La recogida de alimentos en Catania

Recogida de alimentos. Un rayo de sol después del temporal

La XXV Jornada del Banco de Alimentos ha recogido siete mil toneladas de alimentos que se repartirán estos días entre familias necesitadas. Esto es lo que ha pasado en Catania, pocas semanas después de una gran inundación
Giuseppe Di Fazio

A primera hora de la mañana llovía este último sábado de noviembre en Catania. Pero no pasamos los momentos de miedo de tres semanas antes, cuando toda la ciudad se inundó y el paseo marítimo que pasa cerca del supermercado donde nos habíamos citado para la XXV Jornada de recogida de alimentos se anegó de agua y hubo que cerrarlo al paso de tráfico y peatones. Han sido unos días que han dejado muchas heridas, con decenas de colegios inaccesibles (y sus alumnos que han tenido que volver forzosamente a las clases online) y muchas casas dañadas en el centro histórico y la zona sur.

A mediodía, la lluvia dejó paso al sol y el estado de ánimo de la gente empezó a cambiar. Se notaba cuando hablábamos con los que venían a hacer la compra. Pero no era solo porque el tiempo mejoraba. La recogida de alimentos era ya como un rayo de sol que despunta después del temporal. Era la señal de que el malestar social, la pobreza económica y educativa, la emigración juvenil y el desempleo no tienen la última palabra. Basta una mirada humana, un gesto de gratuidad, para recuperar fuerzas para volver a empezar.



Al término de la jornada se habían recogido siete mil toneladas de alimentos en toda Italia, con la ayuda de más de 140.000 voluntarios en once mil supermercados, a la espera de ver los resultados de la jornada online y de la Charity Card, a la venta tanto en la web como en las cajas de varios supermercados a lo largo de toda la semana. En Sicilia también se han registrado este año cifras importantes: 800 supermercados implicados, con más de nueve mil voluntarios y 670 entidades caritativas que se beneficiarán de la comida recogida en toda la región. Cifras considerables, pero siempre se quedan cortas en comparación con la inmensidad de lo que haría falta, pienso mientras voy hacia el supermercado el sábado por la mañana, y encuentro la esperanza sobre todo al ver los rostros de los voluntarios que me acompañan y de la gente que dona.

La jefa de mi equipo es una abuela llamada Pina, con una historia particular. Ya ha cumplido los ochenta pero sigue teniendo la misma pasión y energía que una veinteañera. Su casa, con su portón verde, en el barrio popular de los Capuchinos, es desde hace 25 años el punto de referencia del Banco de Solidaridad, que atiende a más de cien familias necesitadas en la zona. Empezó a ser voluntaria cuando su hija de mudó a Milán por trabajo. La joven, con la ayuda de su entonces profesora de religión en el instituto, puso en marcha una actividad de apoyo escolar para niños de barrio (Catania cuenta desde hace tiempo con el triste primado del abandono escolar, unido a una alta tasa de delincuencia de menores). Del apoyo escolar se pasó después a compartir las necesidades familiares, tanto alimentarias como sanitarias.

Muchos voluntarios que ayudan a Pina en la recogida de alimentos son amigos de la Asociación Capuchinos, empezando por su presidente, Johnny, que viene con su mujer, Ester. Él es profesor de educación física y preparador físico de equipos de fútbol juvenil. Empezó a colaborar con la jornada de recogida de alimentos cuando estudiaba en el liceo, y desde entonces nunca ha dejado de hacer esta caritativa. La mayoría de sus compañeros de camino, a lo largo de los últimos cuatro años, ha ido abandonando Catania por motivos de trabajo. Pero todos siguen vinculados a sus amigos de Catania para compartir este gesto de caritativa de manera estable. Como si ese gesto semanal de gratuidad que repitieron durante tantos años hubiera marcado su vida hasta el punto de ya no poder quedar indiferentes ante las necesidades de los que sufren.

En el supermercado, el trabajo de la jornada se asigna siguiendo un método preciso, que Pina supervisa desde el principio hasta el final. A la entrada se alternan seis voluntarios, mientras que en punto de recogida se colocan los más jóvenes, que seleccionan los productos, empaquetan las cajas y las trasladan a un puesto de control, donde esperan la furgoneta que las llevará a la sede del Banco de Alimentos. Entre los jóvenes fortachones que colocan las cajas llenas está Francesco, 26 años y un empleo precario. «¿Por qué haces esto?», le pregunto en un momento de descanso. «Porque hubo un tiempo en que yo estuve al otro lado». De pequeño recibía el apoyo escolar gratuito por parte de los voluntarios. Luego se alejó durante unos años por una serie de dificultades familiares y vivió en situación de marginalidad. Un día volvió al patio donde aquellos voluntarios de su barrio hacían la caritativa y pensó: «esta es mi casa». Desde entonces, todas las semanas ayuda fielmente a los voluntarios en el reparto de bolsas de comida entre familias necesitadas.

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Con Francesco están también tres estudiantes universitarias, dos profesores, un técnico industrial y un empleado de una empresa de seguridad. A todos los que se acercan a su puesto para dejar una donación, les dan las «gracias de corazón». Pero también oyen frecuentemente una extraña respuesta: «Gracias a vosotros, por estar». Sí, un rostro alegre y un gesto de gratuidad pueden volver a abrir el corazón de mucha gente a la esperanza, más que tantos análisis y proyectos, por necesarios que sean.