Medidas de seguridad en las calles de Maputo

Mozambique. Cuentos por teléfono

Isabel vive en un slum de Maputo y está en casa por el confinamiento. Su único vínculo con la escuela son las llamadas de Misnia, que le lee cuentos
Paola Ronconi

Son ya las diez. Isabel espera impaciente delante del teléfono. Tiene una cita con Misnia, la bibliotecaria. Su amiga Misnia. La llama para contarle una historia. En tiempos normales, Isabel y sus compañeros de clase iban directamente a la biblioteca y se sentaban todos en círculo a escuchar cuentos, pero ahora que la escuela está cerrada, por este virus que ha puesto patas arriba la vida de grandes y pequeños, para Isabel la única manera de oír historias de princesas, caballeros y animales parlantes es por teléfono.

Desde el 23 de mayo, Mozambique también está en cuarentena. Con una población de 30 millones de personas, las pruebas de Covid disponibles son apenas un par de miles. Oficialmente, los casos declarados son poco más de doscientos. ¿Y los muertos? Uno. Sin embargo, se han cerrado las escuelas, las oficinas cuentan con un tercio del personal, que va rotando, hay que llevar mascarilla en el transporte público y se ha bloqueado la emisión de visados. Pero si estas cifras son poca cosa en comparación a las cifras de países europeos, Estados Unidos o América Latina, aquí, en un país donde la pobreza sigue siendo dueña, es mejor intentar prevenir la pandemia por todos los medios, pues el sistema sanitario nacional no sería capaz de gestionar la situación de manera adecuada. «Las pocas pruebas disponibles», cuenta Martina Zavagli, que trabaja desde hace años en Maputo como cooperante de AVSI, «son para quien tiene síntomas evidentes. Si una persona da positiva, se identifica a las personas con que ha tenido contacto en los días previas para someterlas también al test». Pero el problema real es que el cierre de la actividad laboral (en gran parte economía “informal”, a base de puestos callejeros) está poniendo en serio peligro la supervivencia de la gente.

Misnia Zefanias Vilaculos, 22 años, bibliotecaria en el centro cultural Xtinza de Maputo

Además, preocupa mucho que a menos de una hora en coche de Maputo, la capital, se encuentre la frontera con Sudáfrica, donde se han alcanzado casi treinta mil contagios. Y muchos mozambiqueños pasan (o pasaban) por allí a diario para ir a trabajar.

Antes, Martina trabajaba en Sudán del Sur, donde «la situación sociopolítica era mucho más dramática». Hoy se dedica concretamente a los proyectos educativos. Uno de ellos consiste en la colaboración con el centro cultural Xtinza, situado en el slum de Nhamankulo, uno de los barrios más pobres de la periferia de la ciudad. Allí es donde se encuentra la biblioteca desde la que Misnia cuenta sus historias. «Antes nos poníamos en contacto con una decena de escuelas, unos 2.000, 2.500 niños. ¿Cómo seguir en contacto con ellos?», se preguntaban Martina y sus compañeros de AVSI. Porque el cierre de la escuela generó una situación muy complicada. Las pocas tareas que los maestros logran mandar mediante fichas están en portugués y no todas las familias lo entienden, pues muchas hablar sobre todo dialectos locales. Se corre el riesgo de que los niños pasen demasiado tiempo sin educación y, lo que es peor, una vez terminado el confinamiento muchos podrían no volver a sus pupitres porque ya no puedan dejar de prescindir de su ayuda en las labores de sus padres.

Por eso, «Misnia graba las lecturas y las colgamos en los canales sociales o se retransmiten por las emisoras locales de radio y televisión. También las mandamos por WhatsApp a los padres y con los que no tienen ninguno de estos medios concertamos una cita telefónica», como es el caso de Isabel, «para mantener viva la relación que se ha creado, que para los padres también tiene mucho valor».

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Durante este tiempo, en Maputo, AVSI intenta también sensibilizar a la población de los barrios más pobres de cara a la higiene. Por las calles, con altavoces instalados en ape car o repartiendo folletos informativos. Los niños también están en primera línea. «Carolina tiene cuatro años y vive en el barrio de Chamanakulo, forma parte del “comité” infantil que informa a sus coetáneos, explicándoles con su lenguaje qué es el Covid, cómo prevenirlo, lo importante que es lavarse bien las manos y llevar siempre bien puesta la mascarilla», explica Martina. «Aquí las familias viven en condiciones realmente precarias e intentan hacer todo lo que pueden para prevenir la expansión del virus, implicando incluso a sus propios hijos». Exactamente igual que Carolina.