Monseñor Francesco Beschi, obispo de Bérgamo

El método de 2020

Un diálogo, organizado por Bergamo Incontra, entre el obispo de la ciudad, monseñor Francesco Beschi, y Julián Carrón. A propósito de la provocación de la pandemia, en una de las zonas más golpeadas por la primera ola
Carlo Dignola

El lema estaba tomado de la portada del semanario americano Time para resumir el sentimiento dominante al terminar este año 2020. Esta vez no había ningún “hombre del año” que celebrar, solo doce meses que borrar lo antes posible de nuestra historia, con una gran equis en rojo, de tal manera que da la sensación de que solo hemos vivido una pesadilla horrible.

La mostró Tommaso Minola, responsable de CL en Bérgamo y presentador de este encuentro virtual –como inevitablemente ya es habitual– el pasado domingo 20 de diciembre, organizado por la asociación Bergamo Incontra y el movimiento, con Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, y monseñor Francesco Beschi, obispo de la ciudad más golpeada del mundo en la primera oleada de esta pandemia. «Hay algo que se muestra a nuestros ojos en esa portada», dijo Minola recordando una frase del papa Francisco. «Peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla». Y añadió: «En nosotros queda una esperanza irreductible, que todo este tiempo no se desperdicie».

Minola ofreció para la reflexión tres palabras un poco alejadas del tono de las discusiones habituales sobre el año del Covid, presentes tanto en la carta pastoral que monseñor Beschi escribió a su diócesis (“Servir allí donde sucede la vida”) como en la carta de Carrón a la Fraternidad y en su último libro Un brillo en los ojos: «Reconocer, secundar, acoger».

El obispo de Bérgamo partió de esa extraña afasia que se nos queda dentro después de escuchar miles de palabras, todas las noches, delante del televisor, desorientados entre las distintas opiniones de virólogos, ministros y expertos de todo tipo. «Una de las experiencias más imponentes de esos meses ha sido el silencio. Y no teníamos palabras. Hasta en la Iglesia nos hemos quedado mudos» ante lo que estaba pasando, con esa enorme carga de dolor. La trama de nuestras relaciones se ha visto interrumpida por unas circunstancias tan peligrosas. «A nosotros, que somos la religión del cuerpo», comentaba Beschi, «nos separaba de las cosas concretas, de los sacramentos, de los encuentros, de nuestra proximidad. Nos hemos quedado sin palabras. Lo que intentaba hacer yo era ponerme a escuchar este silencio. Que en un momento dado se convirtió en un grito silencioso». Ante miles de personas que desaparecieron en pocas semanas mientras a sus mujeres, maridos, hermanos e hijos se les dejaba a un lado, «con la impotencia de no poder expresar ni siquiera su piedad».
El obispo describió cómo el virus también hizo saltar por los aires «la programación» de la Iglesia diocesana, exigiendo un método nuevo. «Nos ha exigido estar allí donde sucedía la vida», tomar conciencia de este “secundar”, donde escuchar «la voz de otro» significaba ponerse «a escuchar la voz de Dios».

Carrón se apresuró en despejar una duda. No se trataba de asumir una posición pasiva frente a la enormidad de lo que estaba pasando. Lo que necesitábamos «no era una sumisión mecánica al grito» ante hechos incontrolables que para nosotros eran «una provocación muy potente, desconcertante». Gracias a la educación de don Giussani, dijo Carrón, sabemos que «la circunstancia nos abre a un horizonte más grande. Que caminamos hacia el destino a través de las circunstancias», y por tanto ante «algo que nos superaba por todas partes, la realidad se desvelaba como un significado que acoger». El desafío se dirigía a nosotros, y nos preguntaba si «creemos de verdad que aquello a lo que nos adherimos es capaz de dar un sentido incluso al hecho, por ejemplo, de que ya no podamos despedirnos de nuestros seres queridos» al final de su vida.

La alternativa, señaló Minola, era en parte la de «pasar por encima» del frenesí reactivo de las redes sociales, ser «un sujeto que crece» incluso en una circunstancia complicada.



Para nosotros, 2020 ha sido, en palabras de Beschi, «un año de exilio». El obispo ha estado ante «la imagen de un pueblo exiliado de sus costumbres, incluso de sus costumbres religiosas». No solo se prohibieron las misas presenciales, también «las catequesis tuvieron que suspenderse». El exilio siempre ha sido «un momento de purificación para el pueblo de Israel, y en esta ocasión también lo ha sido para nosotros». Una ocasión para «volver a lo esencial». Lo que quería decir, ante todo, atender a los enfermos en la medida de lo posible, viendo cómo en nuestras familias tantas veces «se alargaba la sombra de la muerte». Cuando, ante la inminencia de la Pascua, se encontró rezando «solo en la iglesia del hospital Papa Giovanni», Beschi se dio cuenta de que aquello era precisamente lo que estaban viviendo, un momento extremadamente dramático. «La Pascua de Jesús se convirtió en el verdadero criterio para interpretar no solo intelectualmente sino existencialmente lo que estaba pasando ante nuestros ojos». No se trataba de eliminar el dolor, «como a veces da la tentación de hacer», sino de identificar los «auténticos brotes de la resurrección allí donde la muerte parece dominar». Porque el tiempo del Covid también ha sido el tiempo de la atención, la dedicación, el auxilio, en una palabra, el «tiempo del amor».

Este año, lo que la provocación de la realidad ha puesto en primer plano, afirmó Carrón, «ha sido nuestra vulnerabilidad, y al mismo tiempo una mayor conciencia de nuestra necesidad». Nos ha llevado directos a la cuestión de la fe. Ya no era posible «seguir viviendo distraídos», pero nada de lo que sucedía «podía arrancarnos la esperanza que habita en nosotros». Hemos visto vibrar la fe como actitud, esta se ha visto «desafiada desde sus fundamentos» por el impacto de las circunstancias.

La nueva situación ha barrido, también dentro de la Iglesia –señaló Beschi– el criterio “cuantitativo” que normalmente predomina en nuestro estilo de vida, el problema pasó a ser inmediatamente el cómo hacer las cosas, la modalidad “cualitativa” de los gestos. «Muchas cosas ya no son posible, pero incluso en este momento percibimos una riqueza que no podemos desaprovechar. En los días en que la ciudad estaba desierta, yo sentí el soplo del Espíritu Santo». En el momento de la incertidumbre, del cansancio existencial, del malestar social, la pandemia «puso en evidencia el problema de la soledad. Para muchos, esta será una Navidad marcada por la soledad, pero ese ya era uno de los grandes males de nuestra época». Aun con todas las limitaciones físicas necesarias, la Navidad de 2020 podría ser un día de proximidad real entre las personas, incluso más de lo habitual. Esta situación puede llevarnos a «cuidar un gesto, movidos no solo por la necesidad, sino por el sentimiento de Cristo en mí». Este tiempo –afirma el obispo– es una ocasión para «recuperar la belleza, la gracia y la maravilla de un gesto realizado» con esta conciencia.

LEE TAMBIÉN – «La pandemia ha sacado a la luz un vacío existencial»

Resumiendo, el año 2020 «ha desafiado los fundamentos de la consistencia de nuestra vida», concluyó Carrón. «En cierto modo, esta ha sido la mayor contribución que el Misterio podía ofrecernos» en un año que no podemos borrar del calendario porque, «cuando la vida urge, todos percibimos la urgencia de un significado. Poder testimoniar la esperanza que tenemos es la mayor contribución que como cristianos podemos ofrecer». Si por un lado surgió «un miedo profundo que tenemos ante la nada», para el testimonio de la fe esta es una ocasión decisiva, ante la que pasa a un segundo plano hasta la forma de nuestros contactos humanos. «No es que no estemos deseando encontrarnos personalmente, ver a la gente físicamente», pero incluso en esta condición, escuchar lo que sucedía en las comunidades del movimiento, desde Taiwán hasta Irlanda, «ha sido impactante, más que otras veces, porque la calidad de la vida pasa por cualquier medio de comunicación». El problema es «comprender la naturaleza del desafío para comprender la naturaleza de la contribución que podemos ofrecer en esta nueva situación». Aprovechando todos los «instrumentos que la inteligencia humana ha generado», sin perdernos en la queja de lo que hemos perdido. «Si una mujer no puede ir al hospital a cuidar de su marido, su rostro, aunque solo pueda verlo por una pantalla, le podrá seguir expresando qué es lo que sigue vivo y lo que no en su propio corazón».

Minola terminó señalando que este “nuevo método” que nos ha confiado el año 2020 va contra la censura invocada en la portada de Time, y nos relanza «ya hacia 2021», hacia la «posible riqueza de cualquier instante de la vida». Una vida «que no se da por vencida» en ninguna ocasión, ni siquiera en la más difícil.