América Latina. El cielo en nuestra casa

La cuarentena, ¿prisión o ventana al mundo? Un grupo de amigos no ha perdido la ocasión del confinamiento para ir hasta el fondo de su experiencia. Así ha nacido un pequeño lugar en internet, y un diálogo que ha cruzado fronteras
Liziane Bittencourt y Débora R. Cavalieri

«No me quedo en casa para no arriesgarme a morir. Estoy en casa para vivir, vivir, para que me alcance la verdadera vida». Estas palabras de una chica italiana leídas por Julián Carrón impactaron a tres amigos, Débora Ramos, Marcela Bertelli y Julián de la Morena, y les llevaron a escribir una serie de textos breves sobre el valor y el significado de los diversos lugares y objetos que hay en una casa. La fuente de inspiración fue el escritor inglés Gilbert Keith Chesterton y la exposición “El Cielo en una habitación”, presentada en el Meeting de Rímini de 2013. A las reflexiones del autor, cargadas de la experiencia vivida en la Inglaterra de los siglos XIX y XX, sumaron las experiencias de estas dos mujeres, profesionales y amas de casa que durante el aislamiento impuesto por la pandemia han empezado a vivir su casa de manera distinta.

Podría decirse que en la “voz” de Débora, Marcela y Julián, las descripciones de cada habitación se han “actualizado”. El desafío era que en cada rincón de la casa fuera posible reconocer y encontrar las hermosas sorpresas que la verdadera vida nos ofrece. La página web "O céo en nossa casa", publicado en portugués, inglés, italiano y español, utiliza una forma de navegación que imita la estructura de una casa, con la posibilidad de acceder en todos los ambientes. Sin embargo, el lector está invitado a entrar de la manera convencional: por la puerta. Aunque enseguida se da cuenta de que esta no es una casa normal. Aparte de la puerta “de acogida” y la de servicio, hay una tercera puerta secreta… por donde entra el “Misterio”.
Esta iniciativa, que ha tenido un éxito inesperado, ha dado lugar a diálogos con familias de toda América Latina, desde Brasil hasta España. A continuación, algunos fragmentos de estos intercambios online.

El primer testimonio es el de Débora, de Sao Paulo, una de las organizadoras. «El desafío del coronavirus ha tomado la forma de un encuentro. Un encuentro como esos que normalmente no esperamos: con los hijos, el marido, los platos sucios, en el fondo con las tareas más banales de la vida doméstica. En vez de miedo, surge una pregunta: ¿qué es lo que más quiero, hasta el punto de no poder perderlo, de necesitarlo en cualquier circunstancia? Así fue el inicio de la cuarentena en una de nuestras conversaciones por Zoom, donde Julián comentaba una exposición titulada “El cielo en una habitación”. Un título impresionante porque parece absurdo decir que el cielo está aquí, en estos días, en estas provocaciones, en estas circunstancias. ¿Qué significa vivir el cielo, sobre todo en un momento como este? Durante todo este tiempo he observado mucho a mis hijas, y después de cuatro meses en casa puedo constatar que en vez de aburrirse, se lo han pasado fenomenal».
Débora cita al periodista español Jesús Montiel, que escribió durante el confinamiento que «los niños son la prueba de que no estamos hechos para los planes sino para vivir amando y siendo amados». Y añade: «Martina, de cinco años, antes de irse a dormir se puso un día a declararme su amor: “Mamá, te quiero, mamá, gracias”. ¿Cómo es posible terminar la jornada declarando tu amor por algo? ¿Después de una jornada en ese “carrusel de emociones”? ¿Cómo es posible que el resultado sea una conmoción, llena de certeza por ser amada?». También habla de su hija pequeña. «Rebeca, de un año, ha empezado a caminar y de repente está atenta a todo. Mirándola, tan sorprendida por todo, veo que está presente ante cada cosa. Yo, que estos días quería ver el horizonte, he visto que esos ojos expresan un asombro por la realidad mayor que cualquier horizonte. Es como si ella viera a Dios. Todo vale. No pierde un instante, se pega a todo llena de deseo. Ni rastro de conformismo. ¿Y yo? ¿Estoy presente de esa manera en este momento?».



Filippo, el marido de Débora, durante un encuentro en este periodo decía que «después de meses cuidando diligentemente de la rama de una planta casi marchita que me regaló un amigo, esta empezó a crecer y de pronto floreció. Cuando se lo conté a mi amigo, me dijo: “¡Qué planta tan fuerte!”. Y enseguida pensé: “¿Cómo que qué planta tan fuerte? ¿Y yo, que me he pasado seis meses esperando a oler el aroma de esa flor?”. Pero su observación me llamó la atención, me parecía más interesante que mi reacción. No sé por qué pero, observando esta “rama tan fuerte” a punto de florecer, no pude evitar pensar en mis dos hijas. Es como si cada día yo viviera la promesa de ver los frutos de todos nuestros esfuerzos por acompañar, educar, instruir, corregir, plasmar… Y casi nunca me doy cuenta de que en ellas hay algo irreductible, que se desarrolla misteriosamente y que no depende de mí».

También está la historia de Carolina, argentina, madre de seis hijos, que propuso empezar uno de estos encuentros virtuales con la música de As mãos de minha mãe (Las manos de mi madre), del compositor Peteco Carabajal. Partiendo de esta canción, nos cuenta su experiencia. Un día, planchando, se sorprendió a sí misma cantándola. Y le impactó la manera en que el compositor miraba a su madre. Peteco aprendió mucho observando cómo ella vivía, haciendo lo que hacen las madres a diario. De esta manera la compara con uno de esos «pajarillos que aman la vida». Para Carolina, en el modo en que nos relacionamos con nuestros hijos afirmamos si amamos o no la vida, si agradecemos o no su existencia, y observa que para sus hijos el tiempo es eterno. Así le enseñan a ella a respetar lo que hay de eterno en el tiempo.

Para Francisco y Nuria, españoles, padres de tres hijos, la experiencia con sus hijos les ha demostrado que su relación con ellos es lo contrario de la rigidez, que es necesario aprender a adaptarse y a ser flexibles como ellos. Al principio de la cuarentena, previendo que la familia pasaría muchos días junta, decidieron hablar con las monjas de un monasterio de clausura porque intuían que el orden, característico de ese lugar, sería de gran ayuda en su casa. «Hacer las cosas, una a una, también significa hacer menos, y no de la manera que quisiéramos». Ahora, de vuelta a la vida social, algunas veces se sienten tristes, «pero no son nuestros esfuerzos lo que sostiene nuestra relación con el Misterio».

Para Fernando, argentino, el gran desafío actual es el de estar presentes en el presente. «En este tiempo, es una gran tentación estar en casa pensando que habría que estar en otro lugar». Y se da cuenta de que cuando uno no está presente en el presente, no solo se pierde a sí mismo sino que violenta las cosas que tiene delante con sus propias imágenes y proyectos.

LEE TAMBIÉN – Beirut. «Aún estamos vivos»

Para Rosario, el deseo de “vivir el cielo en casa” surgió cuando vio un post en una página de Instagram. Ese post fue el punto de partida para afrontar de manera distinta jornadas marcadas por el peso de las tareas domésticas en una casa con tres hijos al principio de la cuarentena. «He visto que el cielo a veces está lleno del caos que es una casa».
Este último encuentro se cierra con la voz de Julián de la Morena, que vuelve a las tres puertas que caracterizan una casa: la de acogida, la de servicio y la del Misterio. Esta última, para referirse a la Presencia cuya llegada nos conviene, «es la del Padre bueno, que se hace cargo de nosotros y nos acompaña, haciéndose presente incluso en medio del caos».