Rusia Cristiana. Una red de hombres

El congreso anual de la Fundación de Seriate se ha celebrado este año online, con dos mil participantes. Dos días llenos de diálogos entre multitud de protagonistas. ¿El tema? Internet, redes sociales, mundo digital… y la libertad
Maurizio Vitali

Interrogarse sobre las redes e interrogarse sobre el hombre. Dos acciones que en el fondo, bien miradas, son una sola. Así lo ha planteado Rusia Cristiana en su congreso anual, organizado este año con el Centro Cultural de Milán y celebrado con la vista puesta en fenómenos que van de Occidente a Rusia y China, durante los días 6 y 7 de noviembre, por primera vez no de forma presencial sino online, con la participación de dos mil espectadores. Todo ello coordinado y presidido por monseñor Francesco Braschi, doctor de la Biblioteca Ambrosiana, con la colaboración del periodista Marco Bardazzi y de Camillo Fornasieri, director del Centro Cultural de Milán.

El punto de partida era la premisa de que la red influye en la propia autoconciencia del ser humano, que se ve fácilmente llevado a medirse no según una relación con la realidad sino según una imagen de sí mismo en el espacio virtual. La cuestión se planteaba siguiendo esta fórmula: “Una red que aprisiona, una red que sostiene, una red que libera. Seguir siendo hombres en la pandemia social”. Aprisiona porque amplifica procesos de vaciamiento del yo, cada vez más teledirigido por algoritmos; sostiene porque ofrece la posibilidad de compartir conocimientos y relaciones solidarias; libera no solo en los pliegues que escapan de su control sino porque anima a recuperar el sentido de la propia humanidad. El tema se desarrolló en once ponencias repartidas en tres sesiones, una riqueza que sigue disponible en el canal de YouTube del Centro Cultural de Milán.



Primera sesión: contexto actual y desafíos. Luciano Violante, presidente emérito del Congreso de Diputados, considera la red como uno de los cuatro elementos fundamentales del cambio de época señalado por el papa Francisco, junto a clima-energía, relaciones Occidente-China y migraciones. Es un medio que se puede utilizar en virtud del hombre, pero puede transformar las relaciones humanas en relaciones no humanas. Pone en discusión, cuando no patas arriba, las bases esenciales de la sociedad analógica, la previa a internet: no solo tiempo y lugar, sino verdad y responsabilidad. Principios que una “pedagogía de lo digital” debe recuperar, poniéndonos en guardia ante el peligro de que a una sociedad digital le acabe correspondiendo un Estado digital. Hace falta un nuevo humanismo que no se resigne a la antropología del homo connectus.

Desde este punto de vista, ¿qué sucede en China? Lo ilustraba la sinóloga Chiara Piccinini. Internet llega en 1994, y por primera vez cientos de millones de chinos meten la nariz fuera del mundo que les rodea. Inmediatamente el Estado se prepara para controlar la red mediante limitaciones y censuras. Pero hay pliegues que se le escapan y hombres vivos que consiguen usar la red con buenos fines: blogs que logran filtrar una información honesta y veraz sobre la pandemia que se desató en Wuhan o que favorecen la oración común de grupos cristianos mediante WeChat, o redes sociales que permiten la circulación de mensajes de líderes de las fuerzas democráticas de Hong-Kong.

En Rusia, la Iglesia ortodoxa se ha servido de la red en tiempos de pandemia para dar un paso adelante en la conciencia de la fe. La periodista Anna Danilova fundó y dirige en Moscú el portal Pramvir, de inspiración ortodoxa. Comunidades cerradas y sacerdotes tradicionalistas empezaron rechazando internet como una amenaza a la Iglesia para luego, con la pandemia, rechazar la ciencia y la medicina (y las precauciones necesarias). Danilova explicaba que con el tiempo, entre la realidad (sacerdotes y fieles contagiados dentro de la iglesia, y fallecidos) y la información correcta difundida por este portal, la fe poco a poco se fue purificando de esa falsa creencia. Los sacerdotes se convirtieron en blogueros, e internet en un vehículo de catequesis, oración común, evangelización.

En la segunda sesión tuvo lugar una exposición de experiencias positivas del uso de la red en diversos campos. Silvana Bebawi, joven doctoranda de la Universidad Católica de Milán, es fiel de la Iglesia copta de Egipto, con numerosas diócesis repartidas por 78 países. En este sentido, Silvana habló de la acogida positiva de internet, la emoción de poder ver sus iglesias, tan lejanas, y escuchar las homilías de sus obispos. Las redes sociales le permitieron un contacto directo con la palabra de su Patriarca, el intercambio de experiencias, la posibilidad de hacer preguntas a las autoridades eclesiásticas, como: «¿Por qué esta pandemia? ¿Pero dónde está Dios?».

También en Rusia se ha podido ver una experiencia extraordinaria, un boom del voluntariado por internet. Anastasija Lotareva, periodista financiera, trabaja para la Fundación “Takie dela”, que significa “Así va la vida”. Esta Fundación nació hace años porque alguien se dejó impactar por una inundación en la que las fuerzas estatales resultaban insuficientes para socorrer y ayudar de manera adecuada, y se puso a recoger medicinas, alimentos y demás bienes necesarios, implicando a toda la gente que pudo. La genialidad emprendedora de uno de ellos, un fotógrafo, transformó esta iniciativa espontánea en una obra estable, con búsqueda de fondos e incluso la implicación de periodistas famosos. La recogida de ayuda iba en paralelo a una información libre, que no quería mostrar la imagen de los poderosos ni de las estrellas, sino la Rusia real, la gente común, los ejemplos positivos que existen en la sociedad. Las informaciones sobre el Covid no pretenden escandalizar ni atemorizas sino ser veraces y sobre todo estar cerca de la gente, con indicaciones correctas y consejos útiles. El voluntariado, el ayudar a los demás, buscando una vida lo más normal posible, esta era su idea, y así han abierto brecha, y muchos han querido apuntarse como voluntarios.

Matteo Bonera da clase en el Politécnico de Milán. Su asignatura es Diseño de la información. Además, es director creativo de The visual agency. Vive y trabaja en el punto donde se encuentran la creatividad artística, el diseño industrial y las tecnologías de la información. Bonera documenta cómo cambia la percepción de uno mismo en el mundo digital. Por ejemplo, con su instalación artística, a la que llama autoptikon, que digamos que da un vuelco al panoptikon de Bentham. El panoptikon es una idea arquitectónica para la cárcel concebida a finales del XVIIII: una torre central desde la que poder controlar sin ser visto, a 360 grados, todos los edificios alrededor. De hecho, la palabra significa “una vista de todo”. En relación con una red que aprisiona, Bonera transforma el panoptikon en una vista de uno mismo (autoptikon): una serie de monitores con cámaras de video colocadas alrededor, y en medio un sillón giratorio desde el que uno, mire donde mire, se ve enfocado a sí mismo por detrás, no a la cara sino a la nuca. Esto nos quiere decir que nos percibimos mirando a una pantalla, una imagen que parece absurda.

¿Y la enseñanza? Lorenzo Cantoni, profesor del Instituto de Tecnologías Digitales para la Comunicación en la Universidad de Lugano empezó advirtiendo de que en la historia de la humanidad la enseñanza siempre ha integrado toda la tecnología disponible. Hoy el llamado e-learning resulta por un lado inevitable, y por otro una estrategia, una acción intencionada, proyectada y dirigida, donde no se puede prescindir de las grandes coordenadas de la relación maestro-discípulo, a saber: el espacio (físico, psicológico, técnico), el tiempo (sincrónico o en diferido) y la asistencia humana (técnica, de contenidos, relativa al proceso que va del no saber al saber). La indicación de Cantoni es que cuanto más se comparte el espacio, mejor. Lo mismo para la sincronía y para la asistencia humana. En la educación a distancia se puede ser libre, tanto maestros como, consiguientemente, discípulos.

Tercera y última sesión. Vuelve la enseñanza y relación educativa con Raffaela Paggi, directora de la Fundación Grossman en Milán. «Introducir en la realidad, ya sea física o virtual, introduciéndose en su significado»: esta es la Estrella Polar para guiar a los chavales, que normalmente se encuentran divididos entre el deseo de protagonismo y la frustración ante un futuro poco fiable. La educación a distancia obliga a no dar nada por descontado. Como temas clave y perspectivas, Paggi señalaba tres palabras clave: dependencia, deseo, generación. Reconocer la dependencia original, mediante las experiencias de fragilidad y verdadera autoridad, del maestro que sabe escuchar, es sin duda la propuesta y respeta la libertad. La segunda palabra sería deseo. Caída del deseo y depresión son rasgos característicos de muchos jóvenes hiperconectados. Pero el deseo no desaparece, resiste. Como el de una compañía y una vida que no se dan por descontado y que han surgido durante el confinamiento.

Resulta inevitable el gran tema de la inteligencia artificial, cuestión que abordó monseñor Pierangelo Sequeri, director del Instituto Pontificio Juan Pablo II para la Familia: semejanza y simulación de lo humano en el mundo digital. Con dos grandes novedades. Primera: una organización del pensamiento humano comparable a la organización instrumental (no solo se te da el instrumento que tu inteligencia usa en relación con los fines, sino que también te doy un uso inteligente que optimiza el logro de dichos fines). En otros términos, «también somos capaces de gestionar instrumentalmente al sujeto que usa el instrumento». Segunda: una información comparable a la formación, al proceso con que el hombre plasma la realidad en virtud de su deseo, de sus ideas, de su fantasía. Nada de ello es producto extraño sino nuestra manera de habitar en el mundo. ¿Rasgarse las vestiduras? ¿Destrozar las máquinas? No, todo lo contrario. Más bien realizar dos movimientos: apoyarse en la empatía y en la resistencia del cuerpo orgánico. La empatía, el entendimiento, la complicidad con la máquina para realizar algo hermoso que compartir para la felicidad de la comunidad. Aprovechar el cuerpo orgánico que es vulnerable (y eso la máquina no lo puede imitar, pero el bien, la pasión, la fascinación pasan por compartir la fragilidad), pero resiste y reacciona ante la constricción. Además, honestamente, la red puede sacar a la luz que somos nosotros los que hemos perdido parte de nuestra humanidad.

El papa Francisco es bien consciente de estos problemas, como señaló Andrea Monda, director de L’Osservatore Romano, que a su experiencia periodística une la académica, pues dio clase durante muchos años. El primer capítulo de la encíclica Fratelli tutti se titula “Las sombras de un mundo cerrado” y denuncia, entre otras cosas, el poder que produce descartes y la hostilidad con los demás. El capítulo se cierra con una invitación a la esperanza, «que nos habla de una realidad arraigada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias y condicionamientos». Por tanto, la pregunta, según Monda, «no es ante todo “¿cómo uso la red?” sino “¿cómo vivo?”».

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«¿El hombre se ve amenazado o salvado por esta red?». Es la pregunta que da título al último encuentro, con Adriano Dell’Asta, profesor de Literatura rusa en la Universidad Católica de Milán y uno de los promotores de Rusia Cristiana desde el principio. La red puede ser una herramienta del terrorismo, un lugar del que se nutren los complós, un generador de informaciones que desorientan y asustan en medio de la pandemia, un receptáculo y difusor de noticias falsas. Pero es inútil acusar a la red, advierte Dell’Asta. Si cedemos a las mentiras, a las simplificaciones, si nos convertimos en haters, se debe al miedo que paraliza al sujeto y que lo dispone a creer en todo, hasta negar la realidad. Vaclav Havel hablaba de una filosofía de «negación absoluta de nuestra humanidad». Por lo que Dell’Asta concluía diciendo: «Quién ese hombre del que habla Havel es algo que nos toca decidir a nosotros, en nombre de la humildad del sabio que honra los límites del mundo natural y al misterio que se nos oculta, admitiendo que existe algo, en el orden de las cosas, que evidentemente va más allá de nuestras competencias y que, según una vieja tradición, se llama voz de la conciencia».