Asna en el mercado (Foto Avsi/Marco Palombi)

Las grandes empresas de Asna y Jean Claude

En Buyumbura, la antigua capital de Burundi, algunos jóvenes de la calle encuentran ayuda a labrarse un futuro. Estas son dos de sus historias
Filomena Armentano

Jean Claude se dio cuenta de que tenía que obedecer a sus coach y fiarse de la realidad. Asna secundó su creatividad y valoró su historia. Así se ensanchó la mirada de estos jóvenes de Buyumbura, antigua capital de Burundi y principal centro económico de uno de los países más pobres del mundo. Jean Claude y Asna son dos de los más de mil jóvenes, jovencísimos, burundeses que participan en el Proyecto Arte de AVSI.

«En 2015, después de los enfrentamientos que tuvieron lugar tras las elecciones presidenciales, se identificó a muchos jóvenes como agitadores y tuvieron que abandonar a sus familias (los que tenían), dejar sus colegios y ciudades», explica Andrea Sovani, responsable del proyecto. «Luego, entre 2016 y 2017, las aguas se calmaron a nivel político y los fugitivos pudieron regresar».

Miles de jóvenes solos, la mayoría en plena calle. AVSI empezó a buscar a los más vulnerables, muchos huérfanos o enfermos. ¿La propuesta? Aprender en pocos meses un oficio gracias a un curso de formación y unas prácticas. Muchos de ellos encontraron trabajo, pero sobre todo han descubierto cosas de sí mismos que ni siquiera imaginaban, capacidades que no sabían que tenían, dotes humanas y creativas que han cambiado sus vidas. «Recogimos a jóvenes entre 16 y 25 años y en la selección nos ayudaron las parroquias y las autoridades presentes en los barrios más problemáticos».



Cuando cerró el centro misionero que le acogió en la zona rural del país, debido a la falta de fondos, Jean Claude, huérfano, se encontró viviendo en las calles de Buyumbura, a los 12 años, solo, viviendo de lo que encontraba. Luego, en torno a los veinte años, se enamoró y tuvo un hijo con su novia, pero esta le abandonó y volvió a dejarle solo, esta vez con un niño, sin trabajo, sin nada. Oyó hablar del proyecto Arte y probó suerte. Había varias ofertas: panadería, restauración, limpieza, mecánica, comercio. Jean Claude decidió estudiar para ser panadero: cuatro meses de curso y cinco de prácticas. «Los mejores chavales son lo que tienen las historias más complicadas», afirma Andrea. «Es impresionante. Pero es comprensible. Han tenido que buscarse la vida desde pequeños, por lo que adquieren unas habilidades de las que no son conscientes y que les llevan a arriesgar más, a tener mucha curiosidad. Jean Claude es así».

En las prácticas, salió a relucir todo su carácter. Su jefe ya tenía muchos panaderos en la tienda, así que al principio le pidió a Jean Claude hacer otra cosa. Él se dedicó, mostrando una disponibilidad absoluta, a hacer pequeñas tareas, recados, entregas, hasta turnos de guardia por las noches. Al final, uno de los panaderos se marchó y él ocupó su puesto. Ahora, con su sueldo, puede hacerse cargo de su hijo, que ya ha crecido y va al colegio. «Cuando le miro, lo que más me sorprende es que él es consciente del valor que tiene. Su camino formativo también ha favorecido en él un desarrollo humano».

Asna, también huérfana, es madre de dos niños. Vivió con su tía hasta que esta murió, dejándole otro hijo a cargo. «Es la otra cara de la moneda. Nos ha demostrado que apostar por la libertad de la persona puede no resultar nada obvio, pero al final funciona». Ella también ha estudiado panadería, pero al terminar las prácticas, por ser mujer, no le dieron trabajo en la panadería de la ciudad.

¿Y qué se inventó ella? «Antes de empezar en el proyecto Arte, cultivaba un pequeño campo. Conocía a varios agricultores y hablando con ellos se le ocurrió abrir un pequeño puesto de venta de coles y otros productos fuera del mercado local. Un día, uno de nuestros agentes fue al mercado a buscar a otro chico del proyecto y se encontró con Asna, a la que no conocía, y acabó comprándole una col, no porque le hiciera falta sino porque le impresionó la capacidad que tenía aquella joven para llamar su atención y presentarle sus productos. De vuelta al despacho nos propuso hacer con ella un coaching de ventas». Con el tiempo «vimos que tenía una creatividad y una mentalidad propias de una emprendedora. Ganó bastante dinero para conseguir un puesto dentro del mercado y empezó a vender solo coles, proponiendo una innovación: las cortaba en el momento, un “corte exprés”, entregándosela a los clientes ya preparada para ir directa a la ensalada. En poco tiempo, el suyo se convirtió en el puesto más concurrido del mercado. Todos querían sus coles. Tanto que otros vendedores empezaron a imitarla y a ofrecer sus verduras ya listas para su uso directo en la cocina». Mirar a Asna «nos ha enseñado que, aunque hagamos un programa, porque es necesario, cuidando hasta el más mínimo detalle y analizando cualquier variación posible, al final hace falta dejar espacio a la persona».



Jean Claude y Asna han ensanchado su mirada de dos maneras distintas, explica Andrea. «Jean Claude, tomando conciencia de quién era, empezó a moverse por el mundo laboral de tal manera que valoraba todo lo que le habíamos enseñado. Siguió a la perfección cada uno de los pasos y se comprometió con cada una de las tareas, llegando a alcanzar su objetivo. Durante siete años no había sido capaz de mantenerse en el camino, con nosotros lo hizo en año y medio. En cambio, con Asna, ella ha sido quien nos ha abierto los ojos a nosotros».

Claro que no faltan los problemas. Ya en la primera fase del proyecto, de agosto de 2017 a agosto de 2020, una de las primeras barreras para los jóvenes ha sido la de no poder trabajar porque tenían que estudiar. «En la zona norte hay un vertedero. Buscar hierro y venderlo quiere decir ganarse mil francos al día (33 céntimos). Ir a clase significa perder una ganancia que para ellos es importante. Por eso algunos lo dejan. Hemos pensado mil maneras de animarles a participar en los cursos, garantizándoles un plato de comida al día y añadiendo una contribución extra para los gastos de transporte. Algunos usan ese dinero para poder venir en autobús, pero otros lo usan para otras cosas. Asna, por ejemplo, lo usó para alquilar su primer puesto fuera del mercado».

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En noviembre de 2020 el proyecto entra en una segunda fase. «Queremos desarrollar acciones de apoyo para jóvenes madres», dice Andrea. «En Burundi, si una mujer tiene un hijo de un hombre que la abandona, automáticamente queda marginada hasta en su familia de origen. Hemos acogido a varias madres jóvenes y solas, y resulta muy difícil ayudarlas a entrar en el mercado laboral. Ya hemos empezado a estar presentes en la mediación con familias. En algunos casos hemos podido conseguir un acercamiento, y eso es muy útil también desde el punto de vista práctico. Primero para estudiar y luego para trabajar, las chicas tienen a alguien con quien dejar a sus hijos». El objetivo de esta segunda fase es una escolarización de estas jóvenes madres para favorecer su emancipación laboral. «No es fácil que un empresario las contrate, por eso las orientamos para que creen una actividad propia. Ya hay ejemplos muy valientes, aparte del de Asna. Otra chica empezó vendiendo arroz por las mañanas, luego se dio cuenta de que a la hora de comer estaba libre y empezó a cocinarlo para vendérselo a los obreros durante su pausa laboral. Con los beneficios, compró unos cerdos y paso a paso ha ido agrandando su pequeña empresa».