«Alguien que viene a decirme: “no estás sola”»

Después de un año encerrados en el hospital, llega la emergencia sanitaria, con todas sus dificultades y preocupaciones. La madre de un niño con discapacidad descubre un don «pensado para mí»

Ya llevo dos años viviendo con mi familia una especie de confinamiento a causa de los problemas de salud de mi segundo hijo, de casi tres años, que tiene síndrome de Down y ha sufrido tres intervenciones quirúrgicas. Un año entero, de manera discontinua, lo pasé ingresada con él en el hospital de santa Úrsula en Bolonia, encerrada en una habitación durante meses, con mi marido y mi hijo de cuatro años en casa. Desde el pasado mes de octubre, su situación se complicó y Nicodemo necesita oxígeno permanentemente.

Volvimos a casa del último ingreso unos diez días antes de que empezara la emergencia sanitaria. De estar encerrados en el hospital pasamos a estar encerrados en casa. Para nosotros también ha sido por fin la ocasión de vivir los cuatro juntos, algo que echábamos de menos. Pero con muy poca serenidad, por miedo al contagio y a la precaria situación de Nicodemo.

Todo el contacto externo que hemos llegado a tener han sido los amigos de la Escuela de comunidad y los amigos del movimiento de Santa Úrsula. Esto me ha ayudado a no perder el camino que el Misterio, con el nacimiento de Nicodemo, no quiso ahorrarnos. Estos años me he encontrado respondiendo a esa llamada que don Giussani define como «decir “sí” a cada instante sin ver nada, simplemente obedeciendo a la presión de las circunstancias. Es una posición que da vértigo».

Gracias a las conexiones con la Escuela de comunidad no he podido esconderme tras la idea de que, al fin y al cabo, esta situación yo la vivo desde hace años, ni detrás del miedo a lo que está pasando y que está cambiando tantos hábitos. Jesús, a través de estos amigos, sale a mi encuentro para decirme que no estoy sola.

Pero cuanto más pasan los días, más tengo que rendir cuentas con una realidad que, en el fondo, me molesta y, como afirma Carrón en el texto ¿Qué nos arranca de la nada?, yo también me despierto a veces por la mañana temiendo vivir a merced de un malestar que no sé explicar, a pesar de mi intención de decir “aquí estoy”, convencida de que Dios no se equivoca, que lo que ha pensado para mí es una obra maestra que requiere fatiga y mucha confianza en Él. En cada instante reitero mi “sí” tratando de aprovechar la ocasión que se me ha dado con Nicodemo además de aceptarla, pero es como si no me bastara. Con el tiempo, todo esto ha empezado a pesar, como si algo de mí se hubiera quedado fuera. Pero la inquietud de mi corazón permanece.

Vuelve a resonar en mí la pregunta de Jesús a Pedro: «¿Tú me amas?». Es como si Dios me estuviera diciendo: «¿Pero tú me amas a mí o a las obras que haces por mí?». Amar a Dios es amarlo todo a partir de esta Presencia, y eso abre de par en par la mirada, más allá de la “perfecta” discapacidad de mi niño. Mucho más allá.

LEE TAMBIÉN – Bernareggi: «dios hace todo lo posible por conquistarnos»

Este amor exige todo de mí, no solo mis energías y mi disponibilidad. Gracias a mis amigos, que me reclaman a esto mediante el trabajo de la Escuela de comunidad, tengo aún más certeza de estar ante Dios en todo momento, aunque me tambalee, dentro de una oración llena de vida donde mi mirada se dirige hacia la realidad que estoy viviendo, hacia los rostros de estos amigos tan valiosos, dentro de los ojos celestes y almendrados de este niño que Dios ha querido así para mí.
Fabiana, Cesena