ve muy claro. Su material aquí son seres vivos y eso siempre requiere un poco de sensibilidad, pero además cualquier trabajo que se haga en el jardín ofrece una recompensa inmediata, como cuando tratas una enfermedad y ves rebrotar una planta que parecía echada a perder. Trabajando con las plantas, ellos mismos ven que si las ayudamos, salen adelante. Quizá es que se ven un poco identificados, pero se implican a fondo con ello y lo reconocen enseguida».