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Covid en Rumania. Emergencia dentro de la emergencia

En octubre ha habido diez mil víctimas mortales. Los que más sufren son los pobres, como las familias que atiende la ONG FdP-Protagoniști în educație. Así lo cuenta Simona Carobene
Davide Perillo

Mariana tiene cuatro hijos y su marido ha emigrado a Alemania, donde ha sufrido un accidente laboral que le tiene en cama, lejos de casa. Solo puede llamarle para tener noticias. Y esperar. Porque en casa el Covid ha contagiado a todos: la mujer y los hijos. El mayor tiene 19 años y trabajaba de conductor antes de que la pandemia le dejara sin empleo.
David, por su parte, tiene tres hijos. El pequeño solo tiene año y medio. No se ha contagiado, puede jugar con sus hermanos y su madre, que es de los pocos que se han vacunado aquí. Pero están encerrados en casa y tratan de mantenerse lo más lejos posible del lecho del padre, enfermo de Covid.
Son estampas cotidianas de la vida en Rumania. Escenas que por aquí también hemos vivido varias veces pero queremos olvidar deprisa. Allí la pandemia está teniendo una escalada feroz y muchas familias, sobre todo las más pobres, vuelven a estar confinadas, sin trabajo ni nadie que pueda echarles una mano.

«La situación es dramática», dice desde Bucarest Simona Carobene, directora de FdP-Protagoniști în educație (Protagonistas de la educación), una asociación que ayuda a niños y familias con problemas. «Desde el verano, la curva de contagios está fuera de control. En octubre hemos tenido más de diez mil muertos, en un país con 19 millones de habitantes». Pero noviembre también ha empezado mal: 590 víctimas el primer día. «La peor noticia que oí la semana pasada hablaba de dos mujeres jóvenes que murieron en el patio del hospital, todavía no habían podido ingresar», continúa Simona. «Hace unos días murió una madre de 24 años, al mes de haber dado a luz».

Las imágenes de sus informativos son muy parecidas a las que veíamos nosotros en 2020. En los hospitales faltan camas y oxígeno, los cuidados intensivos están colapsados. En Iasi, en la frontera con Moldavia, se han suspendido los funerales. Hay demasiados féretros para la capilla del cementerio “Petru si Pavel”. «Por la noche hay toque de queda desde las diez y los colegios están cerrados. De momento, por quince días, pero no está clara la fecha de reapertura», dice Simona. Las mascarillas son obligatorias en todas partes, las fiestas privadas están prohibidas y el que no tiene tarjeta de vacunación no puede entrar en los centros comerciales ni en las tiendas que no sean de bienes de primera necesidad.

El avance del virus es inversamente proporcional al de las vacunaciones. Hay dosis, pero la campaña se está desarrollando con mucha lentitud (a finales de octubre llegó al 39% de la población). Ahora, debido a la emergencia, se han alcanzado picos de 80-100.000 vacunas al día gracias a unas jornadas maratonianas en centros que abren 24 horas al día, que el gobierno ha organizado el pasado fin de semana.
En una situación así, nos encontramos con una emergencia dentro de la emergencia: la pobreza. La pandemia afecta de manera más dura a las familias que atienen entidades como FdP. «Atendemos a más de 120, sobre todo en los barrios de Faur-Republica y Giulesti-Sarbi», dice Simona. El número aumenta de día en día «por el boca a boca, pero sobre todo porque la necesidad no deja de crecer. Si los padres enferman, acogemos a sus hijos en nuestros centros educativos, cuando podemos. Y llevamos comida y medicinas a los que no se lo pueden permitir». A madres como Petruta, con un hijo enfermo y su marido en el hospital, ella también está esperando una operación seria que se va posponiendo una semana tras otra por el colapso hospitalario. O como Augustina, viuda, encerrada en casa con dos hijos pequeños: los tres con Covid.

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Para afrontar tanta necesidad, hace unos días Simona pidió ayuda a sus amigos italianos. «Cuando una familia pobre enferma, se ve obligada a quedarse en casa, como todas. Pero a diferencia de las otras, una vez confinada no es capaz de afrontar sus necesidades básicas: medicina y comida. Los pobres también son pobres en relaciones, los vecinos no pueden ayudar y en general no tienen tarjeta de crédito».
Muchos ya se han puesto en marcha. Aparte del apoyo ofrecido a Mariana, David y tantos otros padres como ellos, FdP están pensando en cómo ensanchar el campo. «Estamos pidiendo a las familias que nos indiquen las necesidades que ven en su entorno», dice Simona. Están en contacto con un par de hospitales al que suministran monitores, máquinas de oxígeno y respiradores. «Tienen, pero sus dotaciones no aguantan el avance de los contagios», afirma Simona. Y la necesidad corre.

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