Luxemburgo

Luxemburgo. Los “para adentro” de la caridad

Simone y sus amigos llevan varios años viviendo en el gran ducado. Durante el confinamiento se enteraron de que en la parroquia se repartía alimentos entre los pobres. Una ocasión para retomar la caritativa y volver a aprender qué significa
Paolo Perego

Se quedó bloqueado por el confinamiento a finales de febrero, sin poder volver a Luxemburgo desde Italia justo cuando la epidemia empezaba a dispararse en su país. Ingeniero de cuarenta años, de origen genovés, Simone empezó a trabajar hace poco en una multinacional. «Llevo tres años viviendo aquí, con mi mujer y tres hijos, pero creo que es la primera vez que he hablado con los luxemburgueses…». Este detalle sirve para empezar a narrar una aventura que le ha involucrado junto a su mujer y otros amigos de la comunidad local de Comunión y Liberación.

«Cuando aquí también lo cerraron todo, empecé a trabajar desde casa. Me hacía compañía la misa del Papa todas las mañanas, pero echaba de menos la Comunión». Se dio cuenta de que en la parroquia cercana a casa, a la que nunca había ido, un sacerdote la repartía a los que la pedían. «¡Ven!», respondió el cura a su petición. «Fuimos y nos quedamos impactados. Había una mesa llena de productos alimentarios y alrededor algunos parroquianos que los repartían entre los pobres de la zona, que hacían fila en la puerta». La mayoría inmigrantes pero también drogodependientes que suelen estar por el barrio porque allí hay un centro de metadona. Simone y su mujer comulgaron y pidieron echar una mano. «No sé por qué lo dije, pero lo que tenía ante mis ojos me interesaba».

Unos días después, Simone se presentó con un amigo. «Nos enteramos de que ya repartían comida entre los pobres una vez a la semana antes del Covid, pero ahora eran los necesitados los que acudían a la parroquia, y lo hacían todos los días». Le llamaba la atención el orden, la oración antes de empezar cada turno… «Entraban de uno en uno, podían llevarse un máximo de cinco cosas para comer y una para beber. Qué libertad vi en la gente de la parroquia… Hasta a la hora de decir que no a los que querían llevarse de más, conscientes de que la ayuda que podían prestar llegaba hasta un cierto punto y que el corazón de lo que hacían consistía en otra cosa: estar delante de esta gente por el mero hecho de que existen».

Enseguida se implicaron otros amigos de la comunidad del movimiento. «Me llamó y me contó lo que había encontrado», cuenta Luciano, colega de Simone. Él también es ingeniero y padre de cuatro hijos. «Llevo aquí cuatro años y durante mucho tiempo había deseado poder revivir el gesto de la caritativa que tanto me acompañaba en Italia». Recuerda cuando iba al Cottolengo de Alba, donde trabajó durante años. Y los intentos, todos fallidos, de intentar poner en marcha algo así en Luxemburgo. «Esta ocasión nos salió al encuentro, no tuvimos que inventar nada», dice ahora. «Es cierto que estamos solo al principio, pero nos gustaría invitar al resto de la comunidad que vive aquí».

Durante la emergencia, la parroquia estaba operativa todos los días a todas horas. «Al principio cubríamos algunos turnos por la mañana y por la noche, después de trabajar. Íbamos unas sesenta personas al día. Entraban una a una y los ayudábamos a preparar su bolsa. Ahora se ha vuelto al ritmo semanal y nos han pedido encargarnos del “para adentro” en las filas del ropero». Llaman así al mantenimiento del orden fuera de los locales parroquiales para que solo vaya pasando una persona cada vez. Y la espera muchas veces se convierte en ocasión de charlar y conocer mejor a estas personas.

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«Gente que habla varios idiomas, sobre todo inmigrantes que han cruzado medio mundo hasta llegar aquí», explica otro Simone que lleva ocho años trabajando en Luxemburgo para una multinacional. Luciano recuerda a algunos de ellos. «Hay uno al que su mujer echó de casa y ahora duerme en el coche. Otro, musulmán, siempre intenta convertirme, explicándome por qué el islam es mejor que el cristianismo y disparando a bocajarro contra la Iglesia. Yo le digo que eso no me interesa, que lo que me interesa es él, independientemente de su credo. Pero luego, cuando ve pasar al sacerdote, el padre Laurent, se para y dice: “ese sí que es un buen cura”». Y eso que «da la impresión de que siempre está enfadando», sigue diciendo Simone. «La parroquia está en un buen barrio y justo enfrente, al otro lado de la calle, la vida ahora parece que vuelve a empezar. Esta gente vive delante de la “injusticia”, ahora incluso más que antes y a veces alguno se enfada. Hasta a mí me dan ganas de gritar que esto es inaceptable». Pero eso no explica lo que significa la caritativa. «No, del mismo modo que los parroquianos conocen perfectamente el límite de lo que hacen, saben que no pueden ayudar demasiado a nadie, que tú no puedes salvar a nadie. La cuestión es otra: lo que puedes aprender para ti mismo, y eso para nosotros tiene el rostro de Jesús».