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Educación. Encontrando compañeros de camino

Tienen sensibilidades diferentes, algunos vienen de mundos muy lejanos. Pero, partiendo de un encuentro y de una amistad, aceptaron medirse con el libro de Carrón
Paolo Perego

Funciona así. Cuando uno se encuentra seriamente comprometido con la vida, no queda indiferente. Puede decir «no me interesa», o seguir la intuición de un posible compañero de camino interesante. Aunque venga de mundos lejanos, con sensibilidades muy diferentes. Como le ha pasado a algunos que, por las relaciones que han surgido últimamente, han aceptado confrontarse con la preocupación educativa planteada por Julián Carrón a partir de su libro Educación. Comunicación de uno mismo.

Alguien como Tommaso Senni, por ejemplo. Abogado con poco más de cuarenta años, fundó hace un par de años, con un puñado de amigos y compañeros, la “Ventanilla anticrisis”, una forma de asistencia gratuita para los que no pueden permitirse asesoría legal. «Somos unos cincuenta profesionales que nos repartimos entre varias zonas de Milán. A nosotros acude gente que necesita ayuda para encontrar trabajo, que no puede pagar las facturas, que tiene retrasos en el alquiler…». Son situaciones que hieren «porque te ponen delante de la fragilidad con que todos vivimos. Irrumpen en nuestra vida», dice Senni, «y a veces tenemos la pretensión de que, con nuestros consejos e indicaciones, vuelvan a ponerse en marcha».

Tommaso Senni

Sin embargo, se topan con la libertad del otro, como un padre de familia con más de 45 años que perdió su trabajo y vive avergonzado, no es capaz de dar ni un paso. «Estar bloqueado no puede ser un pretexto, ¿cómo te pones delante de él? La única posibilidad es poner en común lo que tú eres. Vuelvo a las palabras de Carrón: solo se puede volver a empezar a partir de una relación. Aunque tengas cincuenta años». Ante una factura pendiente o la búsqueda de empleo, se trata de volver a ser protagonistas de la vida. «Leyendo a Carrón veo que mi “ventanilla” también puede educar si ayuda al otro a ser él mismo». En su página web, Senni ha publicado una frase de Tolstoi: «Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo». Porque, dice, «la primera pregunta es quién soy yo».

Giovanni Zais, 56 años, lidera la asociación Milano-Positiva, que nació hace dos años para ocuparse de problemas sociales en el municipio 2 de Milán. «Barreras arquitectónicas, limpieza, pobreza, racismo, desempleo… Ahora, con el Covid, la mayor necesidad es dar de comer a los indigentes». Solo en una parroquia de su zona han pasado a repartir de 60 a 500 bolsas semanales. Y no solo hay necesidades materiales. Un hombre se acercó a él buscando trabajo. «Una buena persona, con una situación durísima a sus espaldas». Se reunieron con Ugo Comaschi, que ayuda con un grupo de amigos a gente que busca trabajo.
«Le dijo que no estábamos ahí para darle una solución sino para acompañarlo, que era él quien debía ponerse en juego».

Giovanni Zais

Sucedió hace año y medio. «Mientras tanto, nos hicimos amigos. En Navidad me llamó diciendo que había encontrado trabajo. Me alegré tanto como si me hubiera pasado a mí. Yo le puedo dar a alguien recetas y consejos, pero sin una relación, sin una simpatía que te mueva… Luego incluso pueden encontrar trabajo, pero la cosa va mucho más allá». Por eso deseas que pueda llegar a todos. «Que los individuos se conviertan en comunidad», continúa Zais. «Yo me lancé a esto porque era el momento de hacerlo. He recibido mucho, una buena vida, un buen trabajo, familia e hijos, y una educación cristiana, llena de valores que luego veo que cada uno declina a su manera». A veces participa en la gestión de centros educativos. «Si hablas de lo que haces, de problemas reales, los jóvenes participan y no salen corriendo en cuanto suena el timbre. Están atentos porque les estás diciendo que la vida está llena de problemas pero no por ello se acaba la vida, y eso les interesa».

«No hay teorías abstractas ni libros que te digan qué hacer con tu vida», dice Gabriele Merola, que nació en 1988 y está graduado en Física. «En el instituto conocí gente que se comprometía en las tareas diarias con un horizonte universal. Formaban un Círculo obrero internacional. Me fascinaron y me impliqué». Muchos allí van puerta por puerta proponiendo la lucha comunista y así, en un rellano, se encontraron con Mattia, de CL, que les habló de los Bancos de Solidaridad. «Nosotros también llevábamos comida a los pobres», y le presentaron a Gabriele, responsable del voluntariado que se puso en marcha durante el confinamiento. «Nació así una relación», cuenta Gabriele. «Mattia me pasó el libro de Carrón y empezamos a hablar».

Gabriele Merola

«Palabras como pasión y compromiso con la realidad… eso es lo que ha movido al Círculo estos meses entre tantas necesidades de la gente». Lo que está claro es que todo este movimiento tiene una naturaleza bien definida. «Para nosotros, solidaridad y lucha contra un sistema social que pone en el centro el beneficio y no la persona van unidas. Sin denunciar las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad, hasta el voluntariado pierde su sentido». Algo que no solo se puede resolver en una relación del hombre con Dios. «No se puede prescindir de las clases sociales ni de la lucha de poder entre grupos y potencias, incluida la Europa imperialista», porque la ayuda en el barrio y la lucha contra la guerra en Siria nacen de las mismas contradicciones mundiales. «Me llama la atención cuando Carrón habla de “pasión por el destino del otro”».

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Cuenta que invitaron a todo el mundo al reparto de alimentos. «Cientos de personas, diferentes y sin “carnet”, se sumaron. Una humanidad así me da esperanza». Como la de un padre marroquí, sin empleo ni papeles. «Una vez me preguntó por qué nadie usaba la fuerza. Ahora él también echa una mano. Es precioso ver al otro conmoverse y ponerse en marcha». Y añade: «No es filantropía. Yo lo hago porque es la mayor posibilidad de expresar mi libertad, de poder mirar al mundo sin prejuicios y estar delante de la realidad entera».