El encuentro en directo por streaming

Truffelli-Carrón. «Un tiempo propicio para sembrar»

El encuentro entre el presidente de Acción Católica y el responsable de CL, moderado por Ferruccio De Bortoli. Comunidad cristiana, política, Iglesia sinodal y libertad: palabras clave de su diálogo
Maurizio Vitali

Problemas excepcionales y excepcionales provocaciones con la pandemia; itinerarios de construcción de fraternidad y amistad social a la luz de la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco. Sobre esta línea se desarrolló, el jueves 13 de mayo, un diálogo entre el presidente de Acción Católica, Matteo Truffelli, y el responsable de Comunión y Liberación, Julián Carrón, moderado por el periodista y escritor Ferruccio de Bortoli. Con sus preguntas y observaciones, De Bortoli fue guiando la conversación por etapas (retransmitida en directo por streaming desde la Universidad Católica de Milán) para reflexionar y profundizar sobre cuatro puntos clave: comunidad, política, libertad e Iglesia.

Sobre el primer punto, la Fratelli tutti, según De Bortoli, invita a hacerse cargo del futuro de la comunidad (una realidad que no puede quedar absorbida en el binomio Estado-mercado), ofreciéndonos el antivirus de la fraternidad. ¿Cómo responder? Para Truffelli, la pandemia saca a la luz claramente la alternativa entre el principio de la fraternidad y el virus del individualismo, la «tristeza individualista» de la que habla la Evangelii gaudium. Citando a Tocqueville, el presidente de Acción Católica subrayó que «la lucha de todos contra todos hace a los individuos más fácilmente homologables» por el poder. Por el contrario, se trata «de proponer paradigmas de fraternidad», es decir, sembrar –por usar palabras de Edgar Morin– “oasis de fraternidad”. «Es el momento propicio».



Propicio, sí, asiente Carrón. La pandemia ha reforzado y, en ciertos aspectos, exasperado la cerrazón individualista, por un lado, y la necesidad de socializarse, por otro. De un modo parecido a como sucede en momentos de crisis grave, «nuestro individualismo se ha visto más desafiado que nunca», nos provoca a darnos cuenta de que «estamos, como dice Francisco, en la misma barca». Según Carrón, «a lo largo de la historia, las grandes rupturas inducen también a la necesidad de unidad, y puede desatar o acelerar con fuerza procesos imprevisibles, como fue por ejemplo la puesta en marcha de la construcción europea, con la CECA, después de la Segunda Guerra Mundial». Hoy, de la misma manera, constatamos “el egoísmo de las vacunas”, junto a una inesperada “colaboración científica”, sanitaria, etcétera. Pero, advierte Carrón, la unidad puede acabar siendo algo frágil y provisional. Por tanto, debemos preguntarnos si «en virtud de la novedad de Cristo podemos ofrecer una contribución real de eficacia y estabilidad. No con predicaciones o llamamientos éticos, sino mediante experiencias vivas de humanidad más abierta, fraterna, acogedora, satisfactoria».

En este sentido, De Bortoli ve con buenos ojos (segunda cuestión) un compromiso político por parte del mundo católico porque «la buena política –dijo citando el magisterio de los papas– es una de las formas más preciosas de caridad». Pero se declara pesimista porque «ha habido una huida de la política y no se oye la voz del mundo católico». Truffelli lo interpreta de otra manera e invita a distinguir. «No podemos identificar la presencia católica en política con una forma reducida a lo visible, a la reagrupación, a lo etiquetable». Se trata en cambio de «poner a disposición del país y de Europa buenas ideas y personas válidas». El mundo católico tiene un “bagaje” cultural y político envidiable, que nos recuerda a menudo que «la política es el sentido del conjunto», lo cual comporta no identificar la política “católica” con un particular concreto, como el valor de la vida, la acogida a los inmigrantes o cualquier otro. Lo importante es que el compromiso social y político sea «una semilla de unidad y esperanza, y no de contraposición y desconfianza, como hace la política de poder».

Carrón invitaba, en este punto, a remontarse al origen de la cuestión, porque insistir solo en las consecuencias no basta. En el origen está esta consideración: que el hombre es por naturaleza un deseo infinito de plenitud. Por tanto, a este deseo o se le ofrece una respuesta real, adecuada, experimentable, o el hombre se las apañará para dársela él mismo, de manera individualista, por ejemplo buscando la manera de acumular bienes o poder. Por el contrario, «si podemos experimentar una plenitud real, nos daremos cuenta de que el dinero, el poder y todo lo demás es demasiado poco porque no está a la altura del deseo». Y añadió: «El egoísmo y el nihilismo se ven desafiados delante de personas que nos atraen o nos dan envidia porque gozan realmente de la vida en cualquier circunstancia, de una manera inimaginable». De ahí que puedan nacer iniciativas y acciones capaces de movilizar a otros. Esas “chispas” de bien y de unidad pueden convertirse en virtudes estables. De hecho, cuando nos encontramos contra las cuerdas, sabemos sacar lo mejor, pero solo si vamos hasta la raíz será posible que todo eso no decaiga. Y atención, porque la política, advierte Carrón, «proyecta en la gran pantalla lo que somos en nuestra vida cotidiana». Nada de huidas ideológicas.

Por la izquierda, Matteo Truffelli, Ferruccio de Bortoli y Julián Carrón.

¿Pero el hecho de estar todos en la misma barca y tener que someterse a las restricciones necesarias para salvaguardar a la colectividad no supone una amenaza a la libertad? Es la tercera cuestión. Ante la pregunta de De Bortoli, Truffelli responde, con Francisco, que «libertad e igualdad solo entran en equilibrio por la fraternidad», y añade que hay que replantearse el concepto del derecho, distinguiéndolo muy bien de la falsa idea según la cual el derecho coincide con la libertad para imponer el propio deseo –individual o colectivo– a los demás, o a otros pueblos.

Carrón volvió a reclamar aquí el valor, también pedagógico, de la experiencia. Lo hizo mediante la imagen del coro: una experiencia donde la concurrencia del individuo en una obra común no mortifica al yo sino que lo exalta. Por tanto, «podemos aprender en la experiencia que la afirmación del otro, dentro de la unidad, potencia la afirmación de uno mismo, que inmerso en un nosotros el yo es exaltado».

De Bortoli plantea la última cuestión: el Papa propone a la Iglesia vivir “procesos de sinodalidad”, es decir, de comunión y puesta en común. CL y Acción Católica han vivido en diálogo y amistad, pero también ha habido dialéctica y conflictos. ¿Cuáles serán los caminos en el futuro? Para Tuffelli, el camino ya está en marcha, y ha madurado en el tiempo como conciencia de que «la diferencia es riqueza y no objeción». El presidente de AC está terminando su mandato, pero «estoy seguro de que mi sucesor continuará en esta línea». El Papa invitó hace poco a la Acción Católica a ser «palestra de sinodalidad», lo que para Truffelli significa librarse «del clericalismo autorreferencial, de la abstracción, y redescubrir el bautismo». Para la Iglesia, un camino sinodal será así la ocasión de tomar conciencia como pueblo dentro de la vida de un pueblo más grande.

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Hay un gran protagonista de la sinodalidad que señala Carrón: «No ha sinodalidad sin el Espíritu». A menos que se identifique, indebidamente, como una especie de parlamento en busca de complicados y elaborados acuerdos sobre estrategias pastorales, como dijo el papa Francisco a la Acción Católica, tal como señaló su responsable. «Nuestros altibajos eclesiásticos o pastorales no serán lo que desafíe al nihilismo ni lo que vuelva a llenar iglesias vacías. La sinodalidad dará fruto si juntos nos ponemos a escuchar lo que el Misterio suscita, las novedades que hace acontecer: hechos, experiencias, acontecimientos donde se documenta una correspondencia plena con la necesidad más profunda de la gente».