El puerto de Beirut tras la explosión

Beirut. «Aún estamos vivos»

El rugido, la carrera en busca de amigos y compañeros entre los escombros y la destrucción. Y ese miedo que vuelve como un fantasma del pasado. Rony es libanés y trabaja para AVSI, que acaba de lanzar una recogida de fondos
Paolo Perego

Es como un veneno en la sangre, que en cuanto tiene la primera ocasión vuelve a hacerte daño. «Ya lo has vivido. El rugido, el temblor del palacio, la columna de humo… Sesenta años después vuelves a sentir miedo y dolor por tu tierra atormentada». Rony Rameh es libanés. A las 18h del 4 de agosto estaba en casa, veinte kilómetros al norte de Beirut, junto al mar. «Subí corriendo al tejado para ver qué y dónde había explotado, luego llegaron las primeras llamadas…». Trabaja para AVSI y se dedica a la seguridad de los expatriados de la ONG, casi todos italianos.

«Salí inmediatamente hacia la ciudad, dos horas y media en coche pendiente del teléfono, intentando localizar a todos, una docena, algunos estaban con sus familias, para reunirnos en el apartamento más seguro de alguno de ellos». Todos estaban bien. «Me preocupaba especialmente una mujer que vive con su compañero en la zona más afectada. En el momento de la explosión estaba en un aparcamiento subterráneo y cuando salió, en medio de la devastación y los escombros, cayó presa de la confusión y el pánico». Rony consiguió orientarla hacia una iglesia donde la acogieron, y él fue allí a recogerla. «Esta mañana hemos ido a buscar a su compañero. Tiene cientos de puntos por todo el cuerpo, le han operado de una pierna y está pendiente de que le quiten los restos de metralla de la espalda. Ahora tienen otras urgencias…».

Voluntarios limpiando las calles de la ciudad

Es lo que pasa en muchos hospitales, donde no llegan a acoger a todos los heridos. Se habla de casi cinco mil personas más o menos graves, que se suman a los 170 muertos contabilizados por el momento. Siguen buscando entre las ruinas del puerto y de los palacios afectados aun a kilómetros de distancia. Dice que llegaron a recuperar a un superviviente en el mar 36 horas después del desastre. «En la ciudad reina la destrucción… y la necesidad». Al menos 300.000 personas lo han perdido todo. «AVSI ya ha puesto en marcha una campaña para apoyarles, #LoveBeirut, en colaboración con otras entidades locales».

Luego está ese veneno. Rony es cristiano, como poco más de la mitad de la población, en un lugar que desde hace años intenta ser un crisol de convivencia (el Estado reconoce 18 etnias religiosas, entre cristianos, musulmanes y ortodoxos). «Ante algo así, enseguida piensas en los bombardeos, los coches bomba…», aquellas explosiones que se llevaron a amigos, familiares y barrios enteros durante la guerra civil entre 1975 y 1990. Y en los atentados que siguieron durante décadas después. «¿Te das cuenta? Siempre es difícil volver a empezar. “¿Qué vence al miedo?”, es la pregunta con la que estos meses ha provocado Carrón a todo el movimiento. La Escuela de comunidad y sus palabras nos dan mucho aliento, nos cambian siempre, pero no es fácil». La crisis económica y política, la gente que sale del país, el peligro continuo de atentados o guerras a un paso de casa… «Algunos por aquí dicen que ya no somos vivos sino “muertos sin sepultura”. Es como si cada vez que intentaras levantarte, la realidad y las circunstancias te volvieran a empujar a la silla, tirando de tu ropa hacia atrás, y tuvieras que quitarte algo para lograrlo. Algo así vuelve a echarte hacia atrás». ¿Qué hacer entonces? «Está la fe, que es lo más humano que hay. Cuando sucede algo así, todos dicen espontáneamente: “Dios mío”. Porque es la única posibilidad». La humanidad, el corazón que resiste a pesar de todo. «Y cuando recibes la noticia de que un viejo amigo ha muerto en la explosión, incluso a mi edad, después de haber visto morir a muchos, eres incapaz de contener las lágrimas. Pero ahí no acaba todo».

Rony y su familia han tenido muchas ocasiones de marcharse del Líbano. «Nunca lo hemos hecho. Amamos nuestro país, su diversidad y la posibilidad de convivir con cualquiera. Hoy he dedicado un par de horas con mi mujer a visitar los barrios más afectados, que son zonas cristianas. Estaban llenos de jóvenes de todas las religiones y etnias, procedentes de todo el país, que ya habían empezado a limpiar las calles». En ellos ha vuelto a verse cuando, con 17 años, agarró su fusil para defender a su país en guerra. «En ellos veo la pasión por un bien mayor. No es solo solidaridad. Armados con palas y escobas… Una esperanza que puedes tocar con los dedos».

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También hace falta rezar. «Es algo que he pedido a los cientos de amigos que me han escrito, con los que me une una fraternidad, una amistad vital». Algo que no te deja solo bajo esa presión de la que tanto cuesta librarse. «De hecho, siempre les pido a todos que vengan a vernos, a estar con nosotros. La nuestra es una tierra atormentada, pero nosotros aún estamos vivos».