Amedeo Capetti y en los cuadros, desde arriba, Jacques du Plouy, Monica Mondo y Andrea Tornielli

Milán. Cuando la esperanza no es abstracta

Un ciclo de encuentros en la diócesis ambrosiana con los centros culturales católicos. La segunda cita, con Amedeo Capetti, médico en primera línea contra el Covid, Jacques du Plouy, párroco en Milán, y Andrea Tornielli
Maurizio Vitali

Gente que espera. En estos tiempos. Es decir, en este tiempo tan extraordinario. Y no como un sentimiento abstracto, sino como una decisión de la razón. Gente como un médico que atiende a enfermos de Covid, a esos que para curarse, si llegan a curarse, necesitarán mucho tiempo; y que él mismo también enfermó de Covid. Gente como los curas de un barrio de la periferia milanesa que se contagiaron todos en Navidad, lo que les obligó a cerrar la parroquia y el templo, y que durante 69 días acompañaron a uno de sus hermanos en el paso a la otra vida. Gente como el Papa, que cumplió su voluntad en un viaje peligrosísimo a Iraq, confiando –y con razón, tal como demostraron los hechos– en la Providencia de Aquel que le inspiró esa decisión “alocada”.

El médico es el doctor Amedeo Capetti del Hospital Sacco; el sacerdote es Jacques du Plouy, párroco de San Carlo en la Ca’ Granda; y el que nos habla del papa Francisco es el vaticanista Andrea Tornielli. Sus testimonios tuvieron lugar durante un encuentro moderado por Monica Mondo el pasado 28 de abril, retransmitido por streaming, el segundo de un ciclo de siete, organizados por los centros culturales católicos de la diócesis de Milán, uno por cada zona pastoral.

«Todos nos enfrentamos a una alternativa: ser gente que espera o que desespera», dijo el arzobispo Mario Delpini en una entrevista en La Repubblica. «Y los cristianos especialmente deben ser gente que espera». En consecuencia, comentó en este sentido monseñor Luca Bressan, vicario de Cultura, «el espíritu que anima estos encuentros es el anuncio de un renacer, no un retorno a la vida de siempre».

¿Gente que espera por qué? “Porque ha visto y oído”, decía el título de la velada. Amedeo Capetti vio y oyó «la presencia de Aquel que nos ha puesto en el mundo», gracias a la comunión y al reclamo de amigos de verdad. Vio y oyó la posibilidad de una alegría, generada por esta comunión, que es un bien que se puede llevar hasta las plantas de un hospital. «Esa alegría es lo que mejor responde ante el dolor», y no ese falso estereotipo que dice que “cuando tienes salud, lo tienes todo”.

¿Saldremos cambiados? «Solo si vamos hasta el fondo de la experiencia que estamos viviendo», una sacudida que nos puede despertar «como cuando uno sale del coma y se da cuenta de que las cosas existen y todo es un don». Es posible cuando se tiene una compañía de amigos que te ayudan a mantener o recuperar esta actitud verdadera, original. Te ayudan a percibir la belleza, como recordaba Capetti, de trabajar en una carpa, desde primera hora de la mañana hasta la noche, agotado pero consciente de que no podías ahorrarte ni un instante, contando con la colaboración de un estudiante humanísimo y siempre disponible.

Luego cayó enfermo, y su situación se agravó. Pero fue una oportunidad: vivir del lado del enfermo «me hizo entender muchas cosas desde el punto de vista médico». ¿Y tener que estar en cama, no poder hacer nada? «Puedes reconocer una Presencia que da sentido a cada instante, por donde pasa la misma belleza (la Belleza) que has experimentado los meses previos». Ahora esperamos las vacunas. «Son importantísimas, qué duda cabe, ¿pero de verdad será la vacuna la respuesta para la necesidad de esperanza que tenemos los hombres? No. En último término, no hay desesperación solo si eres consciente de que estás en los brazos de Alguien que te quiere».

Andrea Tornielli se sube a los aviones papales desde la época de los viajes de Juan Pablo II. Ninguno ha sido tan arriesgado como el último de Francisco a Iraq. «Parecía un viaje que iba contra toda esperanza», afirmó. «Todos desaconsejaron al pontífice que lo hiciera, intentando que desistiera de ir a un país que solo en 2020 registró 1.400 atentados (una herencia tristísima de las guerras), por no hablar del peligro de contagio debido a los eventos donde podía concentrarse multitud de gente». En el Papa se fue abriendo paso una «decisión interior», «sugerida por Dios mismo». Por ello, respecto a los peligros que corría él mismo y sobre todo la gente, Francisco confió en la certeza, en la esperanza cierta de que «Aquel que me lleva a decidir esto, se ocupará de toda esa gente y la protegerá». Pues bien, es un hecho que durante el periodo que siguió a la visita del Papa la curva pandémica en Iraq no registró ningún incremento. En cambio, se han visto signos de esperanza que el pontífice ha valorado mucho, como la mujer cristiana que perdona a los asesinos de sus familiares, la extraordinaria y alegre procesión de Ramos con los pocos que quedan en la ciudad de Qaraqosh, devastada y abandonada, sin olvidar la visita al gran Imán de los chiitas iraquíes, Al Sistani.

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El padre Jacques, francés italianizado, pertenece a la Fraternidad sacerdotal de San Carlos Borromeo, igual que sus hermanos de la parroquia en la Ca’ Granda, al norte de Milán. Con él viven un estadounidense, un portugués y un italiano. Los cuatro compartieron la condición de enfermos de Covid (desde la víspera de Navidad) y la imposibilidad de presidir las celebraciones, pero solo tres se curaron. El italiano, Antonio Anastasio –el sacerdote poeta, músico y cantautor, más conocido como "Anas"– volvió a la casa del padre tras 69 días en cuidados intensivos.
El padre Jacques participó en este encuentro online con la misma videocámara que le permitió, durante esos 69 días, todas las noches, rezar por internet el rosario con un grupito de amigos y parroquianos. En poco tiempo, el grupo creció desmesuradamente, hasta involucrar a miles de personas. Por eso dice que ha sido «un tiempo muy rico de gracia». Incluyendo el poder ir a ver a Anas al hospital de Niguarda y «prepararnos para su partida al Cielo. Y poder decir, todas las noches, a todos los del rosario: “Llevo vuestra caricia a Anas”».