La exposición "Tú tienes valor". (Foto: Archivo Meeting)

Meeting 2021. «Dame voz en la eternidad y cosas verdaderas que decir»

Una jornada en Rímini con un joven profesor, con la música del rapero Marracash en los cascos y las palabras de las series televisivas, el neurolingüista Moro y Pasolini
Mattia Gennari

«En el lugar del que vengo todo es un fraude, ¿y si yo mismo también fuera un fraude?». Desconecto los cascos en esta primera frase antes de entrar. Es un verso de Marracash, un rapero que aparece en la exposición del Meeting “Vivir sin miedo en la edad de la incerteza”. «Soy yo quien percibe que algo no funciona, soy yo, mi único dios es la libertad», cantaba hace unos años este rapero implacable. Me miro en el cristal mientras espero en la entrada del recinto ferial, con mi melena de siempre y la mascarilla del revés, no me había dado cuenta hasta ahora, seguro que todos se han dado cuenta y nadie me lo ha dicho. Lo huelo igual que Vitangelo Moscarda, el protagonista de la obra de Pirandello que estudiamos en el colegio y que citó Javier Prades en el encuentro de presentación del lema del Meeting, “El coraje de decir yo”. Igual que el “avatar” de Jules en Euphoria, «las mil capas de no-yo» que lleva encima. Ella también está en el recinto ferial, en la exposición “Una pregunta que quema”. Dice Marracash en una entrevista: «¿Pero por qué estoy hecho así? ¿Por qué tengo esto dentro?». Por dentro y por fuera, basta poco para volver a preguntarse: «¿y si yo también fuera un fraude?». Me revisan la mochila al entrar mientras pienso en estas cosas, paso por el detector de metales y camino aún sin rumbo por los pabellones de Rímini.

Hay mucha gente, pero me llama la atención un niño. Está saltando, como hacía yo, solo por las baldosas blancas. Lo observo para saber cómo se enfrentará a la franja gris que interrumpe el damero. Se para, mira alrededor. La que imagino que será su madre sigue caminando sin perderlo de vista. A la izquierda está el agua de la “Piscina oeste”. Habría apostado por que se iba a meter en ella, pero en cambio se dirige a la pared de la derecha. Se gira, se mira en el cristal y allí aparece otro niño. Los mismos pantalones, el mismo peinado. Lo mira, lo saluda, levanta la mano para ver cómo su reflejo le corresponde, hasta que a su lado aparece una mujer, su madre. Cuando va a abrazarlo, se siente rodeado por esos mismos brazos. Jules dice en Euphoria que delante de una madre solo hay que estar ahí y existir, nada más. Vuelve a mi cabeza la entrevista de Marracash: «Si no te quieren de pequeño, no creces bien». La escena de ese niño ante el cristal también me recuerda lo que explicaba el neurolingüista Andrea Moro el viernes 20 de agosto: “La posibilidad de decir yo” –este era el título de su intervención– nace delante de un tú, igual que el niño reconoce su reflejo cuando su madre le abraza.

Quedo a tomar café con mi amigo Pietro aprovechando una pausa en su turno de “trabajo”. Él lo llama así, aunque en realidad no cobra, a pesar de que me parece una tarea de lo más aburrido: encargado del aparcamiento. Al menos le ha tocado en la zona “vip”. Está más moreno que la última vez, el rostro cansado, pero extraordinariamente sonriente. Su trabajo es tal como me lo había imaginado, pero al menos los vip aparcan a la sombra. El día anterior conoció al guardaespaldas de uno de los invitados, que se quedó fuera y le preguntó si podía estar con él bajo su sombrilla. Empezaron a charlar en lo que fue un encuentro como otros muchos, más o menos fugaz pero intenso, hasta el punto de dejar huella en su rostro, como en la sonrisa de Anna, encargada de la heladería, también voluntaria, que no deja de hablar de cosas que le pasan con sus clientes. Pietro me dice que el año que viene volverá a apuntarse como voluntario, y que no pedirá que le asignen una tarea concreta, pues ha aprendido que el trabajo no es lo que garantiza la excepcionalidad.

Pietro y Anna no tienen mucho en común con Gennariello, al que se dirige Pasolini desde las páginas del Corriere della Sera. Su voz resuena en las cincuenta horas de lectura del autor que pueblan la exposición del Meeting “Yo, Pier Paolo Pasolini”. Pero hay una afirmación que parece dirigida justo a ellos: «Si alguien te hubiese educado, no podría haberlo hecho más que con su ser, no con sus palabras. Es decir, con su amor o con su posibilidad de amor».

¿Será siempre así? Hablo con Magdalena de Afganistán, ¿podrá pasar algo parecido con esos niños que se han quedado al otro lado de la alambrada? Es algo imposible de responder ahora. Pero en el silencio que se crea inevitablemente entra, físicamente, un grito. Siguiéndolo nos acercamos y hay más gritos, vienen del fondo de una exposición. Ahora es un grito de alegría pero las historias que pueblan la muestra “Tú tienes valor” son un grito de dolor que llega desde Uganda. Algunas mujeres cuentan su historia sin ahorrar nada a los oyentes, como una inmersión en el abismo más oscuro: asesinatos, raptos, violaciones. Pero se las oye cantar de lejos, en la foto de la entrada están sonrientes y bailan. Su existencia desesperada se ha visto revolucionada por el encuentro con un rostro, con nombre y apellidos: Rose Busingye, que también –como cuenta en un video– empezó a mirarlas como ella misma había sido mirada a su vez por otro rostro, con nombre y apellidos: Luigi Giussani. Por eso ellas, que en Kampala se dedican a picar piedra, quieren devolver la mirada que han recibido. La “tribu de Giussani” (los italianos, explica la guía) tienen muchas cualidades, medios, capacidades, pero ninguno sabe picar piedra como ellas, que cuando se enteraron del terremoto sufrido en la región del Aquila en 2009, decidieron irse a retirar piedra y ayudar a liberar a los que habían quedado sepultados. Una propuesta utópica, a nueve mil kilómetros de distancia, pero no renunciaron a enviar su contribución económica, cobrando menos de un euro al día. Suena misterioso decir que hay esperanza, pero viéndolas resulta más posible.

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Ya es tarde. Marracash vuelve a sonar en los cascos y me acompaña a la salida, no sé si tiene a alguien a quien dirigir su grito más auténtico: «Sujeta mi mano cuando llegue el momento, dame voz en la eternidad y cosas verdaderas que decir, sé mi punto firme, algo por lo que morir». Mientras lo escucho veo el rostro conocido de un amigo que vacía los contenedores de basura con los guantes amarillos y la mascarilla, y con los ojos brillantes, atentos y alegres.