El Papa al Meeting: «La vida sin asombro se vuelve gris»

El lema de este año «lanza un desafío decisivo a los cristianos, llamados a testimoniar el profundo atractivo que la fe ejerce en virtud de su belleza, “el atractivo de Jesucristo”». El mensaje de Francisco al encuentro de Rímini

Con motivo de la 41ª edición del Meeting por la amistad entre los pueblos, que se celebra esta semana en Rímini bajo el lema “Sin asombro, nos quedamos sordos ante lo sublime”, el papa Francisco ha enviado al obispo de Rímini, monseñor Francesco Lambiasi, mediante el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, este mensaje:

A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Francesco Lambiasi
Obispo de Rímini

Vaticano, 5 de agosto de 2020

Excelencia Reverendísima,
el Santo Padre desea hacer llegar a través de usted sus mejores deseos para la buena marcha de la XLI edición del Meeting por la amistad entre los pueblos, que se celebrará principalmente de manera digital. A los organizadores y a todos los participantes, el Papa Francisco asegura su cercanía y oración.
¿Quién no se ha sorprendido unido a los demás por la dramática experiencia de la pandemia? «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados. La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida» (Francisco, Momento extraordinario de oración, Atrio de la Basílica de San Pedro, 27 de marzo de 2020).

El lema de este año, «Sin asombro, nos quedamos sordos ante lo sublime» (A.J. Heschel, Dio alla ricerca dell’uomo, Turín 1969, 274), ofrece una contribución muy valiosa y original en un momento vertiginoso de la historia. Buscando los bienes más que el bien, muchos habían apostado exclusivamente por sus propias fuerzas, su capacidad para producir y ganar, renunciando a esa actitud que en el niño constituye la esencia de su mirada a la realidad: el asombro. En este sentido, G.K. Chesterton afirmaba: «Los más grandes sabios no han alcanzado nunca la gravedad que habita en los ojos de un bebé de tres meses. Es la gravedad de su asombro ante el universo, y ese asombro ante el universo no es misticismo, sino sentido común trascendente» (El acusado, Sevilla 2012).

Viene a la memoria la invitación de Jesús a volverse como niños (cfr Mt 18,3), pero también el asombro ante el ser, que constituye el principio de la filosofía de la antigua Grecia. Este asombro es lo que pone en marcha la vida una y otra vez, permitiéndole volver a empezar en cualquier circunstancia. «Es la actitud que hemos de tener porque la vida es un don que siempre nos ofrece la posibilidad de empezar de nuevo», decía el Papa Francisco, insistiendo también en la necesidad de recuperar el asombro para vivir: «La vida sin asombro se vuelve gris, rutinaria; lo mismo sucede con la fe. Y también la Iglesia necesita renovar el asombro de ser morada del Dios vivo, Esposa del Señor, Madre que engendra hijos» (Homilía, 1 de enero de 2019).

En los últimos meses hemos experimentado esa dimensión del asombro que adopta la forma de la compasión en presencia del sufrimiento, de la fragilidad, de la precariedad de la existencia. Este noble sentimiento humano llevó a médicos y enfermeros a afrontar el grave desafío del coronavirus con una dedicación extrema y un empeño admirable. El mismo sentimiento cargado de afecto por sus alumnos ha permitido a muchos profesores vencer las dificultades de la enseñanza a distancia, garantizando la conclusión del curso escolar. Del mismo modo que ha permitido a muchos recuperar la fuerza necesaria para afrontar sus dolores y fatigas gracias a los rostros y a la presencia de sus familiares.



En este sentido, el lema de este Meeting constituye un reclamo potente para descender a las profundidades del corazón humano por las cuerdas del asombro. ¿Cómo no percibir un sentimiento originario de asombro ante el espectáculo de un paisaje de montaña, o escuchando una música que hace vibrar el alma, o sencillamente ante la existencia de alguien que nos ama y ante el don de lo creado? El asombro es el verdadero camino para captar los signos de lo sublime, es decir, de ese Misterio que constituye la raíz y el fundamento de todas las cosas. De hecho, «no solo el corazón del hombre sino toda la realidad se presenta como un signo. Para preguntarse frente a los signos se necesita una capacidad muy humana, la primera que tenemos como hombres y mujeres, que es el asombro, la capacidad de admirarse, como lo llama Giussani. Solo el asombro conoce» (J.M. Bergoglio, en A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, Madrid 2015, 1077). Por eso J.L. Borges podía decir que «todas las emociones pasan, solo queda el asombro» (El desierto y el laberinto).

Sin cultivar una mirada así, nos volvemos ciegos ante la existencia: encerrados en nosotros mismos, nos vemos atraídos por lo efímero y dejamos de preguntar a la realidad. En el desierto de la pandemia han vuelto a emerger preguntas que solían estar dormidas: ¿qué sentido tiene la vida, el dolor, la muerte? «El hombre no puede conformarse con respuestas a medias o parciales, obligándose a censurar u olvidar algún aspecto de la realidad. Dentro de él lleva un anhelo de infinito, una tristeza infinita, una nostalgia que no se apaga si no es con una respuesta igualmente infinita. La vida sería un deseo absurdo si no existiese esa respuesta» (J.M. Bergoglio, en Luigi Giussani. Su vida, cit., 1077).

Varias personas se han lanzado a buscar respuestas o incluso tan solo preguntas sobre el sentido de la vida, algo a lo que todos aspiran aun sin ser conscientes de ello. Así es como ha sucedido algo aparentemente paradójico. En vez de apagar la sed más profunda, el confinamiento ha despertado en algunos la capacidad de asombrarse ante personas y hechos que antes daba por descontado. Una circunstancia tan dramática nos ha devuelto, al menos durante algo de tiempo, una forma más genuina de apreciar la existencia, sin ese conjunto de distracciones y prejuicios que contamina la mirada, desenfoca las cosas, vacía el asombro y trata de impedir que nos preguntemos quiénes somos.

En plena emergencia sanitaria, el Papa recibió una carta firmada por varios artistas que le daban las gracias por rezar por ellos durante una misa en Santa Marta. En aquella ocasión decía: «Los artistas nos hacen entender qué es la belleza, y que sin la belleza no se puede entender el Evangelio» (Meditación matutina, 7 de mayo de 2020). La experiencia de la belleza resulta decisiva para alcanzar la verdad, como mostraba, entre otros, el teólogo Hans Urs von Balthasar: «En un mundo sin belleza, el bien ha perdido también su fuerza de atracción, la evidencia de su deber ser realizado; el hombre se queda perplejo ante él y se pregunta por qué ha de hacer el bien y no el mal. Al fin y al cabo es otra posibilidad, e incluso más excitante. En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, también los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su contundencia, su fuerza de conclusión lógica. El proceso que lleva a concluir es un mecanismo que a nadie interesa, y la conclusión misma ni siquiera concluye nada» (Gloria 1, Madrid 1985, 3).

Por ello, el lema que define este Meeting lanza un desafío decisivo a los cristianos, llamados a testimoniar el profundo atractivo que la fe ejerce en virtud de su belleza, «el atractivo de Jesucristo», según una expresión muy querida para el Siervo de Dios Luigi Giussani. A propósito de la educación en la fe, el Santo Padre escribió en el que suele considerarse el documento programático de su pontificado: «Todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. Si, como dice san Agustín, nosotros no amamos sino lo que es bello, el Hijo hecho hombre, revelación de la infinita belleza, es sumamente amable, y nos atrae hacia sí con lazos de amor. Entonces se vuelve necesario que la formación en la via pulchritudinis esté inserta en la transmisión de la fe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 167).
El Papa os invita pues a seguir colaborando con él testimoniando la experiencia de la belleza de Dios, que se hace carne para que nuestros ojos se sorprendan al ver su rostro y nuestras miradas encuentren en él el asombro de vivir. Es lo mismo que decía en una ocasión san Juan Pablo II, de cuyo nacimiento hemos celebrado el centenario recientemente: «Vale la pena ser hombre porque tú, Jesús, te hiciste hombre» (Homilía, 15 de abril de 1984). ¿Acaso este asombroso descubrimiento no es la mayor contribución que los cristianos pueden ofrecer para sostener la esperanza de los hombres? Es una tarea de la que no podemos sustraernos, especialmente en este angosto recodo de la historia. Una llamada para transparentar la belleza que nos ha cambiado la vida y ser testigos concretos de un amor que salva, sobre todo a aquellos que ahora más sufren.

Con estos sentimientos, el Santo Padre envía de corazón la Bendición Apostólica a Su Excelencia y a toda la comunidad del Meeting, y les pide que sigan recordándole en sus oraciones. A lo que uno mi cordial saludo, confirmando mi más profunda estima
Vuestra Excelencia Reverendísima
dev.mo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado