Julián Carrón y Mario Garavaglia

¿Sigue siendo fascinante el encuentro con Cristo?

Un diálogo entre Julián Carrón y la comunidad parroquial de San Nicolás de Dergano, en Milán, siguiendo el surco de la amistad entre Bruno De Biasio y don Giussani. Y con las preguntas de todos

El 27 de octubre nuestra parroquia de San Nicolás de Dergano en Milán recibió a Julián Carrón en un encuentro para conmemorar el ochenta aniversario de la consagración del templo, por el cardenal Ildefonso Schuster en 1941. El objetivo de este encuentro, tal como señaló el párroco, Mario Garavaglia, era pedir ayuda y sostén en el camino de toda la comunidad parroquial, siguiendo el surco de la gran amistad que unió a Bruno De Biasio, párroco durante 36 años, con don Giussani.
El diálogo se centró en una serie de preguntas relativas a los principales desafíos del momento actual, partiendo del título: “¿Sigue siendo fascinante el encuentro con Cristo?”.

Carrón provocó inmediatamente a los presentes con una pregunta directa: «Si el cristianismo es fascinante para nosotros, ¿cómo va a serlo para los que nos conocen?». Dios lo apostó todo por la libertad de aquellos a los que llamaba, de los que elegía, para que fueran los primeros en experimentar, como dice san Pablo de sí mismo, la fascinación del cristianismo. Y eso vale también para una comunidad como la nuestra. «Imaginemos a alguien que tuviera esta seriedad con su vida capaz de contagiar a otros, uno o dos…». Qué diferencia ver una parroquia que no se conforma con gestionar lo que hay sino que, precisamente por vivir en un lugar tan significativo por la historia que nos precede, se vuelve misionera. La primera responsabilidad es responder a la gracia que el Misterio ha dado a cada uno de nosotros. De hecho, «la misión es compartir la vida. En el fondo, ¿qué es lo que realmente podemos compartir con los demás? ¡Una experiencia!». Todo lo demás llegará por añadidura.



A la pregunta sobre la contradicción que existe entre la necesidad de amigos que acompañen en la fe y el hecho de que a veces nos quedemos bloqueados ante sus limitaciones, Carrón resituó la cuestión diciendo que «la manera reductiva con que nos miramos a nosotros mismos la aplicamos también a la compañía». Retomando las palabras de Giussani en la Jornada de apertura de curso de CL –«tenemos que hacer un esfuerzo por traspasar el cieno de los deseos que instintivamente se presentan en nuestro cerebro, en nuestra conciencia, en nuestra alma, debemos resistir a esto y penetrar en ese cieno para ir hasta el fondo de todo, ¡hasta este deseo de Su recuerdo! Porque tal es la oración de la mañana»–, destacó que a menudo pensamos en la oración como algo que resuelve los problemas en nuestro lugar. En cambio, rezar es «reconocer a Otro que te hace». Esto despierta asombro ante la realidad. Solo así es posible afrontar cada mañana el trabajo de otra manera, o la relación con tu mujer, de tal modo que no prevalezca el límite con el que ella te ha podido mirar. No hay nada automático. Cristo ha venido para despertar nuestro yo, de lo contrario nos ahogamos y cuando eso pasa es porque nos hemos quedado parados a medio camino. «Es al mismo tiempo un don, pero también una tarea». ¿Qué impide por la mañana atravesar las dificultades, los deseos y heridas para llegar a reconocer que soy amado? Es un trabajo necesario para soportarse uno mismo. «¿Por qué lo hago yo? Porque de lo contrario, no me soporto. “Vivir intensamente la realidad” es todo lo contrario de un eslogan. Es una herramienta de trabajo diario».

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Por último le pregunté cómo afrontaba él ciertos momentos en que esa fascinación pudiera parecer que se desvanece. «¡A mí tampoco se me ahorra nada! Pero para mí Cristo nunca ha sido parte del problema, sino de la solución, porque todo lo que me pasaba me ponía en marcha para volver a buscarlo. Es muy sencillo». El ejemplo más inmediato es el del niño: si tiene hambre o miedo, corre hacia su madre. Con ella está seguro. Esta familiaridad la comprueba muchas veces y ante muchos desafíos: su madre está con él. A Pedro le pasa igual. ¿Qué suscita en él un afecto a Cristo hasta ese nivel de intensidad afectiva? No es que Cristo le ahorre los desafíos o que Pedro se vaya siempre de rositas. Es que «se encuentra continuamente con la irreductibilidad de Cristo y eso, paradójicamente, hace que se pegue más a Él. Entonces, a medida que pasa el tiempo, ve cómo Cristo es capaz de hacer crecer en él una alegría, una posibilidad de paz, una libertad, cuanto más se pega a Él».
Es sencillo, insistió Carrón. Quizá puede parecer demasiado poco, pero esa noche salí con más certeza de que este camino es el único que me permite permanecer ligada a Cristo para no perder Su presencia.
Laura, Milán