Ignacio Carbajosa y Monica Maggioni

«Capellán en una planta de Covid. Un desafío a mi razón»

El diálogo entre Ignacio Carbajosa y Monica Maggioni presentando el libro “Testigo de excepción”. El diario de un sacerdote obligado a un cara a cara, «intenso y decisivo», con el Misterio
Paola Ronconi

Ha escrito y publicado un diario de cinco semanas como capellán en un hospital golpeado por el Covid en Madrid, durante el periodo más cruento del pandemia (Testigo de excepción, ed. Encuentro). Pero dialogando con la periodista Monica Maggioni durante un encuentro organizado por la Asociación italiana de Centros Culturales, afirma que tiene «todavía cuentas pendientes de cerrar con este libro». Ignacio Carbajosa, al que todos llaman Nacho, entró en el hospital San Francisco de Asís ese 2 de abril avisando a Dios de que tenía algo que decirle. En 2018, Nacho y Maggioni coincidieron en un encuentro durante el Meeting de Rímini a propósito de la exposición “¿Hay alguien que escuche mi grito? Job y el enigma del sufrimiento”. Ahora quien gritaba como Job era él, y en él todos aquellos que conoció durante esas cinco semanas.

«Si hay algo único en esta pandemia es la posibilidad de medirse con algo que nadie había visto hasta ahora, con una enormidad y una incógnita totalmente desconocidas», afirmaba Maggioni. «Todas las estructuras de nuestra vida cotidiana han tenido que dejar paso a las preguntas sobre el sentido de la existencia». La irrupción de lo ignoto, las preguntas últimas, el sentido del dolor. ¿Un sacerdote no tendría que ser avezado en estos temas? Pero, como ella le dijo, «en el libro haces un recorrido del que tú mismo desconoces el resultado. Al principio la racionalidad ocupa aún mucho espacio». La precisión con la que hay que ataviarse para la batalla (mascarillas, trajes, precauciones), la palabra más adecuada para decir en un momento dado… Pero «una página tras otra, una muerte tras otra, un encuentro tras otro, tú mismo te pones en cuestión ante el lecho de los enfermos».

Ante un dolor exagerado, la razón, que como experto estudioso y biblista Nacho está acostumbrado a elevar como escudo protector, esta vez no se sostiene, hasta el punto de que «estuve en el umbral de llegar a decir: no tiene sentido», declara el autor. Tanto sufrimiento no tiene sentido, morir solos no tiene sentido, no poder acompañar a los seres queridos en los últimos momentos de su vida no tiene sentido. «¡Y soy cura!». Entonces, «tienes que hacer un trabajo de la razón y preguntarte: ¿en qué sentido mi existencia es razonable?».

El día de Pascua se convierte en un paradigma. «Entro en el hospital con la alegría de la Resurrección y me topo con el hecho de que el domingo de Pascua hay gente que sufre como el viernes de dolor», el Viernes Santo. «Ahí comienza un diálogo cada vez más intenso y decisivo con el Misterio». «Tus preguntas se plantean de manera diferente ante quien tienes delante, pero son las mismas», afirma Maggioni, como la conversación con Juan Carlos, un anciano di Bilbao. Nacho lo conoce porque entra por error en su habitación. Es agnóstico y duro, como la gente de su tierra, pero con «la llegada de la soledad, de la dificultad para respirar, sale toda su humanidad, su naturaleza, que no está hecha para sí mismo, para su propio ombligo, sino para otro». Para Juan Carlos, ese “otro” es su mujer, por ella sigue luchando tenazmente entre la vida y la muerte.



Otra estocada son los familiares. «Alguna vez has tenido que oírlos al otro lado». Nacho recuerda a la esposa de un hombre que, padeciendo mil sufrimientos, tuvo una paciencia infinita. «Padre», le dijo ella, «no puedo llorar, me falta el cuerpo sobre el que poder hacerlo». Era «la misma angustia que veía en aquellas habitaciones. Allí se ponía a prueba el camino que habías hecho con tus seres queridos antes de la pandemia. Tal vez con buenísima voluntad uno intentara levantar la moral a un familiar que sufría diciendo: “verás que todo sale bien”, pero era evidente que ese consuelo no servía para nada». Ahí llega, poco a poco, el gran descubrimiento. «Esas semanas se hizo evidente que sin la Encarnación, sin ese hecho histórico, sin Jesús que dialoga con el Padre, que da sentido al sufrimiento, yo no habría podido estar delante de esos enfermos». A Jesús de Nazaret, hace dos mil años colgado en la cruz, clavado en la cruz, «lo hemos visto resucitado. Solo con Él se puede ofrecer el sufrimiento en el hospital».

Maggioni señaló el hecho de que una doctora que no aguantaba tanto dolor llegó a quitarse la vida. «¿Cómo interviene el mecanismo de la respuesta?», le pregunta. «No existe un mecanismo que dé la solución, una fórmula», contesta Nacho. «Me hubiera gustado poder estar delante de esa mujer para ofrecerle la única salvación de la historia: un muerto ha resucitado y yo lo he visto en mi vida. Pero si ese Misterio no me hubiera dicho una palabra a mí, yo estaría como esa doctora».

Ignacio Carbajosa se dedica a estudiar, no a hacer diarios. Pero aquí cuenta lo que le pasa, diálogos personales con el Misterio que cada jornada le iba suscitando. «El tercer o cuarto día en el hospital», añade, «volvía a casa cansado y herido por lo que había visto. Sentí la necesidad de escribir, tenía que contarlo. Nadie sabía qué pasaba ahí dentro, ni siquiera los médicos. Por el bien que ha sido para mí, empiezo a entender que Otro me movía». Por eso «aún tengo que hacer cuentas con todo esto, y vuelvo continuamente al libro».

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Las últimas preguntas corrieron a cargo de Letizia Bardazzi, presidenta de la asociación y moderadora del encuentro. ¿Qué quiere decir que «la realidad vivida intensamente nos hace más religiosos»? Lo dice a propósito de un hecho que tiene lugar en cuidados intensivos. «Cuando di la extremaunción a un hombre inmóvil, que parecía inconsciente, al oír palabras que hablaban de eternidad, una lágrima asomó entre sus ojos cerrados. Nuestra estructura pide la eternidad». Por eso, «di mi disponibilidad, para dejarme tocar por las cosas, incluida la sensación de angustia. Te hace más consciente de que no eres el ombligo del mundo, que Otro te hace».
Cuando Nacho afirma que «desde la Segunda Guerra Mundial es la primera vez que el imponderable irrumpe en la vida», y que esto no es más que una «vocación, una convocación del Misterio con la que todos deben hacer cuentas», Maggioni concluye afirmando que nunca ha creído en el eslogan de “todos saldremos cambiados”, «no creo en la conversión colectiva» sino «en muchas pequeñas semillas sembradas en las conciencias de muchos. Esto es lo que cuenta el libro». Como ese salmo 8, puesto al final, que «dice que existe una esperanza».