Fraternidad 2021. Allí donde tú nunca habrías llegado

«Toda la vida no sería suficiente para entender, ni siquiera para imaginar vagamente, que se puede vivir así». Un testimonio sobre los Ejercicios espirituales titulados “¿Hay esperanza?” (adelanto de la revista de mayo)
Stefano Zurlo

Esta vez lo esperaba, y también rezaba para que el Señor me arrancara de las manos el catálogo de tentaciones que se pueden resumir en una frase: «Lo comparto y me encantaría estar pero no tengo tiempo, sería muy complicado, con el trabajo, la casa, los hijos, no puedo».
Pero este año algo ardía en mi interior. Fuerte, cada vez más fuerte, como un camino que vuelve a atraerme. Qué raro –me decía mientras miraba por el retrovisor de mi vida–, cuanto más pasan los años, más crece el afecto. Por la mañana deseas ir a misa, ir al encuentro del Señor, un pensamiento que honestamente hace tres años no tenía ni por asomo. Había dilapidado amistades atesoradas y descuidado muchas relaciones. Hasta que un día volví a aparecer en una pequeña Escuela de comunidad, todavía recuerdo cómo me abrazó mi amigo Alberto al ver reaparecer a un antiguo fantasma. A partir de entonces, casi sin darme cuenta, empezaron a suceder más cosas y al final, Cesare y Paola, con los que ha surgido una relación tridimensional durante el último año, nos invitaron a su casa para seguir al menos la jornada del sábado.
Al final, fuimos mi mujer y yo, ella por primera vez, con sus preguntas y sus dudas, y yo por “primera vez” después de diez años, dando gracias, no solo por la propuesta, también por esta situación excepcional que había borrado de un plumazo la habitual objeción del viaje, que ahora se reducía a unos cuantos pasos y un clic.

No sé cómo seguiremos ni qué pasará, pero sé que he vuelto a sentir aquella profunda vibración del inicio, de los lejanos tiempos del Berchet, tras mi hermano Marco, y luego en la universidad. No hay ninguna otra experiencia capaz de derrotar el tiempo y devolvernos la novedad de entonces, aún más sobrecogedora si cabe. Algo que esperas y que llega hasta el fondo, allí donde no es posible engañarse, y desaparecen la nostalgia y la amargura.
A lo largo de los Ejercicios son muchas las palabras que te tocan. Alguna resbala por mi torpeza, pero sé que algún día volverá a llamar a la puerta de mi mente y mi corazón. Otras, en cambio, se clavan en mí como flechas.

Pero la mayor evidencia de estos días ha sido la explosión de humanidad y de esperanza –que daba título a los Ejercicios– que Julián Carrón transmitía y describía. La historia de las dos mujeres enfermas e ingresadas en la misma habitación, por ejemplo, te lleva en un instante hasta un lugar al que tú, con tus propios pasos, nunca habrías llegado. Toda la vida no sería suficiente para entender, ni siquiera para imaginar vagamente, que se puede vivir así. Con esa fuerza, con ese ímpetu, con esa certeza, incluso delante del mal, delante del sufrimiento, delante de la muerte. He visto los ojos de Manila, mi esposa, y también los de algunos amigos capturados por lo que estaban viendo en la pantalla, empañados por las lágrimas mientras Carrón hablaba de esa madre con su hijo con discapacidad.
Es verdad: el cristianismo abre vías insospechadas, te hace captar tonalidades que nunca habrías imaginado, te hace aferrar la realidad con una fuerza que va más allá de tus capacidades, pensamientos y talentos.



Nosotros tampoco vemos la divinidad de Cristo, pero sí los signos de esa presencia dentro de nuestras vidas: el cambio que vence al escepticismo, que te hace empezar a levantar un poco el freno de mano, la credibilidad de aquellos que se toman en serio su vida, incluso en circunstancias complicadísimas. Sin duda, ese algo más que me han testimoniado no puede quedar diluido por voces sentimentales ni reconducido a la burbuja de las sugestiones.
Ciertos acentos muestran que estás más allá, no sabes muy bien dónde, pero más allá. Allí donde tú nunca habrías llegado. El afecto de Pedro fue más fuerte que sus remordimientos, ¿y el mío? ¿Mi afecto irá más allá de los remordimientos, los errores, las indecisiones y todo lo demás?

El trabajo de potenciar el músculo de lo humano no es solo algo del inicio, sino que afecta a todos los desafíos y aristas que plantea la propia vida. Aunque comenzara hace ya muchos años. Yo había dejado ese trabajo de comparación continua un poco al margen de la vida, en los límites de mi esfera más personal, dominada por mi egocentrismo. Yo y de nuevo yo, pero no mi verdadero yo sino mis caprichos y aspiraciones, por legítimos que fueran, la cuota mínima de la vida cristiana tradicional, muchas buenas intenciones, muchas premisas y una pizca de vanagloria, aunque con tintes irónicos.
Vuelvo a casa con una apuesta: Señor, dame fuerza para arriesgar más en esa comparación y no tener miedo a llevar este desafío a todos los ámbitos y situaciones. Quiero jugar esta partida, incluso sin saber antes bien todas las reglas.

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Antes notaba más mis objeciones, los obstáculos; ahora también lo percibo, y la verdad es que no poco. Pero un instante antes acuden a mí esos testimonios, esos rostros, esa humanidad y ese Misterio, que sigue siendo Misterio pero es un poco menos extraño, llamando a la puerta de mi vida. Y me siento menos solo. Algo ha cambiado dentro de mí. Otras cosas no han cambiado y los límites de una cierta edad pesan como un lastre sobre mis hombros, pero sé que quiero seguir adelante. A mis 58 años, siento dentro un impulso casi frenético de felicidad, como nunca antes.