José Luis Álvarez Palacio

La burbuja y una lógica distinta

Un grupo de embajadores en la Santa Sede invita a Julián Carrón a conversar sobre los temas de El despertar de lo humano en un coloquio rico y profundo. Hablamos con el representante de Ecuador, José Luis Álvarez Palacio
Silvia Guidi

«Al enterarnos de la publicación del libro de Julián Carrón, el “Grupo” decidió invitar al autor para tener la oportunidad de conocer mejor el gran trabajo que hace Comunión y Liberación», explica el embajador de Ecuador en el Vaticano, José Luis Álvarez Palacio, refiriéndose al libro-entrevista El despertar de lo humano. Reflexiones de un tiempo vertiginoso y la conversación que tuvieron con el presidente de la Fraternidad. El encuentro tuvo lugar el 29 de mayo en el marco del programa de actividades que el Grulac (Grupo de Embajadores de América Latina y Caribe en la Santa Sede) ha celebrados durante estos meses de pandemia, centrado en el diálogo con autoridades vaticanas y directores de organizaciones religiosas o laicas vinculadas a la Santa Sede. Un coloquio lleno de preguntas tan “elevadas” e inagotables como pertinentes para la vida de cada uno hasta hacernos capaces de cambiar la mirada.

La confusión que todos sentimos un poco al principio de la pandemia ha sacado a la luz una enorme necesidad de puntos de autoridad en sentido positivo, etimológico, del latín augeo, “incremento”. Necesitamos mirar a personas capaces de “acrecentar” nuestra experiencia de las cosas y por tanto que nos ayuden a construir una nueva seguridad.
Durante la pandemia, la mayoría de la población mundial dirigió su mirada a sus líderes: políticos, espirituales o sociales, lo que fuera. Pero la humanidad necesita, sobre todo, verdad y transparencia. Esta situación también nos ha demostrado que debemos recuperar la confianza mutua, que nos permita afrontar y superar los obstáculos que la vida nos plantea. Debemos potenciar nuestra humanidad y reflexionar sobre la fragilidad de la vida. Sin duda, la humanidad ha dado por descontado muchas cosas: la sensación de tenerlo todo bajo control se ha desvanecido en cuestión de días. Ha sido una “llamada” a la humildad, pero también un llamamiento a valorar lo más esencial que tenemos: la vida. Vida en valores, en solidaridad, en armonía con la naturaleza y en espiritualidad. Este es el despertar que ha causado la pandemia.

¿Qué hemos aprendido de esta “batidora” emotiva y existencial del miedo al contagio y el distanciamiento social?
Como ha dicho el papa Francisco, debemos crear el futuro, proyectarlo. Esta pandemia no solo nos ha despertado, también nos ha hecho reflexionar sobre nuestra misión en la tierra. Nos ha hecho entender que todos estamos en la misma barca y que no tiene sentido remar en direcciones opuestas. Es cierto que en el aislamiento hemos sido capaces de valorar mucho lo que habíamos perdido a causa de las frenéticas dinámicas del mundo moderno y globalizado. La nueva normalidad nos limitará en muchas cosas a las que estábamos acostumbrados, pero por otro lado nos da la posibilidad de disfrutar de las cosas más elementales y sencillas, como la unidad de la familia, el diálogo y el encuentro con el prójimo; y lo más importante: reconocer que todos hemos sido creados iguales. Como dice Carrón en su libro, la realidad siempre ha estado ahí, pero no la habíamos visto. Ha entrado de una manera muy ruidosa, como la ola de una marea o una explosión volcánica y se ha derrumbado la ficción que el ser humano proyectaba sobre la realidad, se ha roto –por decirlo con una imagen concreta– el espejo en que nos mirábamos. Y el mapa que nos guiaba tal vez haya cambiado para siempre. Tendremos que repensar todos nuestros paradigmas. Tenemos un duro trabajo por delante.



Para mostrar en toda su amplitud esa exigencia de entender que llamamos razón.
Este es otro tema muy interesante que plantea Carrón: la relación con nosotros mismos, si esta crisis nos ha sacado de nuestras “zonas de confort”. Lo más difícil es enfrentarnos a nuestro ego, con nuestras máscaras y por tanto con nuestros miedos más profundos. ¡Qué ejercicio tan duro! Debemos ejercitar la fuerza de voluntad de tal modo que, mirándonos a nosotros mismos, podamos reinventarnos y seguir navegando con un sentido más humano y solidario. En el siglo XXI la humanidad ha dado un gran paso adelante en el desarrollo, pero especialmente en los últimos 25 años la tecnología ha hecho del planeta un lugar más plano e interconectado, los recursos han empezado a circular a más velocidad, probablemente generando referencias falsas y alterando el orden social y económico. Nos hemos quedado solos en esa burbuja imaginaria que nosotros mismos nos habíamos creado. El virus, como un alfiler invisible, la ha hecho estallar y nos ha dejado perplejos ante la realidad. No es malo que la pandemia nos haya dado una lección de realidad y un refrescante baño de sinceridad, en la dimensión ecológica y social, humana y también espiritual.

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Un hecho tan trágico como una pandemia, ¿puede ser una ocasión para volver a empezar de manera positiva?
Debemos reorientar nuestra vida creando y tomando nuestro futuro en nuestras manos. Sin duda, debemos despertar a una nueva normalidad cambiada desde dentro, de manera que podamos mejorar el mundo y corregir el curso de la historia. Podemos hacerlo juntos, remando todos en la misma dirección, cuidando los unos de los otros sin dejar a nadie atrás. La fe es una roca firme a la que Ecuador ha dirigido su mirada en este momento, una fuerza viva, una base sólida de nuestra identidad y una oportunidad para encontrarnos de nuevo en la solidaridad y confianza. La irrupción inesperada de la realidad en nuestra vida nos ha mostrado la fragilidad del ser humano. Nos ha mostrado que ni el dinero ni el poder pueden hacernos distintos. Nos ha hecho reflexionar sobre lo iguales que somos y sobre el hecho de que estamos hechos “interdependientes”. Debemos abandonar la lógica del “tuyo o mío” y empezar a adoptar otra: “tuyo y mío”.