Londres

La fiesta de lo humano

Las provocaciones de “El despertar de lo humano” en el centro de un diálogo con Julián Carrón para entender mejor «lo que hemos aprendido de este tiempo» y cómo podemos afrontar las preguntas que surgen
Michela Young

«Las circunstancias se nos dan para apegarnos más a Él, que nos está llamando de forma misteriosa». Esta provocación, punto crucial en el libro de Julián Carrón El despertar de lo humano, fue el punto central de una conversación online del propio autor con Rebekah Lamb, profesora de Teología, Creatividad y Arte en la en la Universidad de St. Andrews, y Arlene Gallagher, directora del Trinity Walton Club y adjunta de la Escuela de Física en el Trinity College de Dublín. Un centenar de personas se conectaron desde Reino Unido, Irlanda y otros lugares del mundo, no tanto para escuchar la presentación de un libro como para contemplar la experiencia que ha generado la lectura de este trabajo y profundizar en dicha experiencia, gustarla y desafiarla con la ayuda de los ponentes, “compañeros de viaje” en este complicado, extraño pero apasionante momento histórico.

Carrón presenta la crisis del coronavirus como una oportunidad para liberarnos de las “burbujas” en las que vivimos normalmente, para salir de nuestro deseo habitual de huir de la realidad. Por eso, la primera pregunta planteada fue: ¿esta pandemia puede ser realmente una oportunidad?

Según Lamb, este libro le ha dado «un vocabulario para reflexionar más profundamente sobre mi experiencia vital». Al no tener hijos, contó cómo la pandemia le ha ofrecido tiempo y ocasiones para vivir cada jornada de manera distinta, diciendo que «una concepción cristiana del tiempo y de la vida cotidiana me ha ayudado mucho a ver que la “era Covid” puede ser un momento para volver a conectar realmente con el Señor ahora». Contó que la espiritualidad de santa Teresa de Lisieux la ha confortado mucho, especialmente su afirmación de que «el momento presente es un don, puede ser un canal de gracia y es el lugar de nuestra libertad», al que debemos renovar nuestra atención en todo momento.

Del mismo modo Arlene Gallagher habló de la pandemia como «un don que ha dado a mi vida espacio y tiempo para mirar dentro de mí». Pero, para ella, la mayor crisis vital llegó pocos meses antes de la emergencia con la muerte de su hijo a los tres días de nacer. Nada más morir, «entré en una etapa en la que huía de mí misma, de mis pensamientos, sin mirar mi realidad a los ojos». El coronavirus la obligó en cambio a mirar dentro de sí y reconocer el gran daño que se estaba haciendo, a sí misma y a su hijo, al no mirar «esta circunstancia, y todo lo que podía implicar, como una oportunidad para profundizar en mi experiencia cristiana».

Carrón señaló estas dos reflexiones como testimonios muy humanos de cómo todos nos hemos visto obligados a afrontar las preguntas que la realidad nos provocaba, y a verificar nuestra relación con Cristo, en una auténtica «fiesta de lo humano». Cuando esas preguntas nos desafían, ponen en juego nuestra fe. «¿Puede resistir ante esas preguntas, ante la muerte y el sufrimiento?», preguntó Carrón. Y añadió: «Solo en circunstancias como estas, cuando no podemos entrar en relación con los demás, reconocemos la presencia de alguien que se preocupe de nosotros». Solo cuando afrontemos el retorno a la vida cotidiana seremos capaces «de reconocer lo que hemos aprendido, de descubrir el resultado de este viaje humano y si hemos crecido en humanidad».



El retorno a la vida ordinaria fue el protagonista de la segunda ronda de intervenciones: ¿qué puede sostener este despertar una vez superada la crisis?

Lamb volvió a citar a santa Teresa, patrona de las misiones, que a pesar de su deseo de salir al mundo vivió una vida monástica. Con este ejemplo indicó la necesidad de «cultivar la propia vida interior», para evitar volver al frenesí cotidiano, que exige siempre una respuesta instantánea, y conservar en cambio «un ritmo más tranquillo». Solo así podemos mantener vivas nuestras preguntas y decidir cómo y a quién queremos dedicar realmente nuestro tiempo.

Gallagher respondió señalando la importancia de una compañía, «de rodearse de personas que te nutren y usar el propio tiempo con más atención para estar con esas personas». Solo con una compañía así se puede «vivir intensamente y tratar de percibir la plenitud de la realidad que se nos presenta, tener el deseo de querer vivir la realidad por todo lo que contiene y representa es la primera manera de descubrirla».

Carrón insistió en que esta necesidad de una compañía es lo único que resiste al tiempo. Puso el ejemplo de un estudiante que, después de estar en coma, se despertó en una realidad que le hablaba «con una frescura y una intensidad que le sorprendieron completamente»; pero esa novedad con el tiempo disminuyó. «Por eso se preguntaba: “¿Cómo puede algo ser tan significativo y profundo pero no durar?”. Solo una compañía cristiana puede resistir en el tiempo, una compañía que nos introduzca en la realidad entera, no solo en una burbuja sino en una amistad humana que nos ayude a vivir intensamente la realidad como ocasión para crecer». ¿El resultado de una amistad así? O uno se ahoga porque no consigue afrontar la dificultad o respira y disfruta de lo que vive, aunque sea difícil, porque se vive con un significado. «Esta es la prueba para ver si hemos encontrado algo que pueda durar después de este momento de desafío, o si estamos de nuevo en la burbuja».

La última pregunta planteó a los ponentes cómo era su relación con el Misterio y cómo había cambiado durante este tiempo. Para Lamb, este periodo la ha reconducido a una relación con Cristo en la que sus padres la educaron de pequeña, especialmente ante el sufrimiento por la enfermedad terminal de su padre. «Un periodo difícil», afirmó, «pero también una ocasión para convertirme en mejor hija de Dios, mejor amiga de Cristo, para poder adentrarme en las dificultades y ver a Cristo presente». Esto es lo que «significa vivir la fe según la doctrina de la Encarnación y la presencia amorosa de Cristo en nuestra vida cotidiana».

Un tiempo vivido «a merced del Infinito», según Gallagher, sorprendida por el descubrimiento y la novedad de una relación personal y única con Cristo. Pero no es algo que nos venga dado tal cual sino que requiere un trabajo, hace falta «pedir al Espíritu Santo que venga todos los días, reconociendo que este es el camino para que cada uno de nosotros pueda vivir su vida con plenitud».

LEE TAMBIÉN – Portugal. «Descubrirse hijos»

Carrón también se detuvo en este punto, en cómo «las circunstancias pueden percibirse como un obstáculo que superar, como un daño que debemos soportar o como una llamada a comprender mejor la vida: a mí, a los demás, al Misterio». Y para entenderlo mejor, puso el ejemplo de las flores. Cada vez que recibimos flores siempre hay alguien detrás de ese gesto. «La flor solo es la apariencia de la que podemos disfrutar su belleza, pero al final la flor se marchita, no dura. Lo mejor de la flor es siempre lo que está detrás, la persona que las manda». Del mismo modo, la realidad es el signo de alguien que nos ama y «nosotros debemos decidir volver a descubrirlo cada vez mediante las circunstancias, en cada desafío». Como san Pablo, que a pesar de las duras pruebas y persecuciones que sufrió, tenía la certeza absoluta de su Presencia. «Nada puede separarnos del amor de Cristo», afirmó Carrón. «No puedo vivir mi vida sin hacer memoria de esto. No puedo vivir mi vida en cada circunstancia sin estar en contacto, en relación con Él». Igual que la vida asume un significado completamente nuevo y que cada circunstancia puede convertirse en una oportunidad para que nos visite Aquel al que amamos. «Esta es la contribución que podemos ofrecer a otros que no han recibido el don de la fe».