Reparto de material sanitario en Nairobi

Kenia. El horizonte, más allá del pueblo

Confinamiento en Nairobi y toque de queda en todo el país. Los frutos de un trabajo de muchos años han puesto en movimiento a todo un pueblo sobre el terreno
Luca Fiore

«Después de Sudáfrica, Kenia es el país con el mejor sistema sanitario del continente africano y solo tiene, para 51 millones de habitantes, 150 puestos de cuidados intensivos. Cuando en marzo empezamos a ver lo que estaba pasando en Italia, nos invadió el miedo, ¿qué nos podría pasar aquí?». Andrea Bianchessi, coordinador de proyectos de AVSI en Kenia, Burundi y Ruanda, no oculta su miedo inicial. Luego, y hasta hoy, las cosas, desde el punto de vista de la pandemia, parecen ir mejor de lo previsto: 1.200 casos positivos y 52 víctimas.

«El Gobierno ha decretado el toque de queda por las noches en todo el país, de siete de la tarde a cinco de la mañana, pero a los seis millones de habitantes de la zona metropolitana de Nairobi les han impuesto el confinamiento. Aunque por cómo van las cosas parece que esa medida está creando aún más problemas a la población. En las zonas pobres, donde la gente solo consigue comer una vez al día, aún es más difícil». Si la economía formal, donde existen contratos y permisos gubernamentales, tiene problemas, la informal ha colapsado. Los mercados espontáneos en los barrios pobres, donde se comercia sobre todo al final del día, están parados por el toque de queda. Aquí llevaban del campo a la ciudad productos de la tierra y ya no se puede hacer porque, normalmente, no está permitido hacerlo. «La situación es paradójica, en un país donde los enfermos de Sida con el 8% y se sigue muriendo de malaria», explica Bianchessi. «Espero que el Gobierno vuelva a abrir todo esto porque en comparación con Europa aquí hay menos riesgo, ya que el 50% de la población es menor de edad».

Clases por radio en el campo de refugiados de Dadaab

Pero AVSI, se mantiene en el país gracias a las ayudas que proceden de los países más afectados por el coronavirus –Italia del norte y Suiza–, por lo que ha tenido que remangarse para afrontar la situación como pueda. «Me ha sorprendido cómo nadie en el equipo ha dudado en buscar soluciones para mantener nuestra actividad». Se empezó con tareas de sensibilización para la población, intentando explicar qué es el Covid-19, sus riesgos, y las medidas a tomar. «Hemos aprovechado el uso de la tecnología. En Nairobi casi todos tienen un Smartphone chino de diez dólares y hemos utilizado los grupos de WhatsApp y las llamadas personales para dar información para que no prevaleciera el miedo».

En Dadaab, el campo de refugiados en la frontera con Somalia, que alberga a 220.000 personas, AVSI ha trabajado con los grupos scout creados en los años pasados para llegar a la población. «Con el espíritu de Baden-Powell se han movido enseguida y han organizado puntos de información donde los refugiados van a por agua. Allí les explicaban las medidas mínimas de seguridad higiénica».

En los slum y zonas rurales, AVSI coordina la actividad de casi 18 grupos de ahorro y crédito que reúnen a cinco mil personas. Dentro de estas redes se ha propuesto la producción casera de detergente y mascarillas artesanales. «Me ha impactado mucho cómo en este grupo ya en el pasado había crecido la sensibilidad de ayudarse mutuamente, algo que en esta situación se ha visto muy especialmente. En los slum, donde no hay servicios públicos, la ayuda familiar resulta decisiva».

AVSI también colabora con algunas escuelas que han contribuido a fundar y que ahora están gestionadas por personal local: Cardenal Otunga en Nairobi, Little Prince en el slum de Kibera y San Ricardo Pampuri en la zona rural de Mutuati. «Allí donde ha sido posible, los profesores enseguida se han puesto en contacto con sus alumnos a través de WhatsApp y Zoom. En Mutuati, donde no hay smartphones, dos veces a la semana se ponían en el patio de la escuela, con todas las medidas de seguridad necesarias, para repartir tareas, recoger trabajos y devolver ejercicios corregidos».

A distancia, también se ha mantenido la formación de los docentes presentes en Dadaab y ha nacido una colaboración con algunas empresas locales y un gran hospital privado de la capital, que han financiado el reparto de mascarillas y la sensibilización sanitaria.

El director regional de AVSI explica también que, antes de que la emergencia sanitaria llegara a Nairobi, estaban trabajando el texto del Pacto educativo global propuesto por el Papa, que debía presentarse en Roma este mes de mayo. «Francisco cita un proverbio africano que dice: “Para educar a un niño se necesita un pueblo”. Me parece que la experiencia de estas semanas nos ha mostrado hasta qué punto es cierto. Mucha gente, desde el campo de refugiados hasta los grupos de ahorro, se ha juntado para ayudar a los más débiles ante un desafío común».

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La emergencia también ha mostrado, en cierto sentido, el fruto del trabajo de AVSI estos años: «Lo que más me ha impactado ha sido cómo, empezando por mi equipo local, pasando por los treinta socios sobre el terreno –escuelas, congregaciones, organizaciones de base y cooperativas– todos se han movido para afrontar la situación», añade Bianchessi. «Creo que esta actitud es resultado del trabajo al que hemos invitado a nuestros interlocutores, que a todos los niveles supone también una propuesta educativa y que influye en nuestra manera de pensar». Habla de Ciprian, padre de 12 hijos, responsable de una organización local en la región rural de Mutuati, que le confesaba su preocupación por sus amigos italianos y suizos. «No es obvio que el horizonte no sea más que el del pueblo sino el del mundo entero. Y Ciprian es solo el primero de una larga lista».